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sábado, noviembre 23, 2024
La increíble historia del caníbal que se comió a una chica de 25 años y se volvió una celebridad

La increíble historia del caníbal que se comió a una chica de 25 años y se volvió una celebridad

Issei Sagawa conmocionó a Francia en los 80. Pero quedó libre y rearmó su vida en Japón: escribe libros y actúa en películas porno.

Mujeres occidentales, altas, rubias, esbeltas y de piel blanca, suave y tersa. La búsqueda de la mujer perfecta. Esa era la obsesión que atormentaba a Issei Sagawa desde su adolescencia. Un asesino y Hannibal Lecter japonés que tras matar, descuartizar y comerse a una estudiante de veinticinco años quedó en libertad. Este despropósito comenzó con unos informes psiquiátricos que justificaban el homicidio perpetrado por el caníbal, y que culminó con la irrisoria condena que le impuso un juez en París. Tan solo dos años de cárcel.
A partir de entonces, el mismo magistrado ordenó su extradición a Japón. Allí fue donde Sagawa comenzó a despuntar gracias a la televisión. Entrevistas, reportajes y spots de publicidad donde se bromeaba sobre su antropofagia, le sirvieron para hacerse popular. El «padrino del canibalismo» ya se había convertido en toda una estrella mediática. Ahora, Caniba, un documental que se acaba de estrenar, cuenta su historia.
De aspecto raquítico, débil, «pequeño, feo, con manos pequeñas y pies diminutos». Así recordaba Sagawa su aspecto físico cuando era un niño. Procedente de una familia acaudalada y con importantes empresas, Issei nació el 11 de junio de 1949 en Japón. Era una época difícil. La Segunda Guerra Mundial había azotado de hambre a la población nipona y, aunque sus padres poseían cierta posición social, también pasaron penurias para lograr sobrevivir.
De hecho, una de las pesadillas que más le atormentaba con cinco años era verse dentro de una gran cazuela con agua hirviendo. En el sueño, el pequeño intentaba escapar. Pero, le era imposible. El agua le iba cociendo lentamente sin posibilidad de salvarse.
Pasados aquellos años y a finales de los 60, Sagawa se centró en estudiar y en forjarse un futuro en Tokio. La empresa familiar se había recuperado económicamente y le permitía tener una vida muy cómoda. Decidió estudiar la carrera de Literatura Inglesa en la Universidad de Wako y empezó a interesarse por el mundo del arte. No fue su único interés.
Al joven de personalidad obsesiva le cautivaban los libros protagonizados por personajes caníbales. Como, por ejemplo, los aztecas. Según el culto imperial, los vencedores se comían el corazón de sus enemigos para apropiarse de su fuerza y valor. Aquellas historias lograron fascinar a Sagawa hasta el punto de tener sus primeras fantasías sexuales.
Una de las primeras veces que Issei fue consciente de su deseo, ocurrió de la siguiente manera: «Cuando me encontré a esta mujer en la calle, me pregunté si podría comerla». Se refería a una profesora alemana con la que se relacionaba en la Universidad de Wako.
A partir de ahí, sus siniestras fantasías pasaron a la acción gracias al servicio de diversas prostitutas. «Le metía la hoja de un cuchillo en la garganta y fingía que iba a matarla. Después, dejaba que ella hiciera lo mismo conmigo. Pero aquella mujer no me interesaba. Simplemente jugaba con ella a un macabro juego. Fue un primer paso hacia lo inevitable», explicó durante el juicio.
Tras dejar Tokio para continuar sus estudios de Literatura Comparada en la Sorbona de París, su familia se volcó en financiar aquello que se proponía. Al fin y al cabo, su primogénito heredaría y dirigiría la empresa familiar a su vuelta a Japón. Sin embargo, Sagawa tenía otros planes.
Su aspecto físico -1,5 metro de estatura y 40 kilos de peso- no hacía presagiar que tras esa imagen de hombre menudo, inteligente, reservado y corriente, se escondía un asesino caníbal en potencia. Ni siquiera Renée Hartevelt se había percatado de la obsesión de Issei.
