El filme relata la historia de un sonidista que busca por el centro de esa ciudad su micrófono inalámbrico, que quedó olvidado y encendido entre las ropas de la actriz Camila Toker. Se trata de una propuesta inteligente -basada en hechos reales y vivencias propias de Salgado- que indaga en las posibilidades expresivas y narrativas que puede otorgar a un cineasta el recurso de disociar las imágenes filmadas y sus sonidos correspondientes, estableciendo así un contrapunto entre lo que se ve y lo que se escucha en pantalla. «Tenía otra idea. Quería hacer una ficción en las habitaciones y pasillos del Hotel Provincial, filmar distintas historias, cada una de ellas con una actriz diferente. Pero todo se complicó y abandoné el plan original», recordó Salgado, que finalmente decidió filmar otra película en ocho horas, durante una única jornada, en el marco del último festival de cine marplatense. Para filmar la película de ese modo, Salgado siguió la siguiente lógica, que también explícita al comienzo del filme con una voz en off: «Yo no sé en qué momento me va a servir lo que filmo y grabo. La anécdota narrativa surge siempre después de que uno la vive. Uno no sabe cuándo algo que ocurre se va a convertir en anécdota memorable. Por eso yo grabo y después elijo qué puedo usar y qué no». En diálogo con Télam, el cineasta -un sonidista muy requerido en el ámbito del cine local- afirmó que esta nueva idea «surgió de manera espontánea, a partir de una anécdota que siempre me quedó grabada en la memoria y que tiene que ver con situaciones que me ocurrieron varias veces en estos 25 años de trabajo sobre micrófonos inalámbricos que quedaron prendidos en la ropa de distintos actores». «Algo parecido me ocurrió en Bolivia hace varios años durante el rodaje de un largometraje, en el que tuvimos que salir a buscar por las calles de un poblado a un actor que se había ido a la casa con el micrófono puesto y encendido», precisó Salgado, que ya había hecho gala de su inteligencia a la hora de trabajar con pocos recursos en su anterior largometraje, «La utilidad de un revistero». Sutil combinación entre ficción y documental, «Romántico italiano» acompaña a un voyeur -el propio Salgado, que también se ocupa de la cámara y el sonido- cuya mirada persistente sigue a Camila Toker mientras conversa por teléfono con un amante ocasional, va al cine, debate con una amiga en una plaza, compra adornos de caracoles, recibe el llamado de su pareja desde Buenos Aires y, finalmente, vuelve a su habitación de hotel para vestirse e ir a un cóctel. «Es mucho más documental de lo que parece, pero es verdad que están las dos cosas mezcladas. Hay una línea muy fina y difusa entre ficción y documental que me interesa traspasar. Yo no tenía un guión y así ocurrieron muchas cosas reales e imprevistas. Cosas que ocurren imprevistamente, sin haberlas planeado», explicó el cineasta, cuya mirada se posa también en el entorno bizarro que rodea al Festival de Mar del Plata. Cantantes románticos, bailarines alocados, vendedoras de gorros «italianos» que en realidad fueron fabricados en China, turistas y paseantes que se sacan fotos en las escalinatas que conducen a la playa Bristol o juegan con las esculturas gigantes de lobos marinos, gitanas que leen el futuro: todos ellos y otros más forman parte de una fauna colorida, popular y en algunos casos «kitsch» que Salgado registra con fruición con su cámara-mirada. «Hubo cosas maravillosas que no sé cómo ocurrieron, creo que sólo fue una cuestión de fe», aseguró Salgado en relación a algunos momentos memorables que captó fortuitamente con su cámara y que, además de hacer avanzar el relato sobre este sonidista que busca su micrófono pero luego prefiere espiar un día entero a la actriz, le dan a la película un tono de humor tan absurdo como inesperado. «A mi lo que me gustaba era la idea de un tipo que va con una idea y no la puede concretar. Sale otra cosa de la que tenía prevista, pero de algún modo se las arregla para hacer lo que
Adriano Salgado entra en competencia con un documental fuera de serie
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