Es sábado 8 de octubre. La guardia de la sala sanitaria de Playa Serena, Mar del Plata, no atendió ninguna emergencia.»Quizá el domingo también sea tranquilo», piensan los médicos.Pero de pronto, frena una camioneta, y dos hombres entregan un cadáver recién lavado y vestido, no explican nada, y se pierden en la noche.
El cadáver fue, en vida, apenas una niña. Nombre: Lucía Pérez. Edad: 16 años. Los médicos la desnudan para someterla a la autopsia: paso legal imprescindible.
Y cuando el cuerpo queda bajo las luces de la mesa, y las manos y los bisturíes se aprestan a levantar una vez más el telón de la rutina, el horror se alza ante ellos como un demonio recién escapado de las entrañas del Infierno.
Porque Lucía Pérez, de 16 años, no sólo ha sido drogada y violada. También ha sido empalada. Del mismo modo que, entre los siglos VI y V Antes de Cristo, el rey persa Darío destrozó las entrañas de tres mil babilonios. Atravesada con un palo desde su sexo hasta casi su corazón.¿Qué monstruos han matado y desecho sin piedad, con sadismo, luego de una orgía de cocaína y marihuana, a una frágil niña, a una inocente, a un cordero sacrificial?
La memoria y los libros van hacia atrás. Llegan a la Rumania del siglo XV y su mayor asesino, el conde Vlad Tepes, llamado «el empalador», cuyos brutales crímenes inspiraron la leyenda de Drácula.
Y más cerca. Al Perú y a Mario Vargas Llosa y su novela ¿Quién mató a Palomino Molero?, la historia real de un cadete de aviación que murió del mismo y atroz modo, quedando como un patético muñeco sangrante.Y aún más cerca y también entre nosotros, el asesinato a golpes y empalamiento del tímido soldado Omar Carrasco, masacrado por sus superiores del Regimiento de Artillería 161, Zapala, Neuquén.
Pero volvamos a Mar del Plata, a Playa Serena, a la desdichada Lucía Pérez. La investigación, a priori, reconstruyó el caso. Según la fiscal María Isabel Sánchez, la víctima «fue sometida a agresión sexual inhumana, y el excesivo dolor le causó la muerte por reflejo vagal».
Tal vez las únicas y precisas palabras que registra la medicina, pero que poco o nada significan frente a la destrucción de un cuerpo adolescente, que remite a uno de los más espantosos mecanismos de tortura y muerte urdidos por monstruos del pasado… cuyos ecos, cada tanto, retornan a lo que llamamos «civilización».
La panoplia del crimen es infinita: muerte por arma blanca, por bala, por estrangulamiento, por veneno, por palazos, por golpes de karate, etcétera. Pero la muerte por empalamiento vaga, eterna, por el séptimo círculo del Infierno que imaginó y escribió Dante Alighieri. El círculo donde aúllan los asesinos, los violentos, los que no tienen redención.
Las teclas vuelven a Lucía. Último año del secundario. «Podría haber sido veterinaria: la apasionaban los animales», dijo la atónita y quebrada madre, que evocó uno de los últimos momentos felices: «Hace poco fue con Guillermo, su padre, a Tandil, para ver el recital del Indio Solari».Veterinaria, acaso. Alma noble, como todos los que aman a los animales.Y padres que apenas vuelven en sí.Ella, enfermera. Él, chapista.Y los dos bajo el espanto de que «Lucía sea otra María Soledad Morales».
Fuente: http://www.infobae.com/sociedad/2016/10/13/el-crimen-de-lucia-perez-no-fue-obra-de-simples-asesinos-sino-de-seres-diabolicos/