Por Daniel Vittar
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Los precios de venta van de 30.000 dólares por un pequeño islote en Canadá hasta 150 millones de euros por una enorme en Grecia. Por US$ 2.000 por semana se puede alquilar una en Florida. Cinco argentinos ya consultaron.
El primero que se atrevió fue el magnate naviero Aristóteles Onassis, con la famosa Skorpios, en las aguas esmeraldas del mar Jónico, frente a la costa griega. Después Marlon Brando, cautivado por la polinesia francesa, armó su vida en Te’tiarao. Hasta hace poco, sólo las blindadas cuentas de multimillonarios famosos podían acceder a la intimidad de una isla. Pero esto cambió y hoy el mercado mundial de islas privadas permite comprar un pedazo de tierra insular al precio de un auto mediano usado, o alquilarla en lugares paradisíacos como las Bahamas por 2.000 dólares la semana.
«Por los cambios recientes en la tecnología, el surgimiento de Internet que hace más fácil buscar y ver imágenes de las islas, y también por la tendencia de las celebridades a poseer una, en los últimos años se vio un interés creciente de personas comunes que quieren vivir un estilo de vida diferente. Hay gente que está comprando islas como segunda residencia o propiedad de vacaciones», le cuenta a Clarín el director de Operaciones de Private islands Inc., Andrew Welsh.
Esta agencia, que cuenta con «500 islas para la venta y 250 destinadas al alquiler en todas las regiones geográficas posibles», con excepción de la Antártida, es una de las líderes en el mercado. Su catálogo va desde un pequeño islote de apenas 3 hectáreas en New Brunswich, Canadá, en 30.000 dólares, a la isla de Patroklos, de 260 hectáreas frente a la costa de Atenas, con áreas cultivables, a 150 millones de euros. «Tenemos clientes de todos los ámbitos de la vida, miembros de la nobleza hasta celebridades, pero también mucha gente común, individuos que han decidido convertir sus sueños en realidades insulares», explica Welsh.
Aislarse del mundo, disfrutar de la naturaleza, recluirse en familia, abordar una aventura. Cualquiera de esos motivos son suficientes para desafiar el particular mundo de las islas. Lo hacen artistas, empresarios y multimillonarios en general, pero también profesionales de clase media que se hartaron de las ruidosas y estresantes ciudades.
Hace poco, según detalla el presidente ejecutivo de la agencia, Chris Krolow, le vendieron a un docente canadiense una isla en Ontario con una pequeña casa a 250.000 dólares. En el otro extremo están las grandes operaciones: una de las mujeres más ricas de Francia, Liliane Bettencourt, fundadora de L’Oréal, vendió su isla en el paraíso tropical del archipiélago Seychelles, en el Océano Indico, por 74 millones de dólares.
El mercado es grande, pero se concentra en los lugares de mejores infraestructura y acceso. «Las islas más populares y buscadas son las que se encuentran en el Caribe, específicamente en las Bahamas. Son las más bonitas, hablan inglés y tienen una moneda a la par con el dólar. Además, sólo tienen un viaje corto en avión desde territorio estadounidense», señala Welsh. El otro redituable negocio en esa región son los alquileres. Van desde los 2.000 dólares por semana en una isla en el Golfo de México de 4 hectáreas, hasta los 30.000 por una que triplica el tamaño y la infraestructura en los Cayos de la Florida. «No clasificamos a nuestros clientes por nacionalidad, pero desde enero de este año hubo cinco argentinos que se mostraron interesados en alquilar islas en Florida», puntualiza el directivo.
Una isla de calidad, según los especialistas, tiene que cumplir con tres criterios básicos: un clima cálido, un entorno natural agradable con facilidad de transporte e infraestructura de vivienda adecuada. Claro que puede haber sorpresas desagradables. Algunas islas baratas frente a Honduras o Belice tienen excesiva humedad, abundantes insectos, serpientes y hasta enfermedades como el dengue. También durante mucho tiempo allí se sufría el acoso de bandas de piratas que se movían en pequeñas embarcaciones. Pero esto también es parte de la vida de un isleño. «Si se preocupa por los peligros que puede encontrar, tal vez una isla privada no sea el lugar adecuado para usted. La isla privada es una forma de vida para las personas independientes o con personalidad aventurera», remarca Welsh.
En un foro de gente que eligió ese estilo de vida, resaltan la filosofía que implica. El propietario de una isla en Amherst Island, Ontario, que vive allí desde hace 5 generaciones, lo sintetiza así: «Mucha gente piensa que vivir en una isla privada ofrece tranquilidad y privacidad. Bueno, eso es una verdad a medias. En el invierno, cuando el lago está medio congelado, la situación cambia. O en verano tener que cruzar con un bote a remo, o subirse a un auto y conducir hasta un comercio para comprar las cosas más esenciales. Pero pese a los inconvenientes, es lo más maravillosa del mundo. Ofrece un sentido de pertenencia, de orgullo y de conexión con la tierra que ninguna otra experiencia puede proporcionar»