Por Manuel H. Castrillón |
¿Trataste de vivir un día sin celular? Supongamos que, sin querer, lo dejas en tu casa y te vas al trabajo sin él. En el autobús o en el metro te das cuenta. Sientes de repente un ataque de ansiedad. Piensas que te falta algo insustituible. Que tus seres queridos sufrirán en esa hora de viaje las siete plagas de Egipto. O que perderás una llamada importante de tu trabajo. Pero nada de eso ocurre. Llegas a tu oficina y no pasó nada. Podría llegar a ocurrir, eventualmente, pero la obsesión por estar con el móvil en la mano las 24 horas gana cada vez más seguidores.
Hace unas semanas, el video I Forgot my Phone, de una joven que no usaba celular y estaba rodeada de un universo de usuarios, su pareja, familia, amigos y compañeros de trabajo, fue furor en la Web. Casi 24 millones de visualizaciones. Esa pulsión por tener en la mano un celular a cada instante ya fue bautizada y es conocida como nomofobia, por las abreviaturas en inglés de No-Mobile-Phone.
Nadie niega las ventajas de la telefonía móvil, pero el exceso de dormir con el equipo debajo de la almohada, chatear a cada instante, tomar imágenes de cuanta cosa ven por la calle y enviarlas a una red social, trae inconvenientes de tipo social. ¿Qué sientes cuando en tu cita con tu novia o novio, encuentro con amigos o reuniones de trabajo, notas que el celular es una presencia más? Ves que a cada instante tu compañero está mirando la pequeña pantallita o escribe posts en Facebook. Bastante desagradable el asunto.
Esa dependencia digital no disminuye ni en vacaciones ni sabe de fines de semana. El móvil es el tercero en la cama cuando estás con tu pareja. ¿Conocen gente así? ¿Descubren algunas de estas actitudes en ustedes mismos? Yo suelo apagar mi celular el fin de semana. Tengo teléfono de línea en mi casa y si me quieren encontrar por algo serio lo van a hacer. Si salgo a la ruta lo llevo, pero como un auxiliar ante cualquier percance. El móvil, en la guantera.
Estos comportamientos adictivos sobre todo los vemos en gente joven, de entre 15 y 35 años. Los nativos digitales. Para ciertos puestos jerárquicos, junto con el elevado sueldo llega la obligación de tener permanentemente encendido el celular, días y noches, francos, feriados y días laborables. Pero en otros casos no es una necesidad laboral. Es una manía infringida por un trastorno obsesivo propio.
¿Se puede acabar con esta dependencia tecnológica? A veces no es sencillo y se deberá buscar ayuda especializada. Seguramente nuestros seres cercanos son los que nos indicarán antes que nadie que algo nos está pasando. Las primeras señales nos la puede dar, incluso, un hijo, cuando nos dice “Papá, deja el celu y vamos a jugar”.’
Manuel H. Castrillón es periodista especializado en tecnología, residente en la ciudad de Buenos Aires. @castri2010