Carlos Henrique Raposo «Kaizer» hizo carrera en el deporte rey… prácticamente sin patear un balón. Inventaba lesiones con complicidad y sobrevivía gracias a su amistad con deportistas y periodistas de peso.
Si te gusta el fútbol, seguramente hayas soñado alguna vez con triunfar y convertirte en una estrella. ¿Quién no querría vivir haciendo aquello que le apasiona? El problema es que las plazas en el mundo del fútbol profesional son pocas y los aspirantes muchísimos, así que los únicos que logran llegar a lo más alto son aquellos que suman cualidades naturales, trabajo duro y una dosis de fortuna. Ese es el único camino posible para la inmensa mayoría de candidatos… pero no para todos. Carlos Henrique Raposo encontró un «atajo».
Su insólita historia la hemos conocido leyendo el blog Give Me Sport. Nacido en Río de Janeiro en el año 1963, Raposo no podía presumir de la calidad que caracteriza tradicionalmente al jugador brasileño, la que hemos disfrutado en Pelé, Sócrates, Bebeto, Ronaldinho y tantos otros. No sabía regatear sobre el terreno de juego… pero sí sabía hacerlo fuera del campo, donde al fin y al cabo se firman los contratos. Esa es la habilidad que Carlos, apodado «Kaizer» por su parecido físico con Beckenbauer, decidió explotar para alcanzar la elite.
«Tengo facilidad para hacer amistades», explica este estafador de la pelota, que años después ha confesado que toda su carrera fue un enorme engaño. En una época en que la tecnología no había aterrizado todavía en el deporte, la recomendación personal era para muchos clubs una forma de encontrar nuevos futbolistas. Y «Kaizer» había sido amigo desde joven de Mauricio, ídolo en el Botafogo de los ochenta. Gracias a la influencia de su colega, las puertas del profesionalismo se abrieron para él.
Carlos Henrique Raposo firmó su primer contrato con Botafogo a los 23 años, pero todavía necesitaba hacer lo más complicado: seguir en la brecha sin que nadie supiese que no sabía manejar la pelota. El mismo ha detallado sus tretas. Antes de los entrenamientos, se ponía de acuerdo con un compañero para que éste le diese un golpe. Aparentemente dolorido, se iba al vestuario y de allí a la consulta de un dentista (otro de sus compinches) que acreditaba su lesión. No había en aquel tiempo resonancias magnéticas que pudiesen desmentirlo.
Mantener una buena relación con futbolistas de peso y periodistas fue lo que permitió a «Kaizer» sobrevivir entre gigantes. Era frecuente verlo en discotecas junto a ellos… y también se ganaba su simpatía en las concentraciones. Cuando iban a un hotel, alquilaba toda la planta inferior a la que su equipo utilizaba y la llenaba de mujeres «amiga» suyas. De este modo la plantilla disfrutaba de una fiesta nocturna sin necesidad de salir del edificio. Todos adoraban a Carlos, el artífice de esas juergas clandestinas.
A base de lesiones ficticias, amistades influyentes y facilidad para el engaño, este futbolista vivió del fútbol durante años. Pasó entre otros po rBotafogo, Flamengo y Bangú en su Brasil natal, Puebla en México y El Paso en Estados Unidos. Estuvo incluso a Europa, militando en el Ajaccio francés. Y todo jugando muy pocos minutos. Llegó a provocar una pelea con un aficionado rival mientras calentaba para ser expulsado y no saltar al césped. Cuando le pidieron explicaciones, «Kaizer» dijo que el fanático había insultado a su entrenador… y éste renovó su contrato.
Fuente: http://www.diariouno.com.ar/ovacion/El-mayor-estafador-de-la-historia-del-futbol-20150511-0076.html