El llamado al 911 fue a las 11.36. Seis minutos antes había llegado un compañero de trabajo, un guionista llamado David Bar Katz, que había recibido el pedido de la madre de Hoffman para que viera en qué andaba el actor. Alrededor de las 9.30 debía pasar a buscar a sus tres hijos, a una cuadra y media de su departamento del 4-D de Bethune Street, en Greenwich Village, en Nueva York. Allí, Philip Seymour Hoffman apareció muerto con una aguja clavada en el brazo izquierdo, tirado en el piso del baño.
Muy cerca, en un tacho de basura, había cinco bolsas vacías de heroína (que serían utilizadas en unas 50 dosis), según relató thedailybeast.com. También había otros dos envases, pero llenos. Tenían la marca de un as de corazones y de espaldas. Además, había 20 jeringas usadas. La policía determinó que se trata de una forma de distinción de los narcotraficantes que le vendieron la droga. Tenía puesto una camisa y pantalones cortos.
A las 18.30, justo cuando comenzaba el famoso SuperBowl, una camioneta de médicos forenses estacionó en la puerta de su casa y se llevó el cuerpo del actor de 46 años. Todas las teorías indican que murió por sobredosis.
El camaleónico actor jamás escondió sus problemas con las adicciones. Aunque aseguró en varias ocasiones que había superado su adicción a las drogas y el alcohol, el año pasado los medios estadounidenses informaron que había ingresado de nuevo en una clínica de desintoxicación.
«Le vi la semana pasada y estaba limpio y sobrio, era el de siempre», dijo el guionista David Bar Katz en declaraciones al New York Times. «Yo creía que ese capítulo ya era pasado», agregó.