La estudiante holandesa de 25 años destacaba por hablar perfectamente tres idiomas. Pero Sagawa no se había fijado en ella por eso, sino por su belleza. Era el prototipo de mujer que siempre había soñado y la única forma de pasar tiempo a solas era contratándola como profesora particular de alemán. El dinero nunca fue un problema para este joven de familia millonaria.
El nipón y la holandesa congeniaron enseguida. Tenían muchas cosas en común: el arte, la literatura, la poesía. De hecho, Issei intentó conquistarla. La invitaba a conciertos, exposiciones, conferencias, le escribía cartas de amor… Pero Renée no le correspondía. La estudiante le veía como un amigo que, desde la inocencia, la admiraba.
«Los hechos sucedieron poco a poco, por grados. Una de las primeras veces que Renée vino al apartamento, yo me hice con un revólver y traté de golpearla por la espalda. Ella no se daba cuenta de nada. Estaba ya a unos milímetros de su cuerpo, presto a descargarle un culatazo mortal, cuando de repente se dio la vuelta y me sonrió. No tuve el coraje de seguir hacia adelante con mi propósito», relató el homicida.
La tarde del 11 de junio de 1981, Renée subió a casa de Issei para ayudarlo con unas traducciones: «Primero intenté besarla, como ya había hecho otras veces. Renée empezó a retroceder. Le hablé de mi adoración por ella y del amor que sentía en mí como un huracán, y ella siguió resistiéndose». Aquella reacción no sería inconveniente alguno para ejecutar su plan.
Entonces, Issei simuló buscar una botella de vino en la cocina para relajar la situación y continuar con otras traducciones, pero apareció con un rifle calibre 22. Tenía escondido uno en el armario. «Saqué mi carabina del armario para asustarla. Por causalidad mi arma se disparó y ella cayó fulminada», aseguró. Pero en realidad, Sagawa había disparado certeramente al cuello de Renée. La joven se desplomó por el impacto convirtiéndose en objeto de fascinación para su asesino.
«La tentación fue para mí demasiado fuerte. No supe resistir», declaró. «La desnudé y abusé de su cuerpo. Después comencé a cortarla a trozos. En aquel momento pensaba que ésa era la mejor manera de esconder su cadáver y de sacarlo de mi casa. Mientras cortaba aquel cuerpo con un cuchillo eléctrico, yo no era Issei, era un médico. No era un médico, era un diablo. Era Mefistófeles en persona. Cortaba y fotografiaba», continuó.
«Como un autómata, empecé a probar con los labios algunos pequeños trozos que ya había separado del resto. Este impulso era más fuerte que yo. Una vez terminé el descuartizamiento, cogí unas partes y las metí en la heladera, y otras las llevé a la cocina y me las freí, aderezándolas con sal y pimienta. Descubrí que tenía un sabor agradable, dulce y delicado, un sabor similar al del atún», relató. Para este asesino «la carne se deshacía en mi boca, como el sushi. Nunca pude pensar que esto fuera tan exquisito».
El asesinato y posterior profanación del cuerpo de Renée tenía una insólita justificación. «Mi gesto fue un acto de amor», llegó a declarar ante el tribunal. «De aquella manera conseguí tener a Renée dentro de mí para siempre».
Tras varios días alimentándose del cadáver de su amiga, Sagawa decidió deshacerse del cuerpo. Para ello utilizó dos valijas grandes, llamó a un taxi y le indicó una zona en los suburbios de París. El lugar elegido: el Bosque de Bolonia. Al fin y al cabo, se trataba de un bosque frondoso, con un amplio lago, y donde los ciudadanos podían pasar desapercibidos en plena noche. Allí arrojó el tétrico equipaje.
