1. Reconocer los puntos ciegos. Si una persona piensa que es más lista que el resto, a esto se le llama «superioridad ilusoria», y se da de forma más palpable en la gente menos capaz. Si esa persona basa su razonamiento en sus resultados académicos, puede que sufra un «sesgo de confirmación» o, lo que es lo mismo, que solo se fija en la evidencia que apoya su punto de vista.
Si aún así esa persona sigue ‘erre que erre’ , los psicólogos denominan a esta conducta «sesgo del punto ciego», una tendencia a negar los errores en su propio pensamiento. Todas las personas sufrimos algún tipo de sesgo inconsciente, que abarca desde la decisión de comprar una casa hasta las opiniones sobre el conflicto en Oriente Próximo.
2. Estar preparado para ser humilde. «El hombre nunca debe avergonzarse de reconocer que se ha equivocado, puesto que hacerlo corresponde a decir que hoy sabe más que lo que sabía ayer». Esta frase corresponde al poeta del siglo XVIII, Alexander Pope, y es un pensamiento que los psicólogas llaman «apertura mental», que mide cómo una persona lidia con la incertidumbre y con qué rapidez y voluntad cambia de opinión si aparecen nuevas evidencias.
Es un rasgo que algunas personas encuentran muy difícil de adquirir pero que es muy útil a largo plazo. Según un experimento realizado Philip Tetlock, de la Universidad de Pensilvania, la gente que realizó mejores predicciones (les preguntaron a unas pesonas sus predicciones sobre unos acontecimientos políticos complejos a lo largo de cuatro años) utilizaron su apertura mental tanto como su elevado coeficiente intelectual. La humildad intelectual adquiere muchas formas, pero la principal es la capacidad de cuestionar los límites de nuestro conocimiento.
3. Discutir con uno mismo. Si menospreciarse a sí mismo no es posible, hay una estrategia simple: asumir un punto de vista diametralmente opuesto y empezar a argumentar contra sus propias convicciones. También puede ser útil ponerse en el lugar del otro e intentar imaginar lo que piensa, esto puede resultar muy útil cuando lidiamos con problemas personales.
4. ¿Qué pasaría si…? Una de las cosas que más critica Stenberg es que el sistema educativo no nos enseña a ser prácticos ni creativos. Una forma dee desarrollar esta habilidad puede ser volver a imaginar y repensar acontecimientos clave. Un ejemplo: recapacite sobre cómo sería el mundo si Alemania hubiese ganado la II Guerra Mundial. El objetivo es considerar las distintas poibilidades y construir hipótesis.
5. No subestimar las listas de verificación. Por muy inteligente que una persona sea, a veces biene bien recordar las cosas más básicas (por ejemplo, en el trabajo que desempeñe), ya que cuando surgen situaciones complicadas es muy fácil que se olviden.
BBC Mundo ofrece dos ejemplos al respecto. En el hospital John Hopkins, de EEUU, tienen una lista de cinco puntos para recordar a los médicos los pasos básicos de higiene. Esta cosa tan sencilla redujo la tasa de infecciones en diez días del 11% al 0%. En la II Guerra Mundial también ocurrió algo parecido. A los pilotos de avión de EEUU se les recordó los procedimientos básicos para el despegue y el aterrizaje, lo que redujo a la mitad los fallecimientos.
Ponga en práctica estos pasos y puede que comience a descubrir que es capaz de dar más de sí de lo que esperaba. «La inteligencia no es un resultado en un test, es la habilidad de saber qué quieres en la vida y de encontrar formas de conseguirlo», asegura Sternberg, incluso si esto conlleva darse cuenta de sus propias tonterías.
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