La siguiente es la columna que el ex diputado nacional y ex secretario de Cultura realizó para el sitio Infobae: No debería ni ser aclarado, pero el insólito acto de esta semana protagonizado por dudosas figuras del PJ obliga a hacerlo: insistir en lo que ya fracasó no es solo una misión política suicida, sino que es moralmente reprochable. Nada es de tan lenta digestión al ser humano como la dimensión de la derrota. Más aún para aquellos que no lo tenían en sus agendas, para muchos que cabalgaban la mansa obsecuencia como si fuera un indomable corcel de la revolución. Burócratas de izquierda, obedientes del patrón de turno, acostumbrados a afinar sus discursos en el tono de moda que emita el que manda. Eso es lo malo de los autoritarismos, son rígidos y cuando se rompen quedan astillas, seguidores sin rumbo, gente que como en la maravillosa obra de Pirandello son «Seis personajes en busca de un autor». Aquí son miles.. Renovarse es vivir si queda energía para intentarlo. Un obediente sin jefe es un soldado extraviado. Asumir que es difícil -imposible- juntar a los restos del kirchnerismo con quienes los salimos a enfrentar. Son dos troncos que quizá nacieron del mismo árbol pero tienen ya rumbos opuestos. Y estas renovaciones intentan mezclar el rechazo social de los oficialistas de siempre con el prestigio de los opositores. Y mal que les pese, renovar obliga a tirar parte de lo viejo, lo gastado; demasiados que fueron funcionarios de Menem y Kirchner, funcionarios oficialistas profesionales. Primero, el peronismo que no fue capaz de tomar distancia del kirchnerismo no es fácil de ser recuperado. Algunos, muchos, es más lo que espantan que lo que convocan. Por ejemplo, los señores feudales, esos que como Gildo Infrán se dedican a multiplicar y ordenar la pobreza para convertirla en clientela electoral. ¿Merece ser recordada la renovación? Lo dudo, terminó acompañando la catástrofe que fue el menemismo y buena parte de ellos siguieron siendo funcionarios o funcionales al kirchnerismo. Pasemos en limpio: no fueron leales al pensamiento peronista, ni mucho menos a la sociedad; la pobreza creció en ambos gobiernos y lo mismo que la deuda. No debería ni ser aclarado, pero la situación obliga a hacerlo: es difícil renovar los fracasos. Si los asumimos como triunfos electorales la cosa funciona; si los miramos desde el dolor y la miseria de los caídos, casi podríamos aseverar sin dudarlo que en ambos gobiernos incrementamos la miseria. Todo al revés del peronismo. Isabel fue derrotada y yo estaba en su contra, con una pobreza del 5% y una deuda de alrededor de 7 mil millones. La dictadura genocida hizo mucho a favor del atraso pero los gobiernos democráticos no lograron salir de ese pronunciado camino a la miseria. Y la aumentaron. ¿Quién fue más dañino, Menem o los Kirchner? Las calles de nuestra ciudad con su mendigos que crecen cada día nos podrían dar la respuesta. Y ahora viene la derecha en serio, ésa que busca los pocos espacios verdes que quedan para desarrollar negocios inmobiliarios. El comercio nunca aceptó el límite de la ecología, ya quieren lotear hasta las plazas. Renovarse es primero recuperar las ideas; Perón decía «ni yanquis ni marxistas», luego Menem se enamoró de los yanquis y Cristina de los marxistas. Después de esa difícil tarea, hubo que sacarse de encima una suma dañina de gastados impresentables, muchos –demasiados- de esos que hay que impedirles subir a los palcos, de esos que arruinan las fotos, de esos que usaron el peronismo para lucrar y convertirse en los peores gorilas de la historia. Y finalmente, con ideas y ya sin piantavotos, salir a convencer a la sociedad de que todavía nos queda algo por decir. Sin autocritica no hay renovación. Esa tarea no permite hacerse el distraído y mezclar funcionarios de todos los gobiernos con jóvenes que sueñan con devolverle a la política la coherencia y la idea. La levadura de la renovación suelen ser los sublevados; los otros, los que se pasaron la vida aplaudie
“Antes que una renovación, el peronismo necesita una depuración”
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