¿Te llamás como alguno de tus progenitores o como algún familiar? Tené cuidado. Es posible que estés viviendo un destino que no te pertenece, marcado al ponerte ese nombre.
Así lo asegura el psicoterapeuta, coach y constelador Jorge Llano, quien explica que al llamar a un niño como a un familiar «se le invita a que ocupe el lugar del otro, porque un nombre tiene una historia y es muy posible que ese niño acabe identificándose con el destino de ese nombre».
De hecho, hay niños que se llaman como uno de los abuelos y que, cuando hablan, parece que «el que está hablando es el viejo usando el cuerpo del niño», destaca Llano. Eso es lo que en psicogenealogía se denomina el ’efecto ventrílocuo’ y que se produce cuando una persona habla como si fuera su antepasado.
«Hay un narcisismo cuando se pone el nombre del padre al hijo, porque ahí el padre quiere clonarse, marcarle un destino a su hijo y empujarlo a que viva cosas que él no ha podido vivir», advierte.
Si el nombre pertenecía a un familiar fallecido, es posible que «te conviertas en un sarcófago porque llevas un muerto dentro que también se expresa y que hace que el vivo se sienta un poco muerto».
Llano pone como ejemplo el caso de María del Carmen, con el mismo nombre de su hermana muerta, quien de niña iba al cementerio y se impresionaba al ver una tumba con su nombre y apellido. Hoy, a los 34 años, no le encuentra sentido a la vida, padece depresión y lleva dos intentos de suicidio. El problema es que tiene a su hermana fallecida ’encriptada’ y siente que esa hermana a la que no conoció se expresa a través de ella.
Para personas a la que les sucede lo mismo que a María del Carmen la idea de fallecer incluso se plantea como un descanso. «El amor los lleva a la vida y el muerto, a la muerte, los encripta, de modo que no ocupan un lugar en el sistema, son hojas viejas que no pueden representar lo nuevo», explica este psicoterapeuta, quien detalla que una cura para caso como el de María del Carmen es hacer «un ritual de nacimiento para despedirse de ese muerto».
La recomendación de Llano es contundente: «Nunca se deben repetir los nombres en la familia». ¿Qué hacer cuando el daño ya está hecho? La solución es que la persona que se llama como algún ascendiente tome conciencia de que tiene «una capacidad para torcer el destino, para volver al alma de la familia y recuperar el sentido profundo de la existencia de la misma», asegura Llano.
El consejo de este psicoterapeuta, quien dirige en Colombia la escuela Transformación Humana y que impartió la semana pasada un taller sobre el amor organizado en Barcelona por el Institut Integratiu, es buscar para los hijos nombres que no formen parte del árbol genealógico y que sean afines al legado familiar.
Como legado Llano entiende aquel don que se le da a determinada progenie para que lo haga florecer generación tras generación. Hay, por ejemplo, familias en los que algún miembro ejerció de curandero, después otro fue enfermero y ahora hay alguno que es médico. El legado de esa familia sería dedicarse a la sanación, pero hay «muchas veces que no se transmite ese legado lo que provoca que el árbol genealógico enferme».
Llano está convencido de que si el psicoanálisis fue la revolución del siglo XX gracias al descubrimiento del inconsciente por parte de Freud, la revolución del siglo XXI será la psicogenealogía al explorar el inconsciente familiar. «Trasladamos el inconsciente de nuestro árbol genealógico por generaciones y esto nos hace proyectar sobre los hijos lo que antes proyectaron en nosotros nuestros padres y a la vez sobre ellos nuestros abuelos, de modo que los arquetipos se adueñan de las personas y hacen de ellas meros juguetes del árbol familiar».
De ahí, que al igual que sucede en ’Cien años de soledad’, la obra cumbre de Gabriel García Márquez por la que desfilan Aurelianos, Josés y Arcadios condenados a sentirse solos, en el árbol familiar se repitan los nombres, las profesiones, las ideas, las circunstancias emocionales y sexuales, e incluso enfermedades, muertes y accidentes.
«Nuestra familia estaba cuando llegamos y seguirá cuando nos vayamos», explica Llano, para quien cada uno de nosotros tiene a sus espaldas una línea generacional que lo conecta con el primero de los hombres y la primera de las mujeres. «Somos hoy la generación de los vivos pero mañana seremos en la familia la generación de los muertos y serán los hijos, los sobrinos, los nietos los que nos sentirán en sus espaldas y percibirán la incapacidad, la patología, la inconsciencia y la fuerza, el sentido y el orden que hemos ofrecido a nuestra familia».
Ir a las raíces
La manera de romper este círculo es ir a las raíces de ese árbol genealógico para conocer cómo es el follaje, de modo que se puedan disolver las cargas familiares con el fin de usar los recursos propios para recuperar el destino. «Desde el mismo momento en el que alguien toma conciencia de la enfermedad de su sistema familiar, inicia un proceso de curación de su genealogía y la liberación de sus dinámicas ocultas, rompiendo y desvelando tabúes y secretos familiares que enfermaban el árbol genealógico», detalla Llano.
«¿De qué murió la hermana de María del Carmen? Investíguelo todo. Pregunte hasta lo más insignificante, desvele los secretos, abra los cajones. Interrogue a la abuela, visite al tío loco. Todo lo que se calla en una generación lo grita la siguiente», asegura Llano, para quien ésta es la manera de oxigenar un árbol genealógico, garantizar su supervivencia, contribuir a su fortalecimiento, a que eche ramas y a que algún día dé flores que acabarán transformándose en frutos.
Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/11/26/espana/1322304818.html