Proveniente del teatro y la ópera y, según se dice con un nombre establecido en las marquesinas de su país, Jarzyna hace su debut en la pantalla grande con una cruda metáfora que recurre a una estructura teatral cuyo texto y enfoque expresivo puede resultar familiar entre los habitués de cualquier salita del Abasto porteño. Hay cuatro actrices que comienzan la acción con un diálogo en apariencia incoherente -una estudiante, su madre, una abuela en silla de ruedas eléctrica y una vecina cuyo monotema es su obesidad-, con el fondo de una escenografía que va siendo dibujada en el espacio al mismo tiempo. La incomodidad de esos personajes, a los que se agregarán otros, tienen que ver con el lenguaje de la negación: evocan lo que no comieron, la ropa que no se compraron, los viajes que no hicieron, mientras se deleitan con las propagandas consumistas de una revista de título negativo, aquí traducido como Para Ti No. Ese mecanismo se traslada al ámbito televisivo, donde un dramaturgo no puede encontrar un acuerdo con su actor y una explosiva bomba sexy, que además es sorda y ciega, no encuentra su lugar en el mundo. Con un final intuido en el que el mecanismo de la puesta queda al desnudo, el guionista y director -confeso admirador de Witold Gombrowicz-, utiliza una obra teatral de Dorota Maslowska y la transforma en un juego audiovisual, con mucha animación y efectos de sonido, para juzgar a una sociedad polaca actual sumida en un deseo de pertenecer a una Europa ficticia y muy esquiva. Otras frustraciones europeas se vieron en «Felices 140», de Gracia Querejeta, con Maribel Verdú, donde la protagonista gana 140 millones de euros en una súper lotería al tiempo que celebra sus 40 años de vida junto a siete amigos en una residencia rural. Escondida de los medios de comunicación que la acosan por el acontecimiento, la mujer termina encontrándose con las conductas inesperadas de sus allegados, cuya codicia explota por los cuatro costados y muestran una sociedad española muy lejana de todo romanticismo. Comedia a veces leve, a veces divertida y a veces dramática, es el séptimo largo de la directora, hija del recordado Elías Querejeta, productor de importantes filmes de Carlos Saura, Jaime Chávarri, Fernando León de Aranoa, Víctor Erice y otros durante los 70 y los 90, y termina mostrando la universalidad de ciertos procederes humanos, no precisamente los mejores. Un verdadero acontecimiento, que por su horario de exhibición -las 14.30- no concitó el público que merecía fue la muestra de una copia restaurada y digitalizada de «Los tallos amargos», de 1956, y segunda película dirigida por Fernando Ayala, que seguramente no se verá de aquí en más, por lo menos en el circuito comercial. Ganadora del Cóndor de Plata en 1957 y con música de Astor Piazzolla, la cinta era recordada por la fulgurante fotografía del chileno Ricardo Younis -detalle ahora confirmado- y tenía como actores a Carlos Cores, Julia Sandoval, Aída Luz, Vassili Lambrinos, Pablo Moret y Analía Gadé. Pese a algunas caídas en el melodrama, fenómeno habitual de su época, el argumento parte de una novela de Adolfo Jasca sobre un asesinato perfecto y el remordimiento del responsable, en sintonía con algún texto ruso y muy famoso del siglo XIX. Si bien la ciudad de Pinamar parece casi vacía durante el día y los comercios mantienen bajas las cortinas a la espera del fin de semana, personas vinculadas al complejo Oasis -una sala de 470 y otra que bordea los 300-, donde se presenta el festival, no dieron cifras exactas pero confirmaron a Télam que «nunca, en los últimos años» habían vendido tantos tickets como en lo que va del festejo.
Curiosos diagnósticos sociales polaco y español en el Festival Pantalla Pinamar
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