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viernes, noviembre 22, 2024
Soy villero, ex ciruja y futuro Doctor en Sociología: la historia de Waldemar Cubilla

Soy villero, ex ciruja y futuro Doctor en Sociología: la historia de Waldemar Cubilla

Soy villero, ex ciruja y futuro Doctor en Sociología: la historia de Waldemar Cubilla

Por Gisela Sousa Dias (Extraído de Infobae.com) PUBLICIDAD inRead invented by Teads Un nene de 9 años camina apurado por una calle de la villa. Con una mano, empuja un cochecito de bebé sucio y desvencijado. Adentro no hay bebé sino bolsas de basura. En la otra mano lleva 15 pesos arrugados: es lo que le pagan los vecinos por trasladar la basura hasta la montaña que está en la entrada de la villa. El nene es hoy lo que Waldemar fue en su infancia: un «niño ciruja» que encontró en el basural trabajo, comida, ropa y juguetes. Waldemar confía, sin embargo, en que la adolescencia de ese nene no se parezca a la suya: no quiere que termine armado, robando, baleado ni preso. La cita con Waldemar Cubilla (35) es en la biblioteca que él mismo fundó en enero de 2012, después de haber pasado 9 años preso. La biblioteca popular «La Carcova» está en la entrada de la villa que lleva ese nombre, en José León Suárez. Se parece mucho a la que Waldemar dirigía en el penal en el que cumplió su última condena, salvo por un detalle: está construida sobre basura apilada. «Por la cercanía con el predio del CEAMSE, los chicos que nacen acá, como yo, tienen una relación con el cirujeo casi inmediata. Todos, en algún momento, fuimos a revolver la basura o pedimos plata mientras los más grandes iban al lado con la carreta», cuenta Waldemar. «Me acuerdo que subíamos a la montaña de basura a buscar zapatillas. Las fábricas las tiraban cortadas al medio, para que nadie les diera uso. Nosotros buscábamos un par o alguna parecida a otra, las cosíamos y con eso andábamos», sigue. «De ahí salía todo: papeles, plásticos o metales para vender pero también las salchichas. Uh, cuando encontrábamos salchichas en la basura hacíamos superpanchos. Era una fiesta», sonríe. Cazar palomas y gaviotas era una aventura en la montaña y, a la vez, un eslabón para la subsistencia familiar: con esa carne, los grandes hacían guisos y empanadas. «Lo mirás de grande y es un bajón. Cuando vos vas creciendo y vas tomando conciencia, es feo. El olor de las manos no se te va más. Capaz te presentan a alguien y no lo saludás para que no te huela. La basura se va metiendo en tu vida, porque lo que encontrás te lo llevás a tu casa. Acá en la biblioteca estuvimos tres años sin cesto porque para nosotros no había un lugar específico para la basura». Cuando llegó la adolescencia, «algunos se hicieron especialistas en cirujeo, otros fuimos más cobardes y salimos a robar. Tenía 15 años cuando empecé a salir pistola en mano. Si vos le buscas una explicación racional, no la tiene. Era simplemente decir ‘no merezco vivir así’, ‘no quiero estar más en la pobreza extrema’. Waldemar, sin embargo, siguió yendo a la escuela. «Si sabía que a las 5 tenía que entrar a la escuela, organizaba el robo antes para no tener media falta. Muchas veces volvía de robar y me metía en la escuela. Si abrías mi mochila, te encontrabas con los útiles, los libros y un arma». A esa altura, Waldemar era el proveedor de un un desarmadero. Robaba, en promedio, tres autos por día. A los 17 años lo detuvieron por primera vez y pasó un tiempo en un instituto de menores. Pero el encierro no era percibido en su micro mundo como un «debut y despedida» sino como un destino por el que los jóvenes del barrio iban a pasar, inevitablemente, una y otra vez. En diciembre de 2001, en el epicentro de la crisis económica, la pobreza que venía amenazando a la gente de «La Cárcova» volvió para rematarlos. A Waldemar lo encontraron secuestrando gente y paseándola por cajeros automáticos. Cuando quedó preso en el penal de máxima seguridad de General Alvear, le faltaba un año para terminar el secundario. «Estuve 4 años tirado en una celda sin hacer nada». Recién cuando lo trasladaron a Sierra Chica, decidió terminar los estudios. Pero estaba a 350 kilómetros de su casa y no consiguió el certificado que comprobara que sólo le faltaba un año: tuvo que hacerlo todo de vuelta. Fue en ese contexto que vio una escena que lo dejó como a un chico fren

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