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Hace unos días viví una circunstancia que me encontró guardando cama. La televisión en cualquier momento de las jornadas diurnas o nocturnas se transformó en mi “siempre disponible” acompañante. Pensaba, mientras veía, en los diversos mensajes que me llegaban desde ese aparato. Pero hubo uno en especial, en la noche del jueves 13, que me provocó el “click” que da origen a estas líneas. Un “click” que tengo ganas de compartir, aún sabiendo del riesgo a correr. Sé que mis palabras pueden ser manipuladas en mi contra. Ya me pasó otras veces.
Soy un empresario privado y deseo el bienestar de todas aquellas empresas que se desarrollan en su quehacer cotidiano. Por el crecimiento de ellas y de aquellas fuentes de trabajo que las mismas generan.
Por otra parte, considero que la actividad del espectáculo debe ser amplia y heterogénea en propuestas para conformar gustos de todo tipo de espectador (sin olvidar, claro, que fabricar contenidos masivos no es lo mismo que fabricar broches). Diferente resulta el comportamiento del público pagante, que debe movilizarse y cumplir requisitos de costos y restricciones por edad para presenciar un espectáculo, al de la televisión que ingresa sin filtros a todos los hogares. Por eso, creo que entre los medios, éste es el que más debemos observar, sin olvidar que todas sus ondas pertenecen al Estado y que se otorgan a empresas privadas como beneficiarias por períodos definidos y con pautas a cumplir. La propiedad no es en ningún caso indefinida.
En tantas horas de cama me pregunté por qué los licenciatarios de la tele eligen contenidos que evitarían para sus familias. Para ser más claro, estoy seguro que no expondrían a sus seres queridos a los tormentos del rating a cualquier costo como lo hacen con otros. Evitarían con seguridad, por ejemplo, que sus propios hijos jóvenes mendiguen de famosos en realities varios, tirados sin hacer nada, paveando en tiempo real, con una valentía reducida a mostrarse de cualquier modo sin pudor alguno.
Tinellización. Sin dudas, esa denominación da cuenta de quién es el máximo exponente en la materia, incluyendo el término cuando nos referimos a la política, al tratarla como mero espectáculo, regida por sus mismas leyes frívolas y faranduleras. También, bajo pretexto de entretenimiento, hemos visto en un combo perfecto, cómo se transformaron por pantalla “minuto a minuto” enfermedades privadas en públicas, golpes, traiciones o insultos en moneda corriente, personas de poco talento en famosos por el hecho de tener dinero. Vimos nacer íconos de la juventud por jactarse de ignorantes, violencias familiares expuestas, personas con discapacidades (incluyendo las que no se notan en lo físico) y siguen las firmas… La colaboración con instituciones o el “interés desinteresado” en exponer el talento no alcanzan como argumentos para quienes disponemos de las herramientas culturales que nos permiten comprender los contenidos que nos transmiten. Unos mensajes amplificados a más canales propios y ajenos, y a demasiadas horas de lo mismo. Una vez más, y como en tantas otras cosas, se juega el partido con(tra) los más indefensos.
El “click” me llegó el viernes de madrugada, cuando escuché en el repiqueteo mediático diferido que también intentaban subestimarme como ciudadano. En medio del show bizarro del todo vale y a cualquier precio, la voz del conductor, uno de los mejores en su oficio, advirtió, al término de manifestaciones públicas sucedidas esa noche, sobre la importancia de que “los argentinos evitemos la violencia” y tantos otros conceptos que comparto.
Sólo que para ser coherente, sería oportuno verlo salir de ese ring permanente de impunidades y agresiones, generadas de antemano a partir de una digitada selección de un elenco que garantice, justamente, lo que su discurso del jueves 13 manifiesta querer evitar. Asumo entonces aquí mi derecho y responsabilidad ciudadana de responder a ese llamado público manifestando lo que me provocó. (Una respuesta ciudadana)
por Carlos Rottemberg
Fuente: Exitoína