Eran los primeros días de 1999. El calor y la humedad insoportable de Rosario en enero no apaciguaban el ánimo de la categoría 87 de Newell’s, que estaba en plena preparación para el Mundialito de Aldosivi, que se jugaría dentro de dos semanas en Mar del Plata.
La gran oportunidad estaba en sus narices: jugar por primera vez un torneo en cancha de once contra los mejores del país antes de dar el salto a las inferiores de AFA. Pero la figura de aquel equipo dirigido por Enrique Domínguez (padre de Sebastián, el ex defensor de la Selección), se había lastimado en uno de los primeros entrenamientos desarrollados en el predio que la Lepra usaba en Bella Vista. Lionel Messi tenía una fractura con desplazamiento en su muñeca derecha y la chance de mostrarse en la costa argentina quedó trunca.
«Este campeonato era el sueño de cualquier chico de escuela de fútbol que se despide de la cancha de siete», cuenta Domínguez. Quique mantiene su bigote y también el tono paternal con el que se dirigía a sus pupilos hace dos décadas.
El Mundialito comenzaba en 15 días y la Pulga necesitaba un mes más para volver a jugar. Estaba enyesado y no podía ocultar la angustia de su rostro. Era imposible que saliera a la cancha, pero también que no viajara. «Hablé con Sergio Almirón (coordinador de la Escuela de Fútbol de Newell’s) y me dio el OK para que Leo viajara. Era uno más, hasta se sumaba a hacer alguna entrada en calor con pelota, no había forma de pararlo», recuerda.
El inquieto Lionel, que cargaba a Quique por su parecido con Papá Noel (siempre andaba vestido con un conjunto rojo y una bolsa de pelotas del mismo color), no iba a ponerse los pantalones cortos pero al menos estaba junto a la delegación acompañando a sus compañeros. La 87 de Newell’s, pese a la jerarquía perdida por la ausencia de Leo en cancha, fue avanzando en el certamen y llegó a las semifinales.
Quique estaba concentrado en el rendimiento de su equipo pero no podía dejar de fijarse en un detalle: «Leo no se desprendía de un bolsito que tenía abajo de su brazo izquierdo. Me llamaba la atención, pero no quería preguntarle qué guardaba para no incomodarlo».
La madre de uno de los compañeros del pequeño Messi se atrevió habló con él. «Te morís cuando te cuente lo que me dijo Leo», le dijo ella a Quique.
Con timidez, el habilidoso zurdito abrió el cierre del neceser y le mostró a la señora sus botines, canilleras y vendas. No se lo había contado a nadie, era su gran secreto de viaje. Y ahí se reprodujo el enternecedor diálogo.
– «Pero Leo, todavía te faltan 30 días para que te saquen el yeso. Es imposible que juegues».
– «Yo sé que si Quique me necesita en la final, me va a sacar el yeso y me va a poner».
«Era una locura absoluta que pasó solamente dentro de su cabecita de niño. Esto marca lo que era Leo desde chiquito. Cuando yo anunciaba que estaba por terminar la práctica, él me gritaba que no, que nos quedáramos un rato más», rememora quien fue uno de sus primeros técnicos. Frente a su capricho, los papás de Lionel, Jorge y Celia, le decían por lo bajo a Quique: «Vamos, vamos que hay que bañarlo y llevarlo mañana al colegio…».
Newell’s terminó invicto el Mundialito pero perdió por penales la semifinal con el Vélez de Damián Escudero, que anotaría el gol decisivo en la final. Con un imparable Facundo Roncaglia, que estaba a prueba en la Lepra y luego ficharía en Boca, los juveniles rosarinos vencieron al Xeneize dirigido por Ramón Maddoni.
Humildad, sencillez, voluntad y ganas de compartir junto a sus compañeros: esos eran los valores de Lionel Messi. Lo que quedó grabado en la retina de Quique Domínguez.
«Leo solamente cambió tres cosas. Ahora tiene barba, tatuajes y tres hijos. Ni siquiera cambió a su mujer, porque yo vi lo enamorado que estaba de ella a los 12 años», cerró.