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viernes, noviembre 22, 2024
Las cartas detrás del homicidio de un niño de once años descuartizado en un ritual satánico

Las cartas detrás del homicidio de un niño de once años descuartizado en un ritual satánico

Las cartas detrás del homicidio de un niño de once años descuartizado en un ritual satánico

Por Federico Fashbender para Infobae PUBLICIDAD inRead invented by Teads Mario Agustín Salto, «Marito», de apenas once años de edad, desapareció en el pueblo de Quimilí, Santiago del Estero el 31 de mayo de 2016. Había sido visto por última vez en un punto local conocido como «La Represa», una suerte de laguna, mientras pescaba con su caña. Dos días después, su cadáver era encontrado en un pastizal justo al otro lado del pueblo por un baqueano local que luego alertó a una línea telefónica policial. El baqueano había visto a su perro llevar algo entre los dientes: era una pierna humana. El resto del cuerpo de «Marito» estaba a unos doscientos metros de su casa, su cabeza en una bolsa blanca, su torso y miembros en una bolsa negra. La autopsia practicada diez días después en la Morgue Judicial determino que fue vejado por el recto y luego estrangulado hasta morir antes de ser degollado. Muestras tomadas en las uñas y en la zona anal correspondieron a un perfil de ADN distinto al del niño que demostró ser parcial en pruebas posteriores, insuficientes para una identificación. La muerte de Mario Salto fue, en sí misma, el infanticidio más grotesco de la última década en la Argentina. Pero durante más de un año, no hubo nadie a quien culpar. Hubo algunos detenidos, hermanos de apellido Ocaranza, hombres locales que fueron liberados con escasas pruebas en su contra. Tres jueces de instrucción pasaron por el expediente: el primero de ellos tuvo que abandonarlo, recusado por la defensa de los Ocaranza. El padre de «Marito», también llamado, un jornalero de la soja, visitaba Buenos Aires en busca de justicia. «¿Vos decís que me ate en Plaza de Mayo? ¿Llevo cadenas?», le preguntaba Mario a Infobae en su desesperación en un hotel sindical de Almagro, seis meses después del crimen. Un curioso abogado chaqueño que decía ser querellante en la causa lo acompañaba en aquel encuentro: el abogado presentaba presuntos documentos entregados al Ministerio de Justicia en donde presionaba para que asignen recursos periciales al caso, aseguraba tener reuniones agendadas con altos funcionarios nacionales mientras vinculaba al crimen al poder político chaqueño sin dar un nombre puntual. La realidad es que no hacía falta mirar mucho más lejos de Quimilí mismo. El expediente, eventualmente, llegó al Juzgado de Transición N°1 a cargo de la doctora Rosa Falco en la capital santiagueña. El cuerpo de «Marito» fue remitido a la Morgue Judicial porteña para una nueva necropsia. La división Homicidios de la Superintendencia de Delitos Violentos de la Policía Federal recibió el expediente, 13 cuerpos con más de 2600 fojas y 50 perfiles genéticos. En diciembre pasado, finalmente hubo un presunto homicida, alguien a quién culpar. Un escuadrón de perros conducido por la PFA que había trabajado en el rastro de Santiago Maldonado comenzó a olfatear en la escena en donde fue encontrado el cadáver de «Marito»: hallaron una billetera con anotaciones que mencionaban al niño, con un calzoncillo que contendría sangre del menor y un líquido que sería presuntamente semen. Un rastro luego llevó a otro, hasta la casa de Miguel Angel Jiménez, un productor algodonero de 51 años de edad. Jiménez había participado en las marchas para pedir justicia por «Marito», era un supuesto benefactor del pueblo, presunto hombre solidario, pareja de Arminda Díaz, directora de una escuela local, pero el cura local rezaba temblando mientras familiares de «Marito» repartía rosarios con los policías de la PFA y los perros allanando el lugar. Los vecinos comentaban con una mezcla de odio y miedo, entre el azufre de la oscuridad sobrenatural y la atmósfera de los infiernos de pueblo chico: «El Brujo» y «El Terrible» eran algunos de los apodos usuales de Jimenez en la frecuencia de chismes. Un altar de San La Muerte, con pequeñas figuras y estampitas, llamó rápidamente la atención de los investigadores. Sin embargo, la atención de un perro rastreador llamado Halcón tomó otro camino. Halcón se abalanzó

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