A partir de una novela del ex canciller y ex diputado Rafael Bielsa, Bechini -un hombre de la TV- se abre paso por primera vez en la pantalla grande para contar la peripecia de un oficial de la organización guerrillera (Cáceres) que, una vez «chupado» en el centro clandestino de detención Quinta de Funes, en Santa Fe, pacta con el entonces comandante del cuerpo de Ingenieros del ejército y futuro presidente de facto Leopoldo Galtieri (Héctor Calori) una operación para eliminar a la cúpula del grupo. Lo que el hombre se trae en mente es otra cosa, pero todo se complica porque junto a él cayó su mujer (Ximena Fassi), madre de un pequeño de dos años y a la espera de lo que pueden ser mellizos, alojados en uno de los típicos aguantaderos de la dictadura cívico-militar, donde otros militantes «quebrados» colaboran con sus captores. En ese lugar hay un general obsesionado con vengarse del guerrillero a raíz del asesinato de un colega (Contreras) y un prisionero muy especial e indoblegable, Jaime ‘Pelado’ Dri (Luis Ziembrowski) uno de los pocos detenidos en la Esma que logró fugarse y quien con el correr de los acontecimientos va cobrando mayor importancia argumental. Los antecedentes televisivos de Bechini se notan en su trabajo como guionista y director, porque a veces las cosas están sobre explicadas y algunos diálogos se ven teñidos de una retórica propia de aquel medio, lo que no le quita al filme un interés real. Con locaciones en Argentina y Cuba, hay un auténtico esmero por recrear aquellos años que llevaron a la desaparición forzada de 30.000 personas y que frente a la pulsión de vida de la generación que la sostenía, con sus pasiones políticas y personales y de supervivencia, venía sostenida por una pátina más trágica que épica. Con un elenco de otras figuras lustrosas como Ludovico Di Santo, Claudio Rissi, Ernesto Larrese, Paloma Contreras, Sergio Surraco y Sergio Boris, el filme se propone mezclar lo histórico con lo personal y lo ético, en un intento que por momentos se hace verosímil y doloroso. Otra épica es la que propone «Varsovia 44», del joven polaco Jan Komasa (1981), que describe con una gran producción como apoyo el levantamiento de la ciudad de Varsovia en 1944, ocupada por los nazis y destruida en un 85 por ciento al finalizar la Segunda Guerra. Está la formación de un ejército juvenil de chicos y chicas, más una estudiantina que una verdadera fuerza militar, está la espera de la llegada de los soviéticos vista con desconfianza y están las historias amorosas más o menos cruzadas que intentan sobrevivir en la barbarie. Con «Varsovia 44» puede haber un rechazo del espectador por la permanente violencia en que viven los personajes y sobre todo porque a la primera parte le cuesta escalar la credibilidad y algunas circunstancias bordean lo banal e inocentón. Sin embargo, más adelante el director Komasa -un descendiente directo del Andrzej Zulawski de «La tercera parte de la noche» (1971)- muestra que puede crear un lenguaje propio, pasar de lo ridículo a lo sublime en un cerrar de ojos, entremezclar géneros cinematográfico y por instantes alcanzar la grandeza. Para ello cuenta con una reproducción de época muy cuidada, con escenografías reales, efectos especiales y también digitales, pero sobre todo por un elenco formidable encabezado por Antoni Lazarkiewicz y una cámara de insólita movilidad que aprovecha la pantalla ancha para plasmar (algunas) imágenes memorables. El perfil histórico-político de la jornada de ayer en Pantalla Pinamar 2016 se completó con «1916: la rebelión irlandesa», de Pat Collins y Ruán Magan, un documental que junta metraje de época con testimonios de testigos e historiadores. Se vio como estreno absoluto en salas, ya que en su país aún no se la conoce, y se presentó como homenaje al centenario de los hechos y en coincidencia con el bicentenario argentino de la Independencia. Lo que se ve es la rebelión de un grupo de estudiantes hijos del sector acaudalado de Irlanda, que inspirado por la R
Aplausos para «Operación México», en un día dedicado a la historia en Pinamar
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