$(document).ready(function(){ Galleria.loadTheme(«/js/galleria/themes/twelve/galleria.twelve.min.js»); Galleria.run(«.galleria»); }) No iba seguido a ver equipos del ascenso hasta que mis amigos me empezaron a invitar a ver a un equipo que arrancaba en la D con una vivisección extraña: llevaría el nombre del club de la zona que era muy conocido por organizar multitudinarios «bailes de carnaval» que muchas veces -por suerte- de baile tenían poco. Porque en el Club San Miguel, cuya sede estaba a tres cuadras de la plaza, llegaron a presentarse en los primeros setenta Joan Manuel Serrat y Vox Dei. También tenía una buena cancha de básquet y un elegante bowling de los de verdad, con palos no mecanizados. Ese club de clase media -y en cierto modo elitista- no vio con buenos ojos que una parte de su dirigencia ganara una votación y pidiera en la AFA una inscripción para empezar a jugar en Aficionados, que ya era la Primera D. La cancha la construyeron en Los Polvorines, era 1978 y esa instancia me regaló hermosos capítulos de fútbol.Pero de eso ya no queda nada. La inoportuna presencia de un tal José «Nene» Sanfilippo y la errónea lectura del reglamento que hicieron los inexpertos dirigentes del futuro «Trueno Verde» le impidieron el ascenso en ese 1978 a pesar de ganar el torneo por afano. En el ’79 ya no necesité que me invitaran mis amigos: cada sábado quería ver a ese equipo que tocaba y tocaba, hacía muchos goles y jugaba de la misma forma en cualquier cancha. Más de la mitad de los jugadores de San Miguel jugaban juntos desde pibes en el equipo del barrio Santa Anita y se cansaban de ganar campeonatos por guita los domingos. Puestos a jugar en la D, generaron algo impensado en mi: que tuviera más ganas de verlos a ellos los sábados que el fútbol de los domingos. Y nada de aquello hoy tiene correlato. Ganaron la primera fase por escándalo y el octogonal final invictos. Más de la mitad de esos partidos, por goleada. Contra Midland, tocaron desde el medio hasta el área y en el borde del área chica el «Machi» Sosa la enganchó de taco y la clavó en un ángulo. Fue 5-0 y una fiesta que nunca pude olvidar. En ese 1979, alguien pensó en que el juvenil que preparaba César Luis Menotti para competir en Japón por el Mundial de la categoría podía jugar su último partido de entrenamiento en la Fundación Salvatori de José C. Paz con el equipo vecino, el puntero de la D. Fue 4-2 para San Miguel, ese equipo de atorrantes de barrio que tuvieron muy poco respeto con el seleccionado que llevaron a la cumbre Maradona, Ramón Díaz, Barbas, el Pichi Escudero y Calderón, entre otros. Fueron 5 años en la C hasta ganar de nuevo el campeonato con holgura y llegar a la B, la máxima entonces en el mundo ascenso. Y allí estaban dos sobrevivientes del campeón de la D, el «Chueco» Arce de 5 y el «Diby» Acuña de 10… Todavía emociona ese recuerdo. Porque ese equipo peleó el ascenso del ’85 cabeza a cabeza contra Atlanta, Racing y Rosario Central. Le ganó a los tres, pero no pudo en la semifinal contra los «Bohemios» y después la «Academia» se quedó con el segundo ascenso, cuando los «canallas» ya eran campeones. Muchas canchas del ascenso recorrí en esos años. Y de todo eso, nada queda. Así de lejanas quedan las leyendas que tuvieron música con olor a sábados. Por poner algunos poquísimos ejemplos, ahí están los ojos brillosos de quienes vieron al Hueso Houseman en Defensores de Belgrano, al Peludo Gigliani en Morón y a Pedro Coronel en San Telmo; los más grandes vieron a Julio San Lorenzo en Chicago y más acá a Delio Onnis en Almagro; o al Indio Gómez en Quilmes y a Carlos Vera en Dock Sud; y ya en los 90 y parte del nuevo milenio al «Loco» Darío Dubois en varios clubes de la C persiguiendo su sueño irrealizado de jugar alguna vez en la B. Pero en la B Metro, no en la quimérica B Nacional. Los clubes de la D, la C y en buena medida de la B no supieron retener ni un solo pedacito de aquella hermosa torta casera que se saboreaba los sábados. Por incapacidad ma
De aquellas pasiones de barrio a estas heridas abiertas
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