Sin embargo, unos transeúntes encontraron las valijas debido a la poca profundidad de las aguas. Cuando llamaron a la Policía, alertaron que de ellas sobresalía una mano y un pie. La identificación fue complicadísima y la noticia llegó a los medios de comunicación. Gracias a esto, el taxista que llevó Issei aquella noche fue a la comisaría para contar lo extraño de la situación. Gracias a su testimonio y a la descripción del sospechoso, el asesino fue detenido y puesto a disposición judicial.
Una vez delante del juez, Sagawa confesó con perturbadora tranquilidad el crimen. No sólo no dio muestras de arrepentimiento, sino que aseguró haber disfrutado alimentándose de Renée. Incluso, instó a que mirasen en su heladera.
«Desde hacía tiempo tenía ganas de comérmela. Muy frecuentemente tuve ganas de comer carne humana, y esto desde hace ya mucho tiempo. En varias ocasiones, cuando hacía el amor, me daban ganas de comerme a la mujer que estaba conmigo», describió ante el juez.
«Me atormentaba desde hacía tiempo la idea de hincar los dientes en la suave carne blanca y perfumada de mi amiga. Y me preguntaba: ¿por qué está prohibido comer carne humana? Esta era una obsesión que me atenazaba desde hacía muchos años», puntualizó.
Ante un asesino de estas características, la deriva judicial debería haber ido hacia la máxima condena de cárcel. Pero para sorpresa de los ciudadanos, no fue así. Durante la vista, los psiquiatras que analizaron el comportamiento del acusado justificaron sus actos. «Su caso podría parecer también como una especie de suicidio del hombre que se encuentra demasiado solo y desorientado, dividido entre dos civilizaciones. Issei parecía estar en ruptura de armonía. Nadie le había conocido aventuras sentimentales. Las prostitutas eran, aparentemente, su único equilibrio sexual. Issei era un hombre solo, sexualmente frustrado. Y la frustración sexual engendra a veces el crimen», señalaron los peritos.
Pese a las pruebas y la confesión, los informes psicológicos ayudaron a reducir la condena de Sagawa. Finalmente, el juez lo sentenció a dos años y fue trasladado a la prisión de La Santé. Expertos de la época apuntan al multimillonario contrato entre la empresa Kurita Water -propiedad de la familia del asesino- y la francesa Elf Aquitaine como el motivo de una sentencia tan reducida.
Tras los dos años, ingresaron al antropófago en un psiquiátrico y, al año, el mismo juez lo entregó a Japón. El motivo: le diagnosticaron una enfermedad terminal. Nada más lejos de la realidad, era una dolencia pasajera. Pero el influyente padre de Issei logró traerlo de vuelta a Tokio con la condición de internarlo en un psiquiátrico. Quince meses después, los expertos lo evaluaron y llegaron a la conclusión que no tenía ningún problema mental. Lo pusieron en libertad de forma inminente pese al revuelo social.
Ya libre, comenzó su ascenso mediático. Primero, gracias al libro Cartas a Sagawa del dramaturgo nipón Okawa, que vendió más de 300.000 ejemplares. Después, con la publicación de sus memorias, a las que el propio caníbal tituló En la niebla. El morbo de la población asiática por conocer los detalles del asesinato se tradujeron en más de 200.000 ejemplares vendidos.
A partir de ahí, Issei se convirtió en toda una celebridad. Sus entrevistas y reportajes explotando el crimen y su obsesión por el canibalismo le aportaron importantes ingresos económicos. Todos los canales de TV querían tener en sus programas al bautizado como el «padrino del canibalismo». Incluso, conocidas empresas le contrataron para realizar spots mientras aparecía comiendo. La sociedad japonesa lo veía como un mero divertimento. Consideraban gracioso tener a un caníbal en televisión.
Actualmente, Sagawa vive en Tokio bajo una identidad falsa, escribe libros sobre canibalismo, participa como actor porno en películas para adultos, y todo ello lo compagina con su faceta como pintor. Las protagonistas de sus cuadros: mujeres parecidas a Renée.
Fuente: La Vanguardia
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