Nelson Mandela, el héroe de la lucha contra el régimen racista del apartheid y primer presidente negro de la Sudáfrica democrática, murió a los 95 años, anunció el presidente sudafricano Jacob Zuma.
«El expresidente Nelson Mandela nos ha dejado (…) ahora está en paz. La nación ha perdido a su hijo más ilustre», anunció el presidente Zuma en la televisión .
«Se apagó apaciblemente (…) Nuestro pueblo pierde a un padre», añadió, antes de anunciar que los banderas ondearán a media asta a partir del viernes y hasta los funerales, cuya fecha no precisó.
«Manifestamos la profunda gratitud por una vida vivida al servicio de la gente de este país y de la causa de la humanidad», sostuvo. «Es un momento de profunda tristeza (…) Te amaremos siempre Madiba», el nombre con el que le conocían los sudafricanos.
Zuma instó a sus compatriotas a «comportarnos con la dignidad y el respeto que Madiba personificaba».
Los homenajes del mundo entero se sucedieron desde Washington o Brasilia, pasando por Londres, Sudáfrica o México al trascender la noticia de la muerte del padre del nación sudafricana en su casa de Johannesburgo.
«Una gran luz se ha apagado», dijo el primer ministro británico, David Cameron.
En Washington, Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, destacó de Mandela que fue un hombre «valiente y profundamente bueno».
Centenares de personas se reunieron frente al domicilio de Mandela en Johannesburgo para una velada que parecía más de celebración que de recogimiento.
Ashleigh Williams, una vecina, explicó que «sabía que ese día llegaría, pero puedo decir que el combate de nuestro Madiba bien amado era justo, y que ahora es tiempo de que descanse».
Mandela, quien festejó sus 95 años el 18 de julio, había sido hospitalizado cuatro veces desde diciembre de 2012, siempre a causa de infecciones pulmonares.
Esos problemas recurrentes eran probablemente ligados a las secuelas de una tuberculosis que contrajo durante su estadía en la isla-prisión de Robben Island, frente a Ciudad del Cabo, donde pasó 18 de sus 27 años de detención en las cárceles del régimen racista del apartheid.
Tras ser un militante antiapartheid obstinado, el preso político más célebre del mundo y el primer presidente negro de Sudáfrica, había sido calificado por el arzobispo Desmond Tutu, otro premio Nobel de la Paz por su compromiso contra el régimen sudafricano, de «icono mundial de la reconciliación».
Con motivo de su muerte, Tutu dijo que «durante 24 años (desde su liberación) Madiba nos enseñó cómo vivir juntos y a creer en nosotros mismos y en cada uno. Él ha sido un unificador desde el momento en que salió de la cárcel».
Mandela pasará a la historia por haber negociado pulso a pulso con el gobierno del apartheid una transición pacífica hacia una democracia multirracial y por haber evitado a su pueblo una guerra civil racial que, a principios de los años 1990, parecía prácticamente inevitable. Ello le valió el premio Nobel de la Paz junto al último presidente del régimen racista Frederik de Klerk.
Antes de su liberación, aprendió a conocer a sus adversarios. Empezando por su lengua -el afrikaans y su poesía-, a perdonar y a trabajar con ellos. Una vez liberado, les sedujo con su gentileza, su elegancia y su carisma.
Bajo los colores del Congreso Nacional Africano (ANC), Mandela fue el primer presidente de consenso de la nueva nación del «arco iris», de 1994 a 1999.
Un papel que fue magnificado en la película «Invictus» de Clint Eastwood, en el que se le puede ver conquistando el corazón de los blancos que vinieron a apoyar al equipo nacional de rugby en la Copa del Mundo de 1995, que ganó Sudáfrica.
Nelson Rolihlahla Mandela nació el 18 de julio de 1918 en el pueblito de Mvezo, en el Transkei (sureste) en el seno del clan real de los Thembus, de etnia xhosa.
Pronto se trasladó al pueblo vecino de Qunu, donde pasó, según dijo, los «años más felices» -una infancia libre en el campo quizá idealizada- antes de recibir una buena educación.
Su institutriz lo llamó Nelson, pero su padre le dio el nombre de Rolihlahla («este por el que llegan los problemas», en xhosa). Mandela pronto reveló su espíritu rebelde.
Fue expulsado de la universidad de Fort Hare (sur) tras un conflicto por la elección de los representantes estudiantiles antes de huir de su familia a los 22 años para escapar a un matrimonio concertado.
Al llegar a Johannesburgo, rápidamente se dio cuenta del alcance de la segregación racial que minaba al país. Gracias, sobre todo, al contacto con Walter Sisulu, quien se convertiría en su mentor, se forjó una conciencia política que evolucionó con el tiempo: de joven, Mandela hubiera querido expulsar a los blancos de país.
Tras fundar la Liga de la Juventud del ANC, asumió rápidamente las riendas del partido, al que consideraba demasiado débil ante un régimen que institucionalizó el apartheid en en 1948.
Al ser prohibido el ANC en 1960, Nelson Mandela pasó a la clandestinidad y presidió en la fundación una rama armada de su partido.
Detenido de nuevo en 1962, fue condenado a cadena perpetua dos años más tarde.
Durante su proceso, pronunció un alegato que se convirtió en profesión de fe: «He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra. Mi ideal más anhelado ha sido el de una sociedad libre y democrática en la que todos vivan en armonía con iguales oportunidades. Espero vivir lo suficiente para verlo. Pero si fuera necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir».
Ausente de la escena pública desde 2010, Mandela se convirtió en un héroe mítico, intocable, respetado tanto por el poder como por la oposición. Sus compatriotas tardarán en olvidar su cálida sonrisa.