Así es el método de tortura al que sometieron al supuesto asesino del colectivero Leandro Alcaraz
Por Rodolfo Palacios (extraído de Infobae.com) En los años 20, un asesino raptaba y asesinaba niños. Lo llamaban El vampiro de Düsseldorf y su leyenda inspiró a una película de Fritz Lang. En la ficción, la compulsión criminal del protagonista llevó a que fuera buscado por la Policía y por un escuadrón creado por el hampa. El odio de sus pares es lógico: por su culpa hay redadas, más vigilancia en las calles y sus negocios sucios corren peligro. Los malvivientes usan a los mendigos para hallar al prófugo. Y lo encuentran antes que la Policía. Lo llevan a un sótano, lo juzgan y lo castigan. Ese ejemplo simboliza un hecho universal: hasta la delincuencia tiene sus propias reglas, códigos de comportamiento y un sistema siniestro de premios y castigos. Jonathan Acevedo, el acusado de matar a sangre fría al colectivero Leandro Alcaraz en La Matanza, lo vivió en carne propia. Los otros detenidos de la comisaría noroeste segunda de La Matanza lo grabaron y el video llegó a los medios. Así tienen los presos de la matanza al asesino del colectivero, metiéndole cachetazos, haciendo que pida disculpas y boludeandolo para que haga ruidos de animales. Espero que este tipo la pase muy mal durante su tiempo preso, merecido lo tiene. pic.twitter.com/5aNYsdSknM — Francisco (@FrannGilFrias) 18 de abril de 2018 Hola, buenas noches Matías, soy ‘Pantriste’, el que mató al colectivero. Le pido, ¿cómo es?… Le pido perdón por haber matado por un boleto, dice Acevedo entre risas. Los presos le pegan, se burlan de él, le piden que imite a una vaca, a una oveja, a un toro y a una gallina. En ese momento, Acevedo es el payaso de circo de los otros: ese es el castigo. Matías, soy el putito loco. ¿No tenés un hombre para mí, compa?, es lo último que le piden que diga. Y él lo dice. De haber sido el asesino está claro que no está arrepentido. Otro detalle: fue obligado a grabar ese video. El Ministerio de Seguridad bonaerense desafectó a dos policías por este hecho. En las cárceles argentinas ocurre algo similar. Los delincuentes tienen sus propio Código Penal. Siempre se dijo que los violadores, los femicidas y los narcos no eran bien recibidos entre la población carcelaria. Son maltratados, golpeados, amenazadas y humillados. La novedad es que los internos graban esos ajusticiamientos con celulares que ingresan clandestinamente. A estos ataques en la jerga hamponal se los llama ajuste de ranchada. De hecho, en YouTube hay varios videos con ese título. Se ve a presos en bombacha fregando los pisos como la leyenda de Cenicienta, pero mucho más tenebrosa, lavando la ropa del pabellón o bailando cumbia en medio de una paliza múltiple. Un preso detenido en Udampilleta cuentra otro método: ponerles una corra y un collar con la vianda y hacerlos desfilar. Son los gatos del pabellón, grafica. Se están estudiando caso por caso y habrá sanciones, dice una fuente del Servicio Penitenciario Bonaerense. La metodología mafiosa se repitió en varios casos. El recién llegado, o el acusado de un delito cuestionable hasta por los propios presos, debe pasar por una serie de castigos o escraches. Se está poniendo de moda eso de las palizas contra uno, las graban con celulares que entran con los guardias y muestran todo. Sé de pibes que terminan apuñalados, dice a Infobae Leonardo Mercado, uno de los líderes de la temible Banda del millón, que robaba bancos y grabó un video de los ladrones disfrazados con máscaras y uniformes policiales. El Negro Pinto es un viejo pirata del asfalto qué pasó por siete prisiones bonaerense, desde Olmos a Sierra Chica. Para él, lo que pasa ahora no es nuevo. Siempre existieron estos verdugueos. Cuando entra uno nuevo, se sabe por qué delito lo metieron en cana. Si sos inocente y te acusan de matar a un policía, es mejor que digas que lo mataste. El que no se hace respetar termina mal. Cómo Lavatáper, Fitito o Fiorella, que es como le dicen a los sumisos, dice Pinto. Para el abogado