El artista argentino cuestiona la «superioridad moral» que se adjudican los que se declaran de esa extracción ideológica. Advierte sobre la «corrupción» y apunta contra los que están «acostumbrados a los billetes iraníes de a 500»
Decepcionado, el cantante y compositor argentino Andrés Calamaro cuestionó hoy al populismo y a «la izquierda de los papanatas» por la supuesta «superioridad moral» que se adjudica y por no aceptar y condenar «las tradiciones, la liturgia y lo folclórico» de los pueblos.
El artista planteó duros cuestionamientos a la situación que se vive en España, pero sus planteos tienen un eco identificable con muchas de las cosas que ocurren en la Argentina y en la región. Sus ideas apuntan contra la actitud personal y política que muchos que se identifican con la izquierda (o por qué no el progresismo), a los que no duda en calificar: «Narcisistas, charlatanes, inquisidores, puritanos y moralistas».
Su blanco, sobre todo, es Podemos, colectivo ideológico de izquierda liderado por Pablo Iglesias que pelea contra el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español por ser el tercero y llegar, incluso, al gobierno. Su rechazo a la tauromaquia -de la que Calamaro es defensor ferovoroso- lo llevó a hacer una filosa crítica que supera los límites de la cuestión de la corrida de toros y los límites geográficos.
«No soy optimista con la izquierda de los papanatas, los resentidos, los antisistema, los antisemitas, animalistas y marginales culturales. No soy optimista con la izquierda de los narcisistas, charlatanes, inquisidores, puritanos y moralistas. No soy optimista con la izquierda de la prepotencia, con los pactos que no responden ni reflejan a las mayores voluntades, ni con las prohibiciones seriales o la promesa de una brecha en donde con suerte quedamos algunos de un lado y enfrente amigos, familia y conocidos separados por esa falla (eso si no caemos en el abismo de la brecha misma)», afirma Calamaro.
Andrés Calamaro condena el «sistema donde la voluntad de los más no representa nada en el sistema democrático» y admite que no entiende «una democracia que desoye las minorías con la excusa de referéndum para todo. No entiendo un sistema donde se considera normal que aquellos que recibieron más votos, sea para sostenerse o para corregirse, no tengan opciones porque deciden los pactos y no las gentes».
«Hay una minoría que tiene beneficios hinchados por campañas sostenidas en cadenas de televisión cautivas o cautivadas por el negocio redondo. Una minoría -continúa el cantante- con derecho a llevarse los derechos por delante, empoderados por la inexperiencia de la aldea digital: una ciudad sin esquinas donde curtirse el cuero, el terreno de los bobalicones llenos de razones, la cancha de las contradicciones en una entrecomillada superioridad moral que llega desde la orilla izquierda de un río que huele a podrido».
Para el artista, «el concierto cultural, temeroso o equivocado, parece vivir una segunda adolescencia y responde a lo más encharcado de los tópicos populistas y progresistas entre comillas». Y advierte que «el acoso y derribo de las libertades individuales (que nos disgustó cuando se estrenó la ley de mordazas) parece ir a más en el desdichado concierto de prohibicionismos de tonalidad populista: la persecución de la garrapiñada calórica, el acorralamiento de los nombres de las calles como maquillaje de solución a los problemas que importan realmente».
«No soy optimista con la nueva realidad porque es virtualmente una bomba de tiempo para el individualismo y la variedad cultural», continúa Andrés Calamaro, y aclara que «una opinión transgénica donde no importa la voluntad de la mayoría ni se respeta la libertad de las minorías, salvo si estas minorías son tres mosqueteros complutenses dispuestos a cualquier chicana para encontrar al pobre socialismo con los pantalones bajos y dispuestos a agachadas ya demostradas en las elecciones municipales».
«Los previstos resultados de un pacto que es una burla a un sistema democrático, y por tanto republicano, permiten atentados contra la libertad de los trabajadores, como la pinza de minorías intolerantes que acorralan todo lo litúrgico, folclórico, poético, bonito, libre y soberano, caso de la voluntad tauromáquica del pueblo balear», afirma, en referencia a su defensa por las corridas de toro.
Un pasado reconstruido como mea culpa
Calamaro en una columna publicada en el diario ABC de Madrid hace un racconto sobre sí mismo y sus estadíos vitales de las últimas cuatro décadas: «Coqueteaba con la izquierda revolucionaria hace cuarenta años, hasta que cierto nihilismo en clave de cine americano y cultura rock me re-convirtió en un actor dudoso para la superioridad moral de la izquierda de los papanatas».
Tras recordar que hace 30 años vivió en «actitud lisérgica y en mi trinchera contracultural» admite que una década después fue «un francotirador oposicional, un confeso votante de una izquierda que se presentaba unida -aquella izquierda- como actor progresista incapaz de prohibir costumbres populares, porque costumbre es cultura y eso está fuera de discusión».
«Me enfrentaba con normalidad a puritanos, moralistas y reaccionarios, por el sencillo hecho de ser yo mismo y a mi manera. Hace diez años celebraba mi regreso de los infiernos de la experiencia tóxica (..) Nada me hacía suponer que los años digitales devendrían en inquisitoriales leches y Reich animalista respondiendo a estrategias de propaganda mercenaria desde una cadena de televisión acostumbrada a los billetes iraníes de a 500 y a una ideología poliédrica, en plena construcción de una realidad virtual que puede con todo, siempre que encuentre al resto con los pantalones por las rodillas», sentencia Calamaro y culmina: «¡Libertad, divino tesoro!»
Fuente : infobae.com