Sin su clásico bigote y en su faceta actoral, Martín Caparrós protagoniza un filme sobre la muerte de Mariano Ferreyra. Asegura que la interna entre el Gobierno y los medios ayudó a agudizar el sentido crítico de los lectores y relativiza la construcción del relato como el gran pilar del kirchnerismo, cuya gestión define como un cúmulo de contradicciones.
Martín Caparrós se afeitó los bigotes, su sello particular, como una marca registrada que lo acompañó poco más de 30 años. Es que, en su nueva faceta actoral, Caparrós pretendía parecer menos Caparrós. En la película ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, cuyo estreno se espera para fines de marzo o principios de abril, interpreta al periodista Andrés Oviedo, a cargo de llevar adelante la investigación sobre el asesinato del joven militante. Desde la tranquilidad de su estudio, charla con El Cronista WE sobre la tambaleante coyuntura política argentina y adelanta el tema de su próximo libro: el hambre, resultado de un viaje por distintos rincones del globo.
* ¿Cómo le resultó rodar esta película que, además, tiene un fuerte corte político?
– Fue una de las razones por la que acepté hacerla. Al inicio, me costaba aprender la letra. Al final, me gustó, me interesó. Me parece que el filme vale la pena porque es un relato sobre una situación significativa de la Argentina: cómo un Estado, ciertos sindicalistas, jefes empresarios y demás se alían y terminan produciendo no solo corrupción sino también una fuerte violencia que redunda en la muerte de un chico.
* ¿Cuánto hay de cierto en eso de que muchos actores se habían negado a interpretar el rol que usted hizo por miedo a recibir represalias del Gobierno?
– No son muchos, sino un par. Cuando los directores (N. de la R.: Alejandro Rath y Julián Morcillo) vinieron a verme me contaron que un par de actores no quisieron hacerlo porque temían las consecuencias. No significa que todos los actores de la Argentina tengan ese miedo. Sería idiota de mi parte generalizar.
* Estos días, a raíz de los dichos de Darín, la polarización política parece también haber ganado la escena actoral…
– No creo en la idea de que el apoyo de ciertos artistas e intelectuales al Gobierno tenga que ver con el interés, con la plata o con que les ofrecen trabajos. Por supuesto, hay quién lo hace. Hay gente que escupe a las viejitas en las plazas. Pero creo que muchos de los que apoyan al Gobierno lo hacen porque es lindo creer en algo. Es difícil vivir sin creer. Por eso se inventaron los dioses y las grandes cosmogonías. La creencia política no deja de ser una forma de creer. Cuando un sector, al que todo lo que se le ofrecía le parecía deleznable, se le ofrece algo que tiene algunas posibilidades de agarrarse para creer, va y se abraza. Y si después eso les cuesta tener que hacerse los tontos en algunas cosas, cerrar los ojos en otras o gritar amén cada vez más fuerte, es un precio que están dispuestos a pagar. Es eso. No la codicia de me voy a ganar unos mangos. Fito Páez o José Pablo Feinmann no los necesitan.
* ¿Es la construcción del relato el gran pilar del kirchnerismo?
– Habría que relativizarlo. Me parece que en ciertos sectores intoxicados de información y de palabras, porcentaje influyente pero bajo de la población, sí. Pero, para grandes cantidades de personas, los pilares son las subvenciones y el asistencialismo. Medidas que hicieran que una madre tuviera $ 2300 para darles de comer a sus 5 hijos con frecuencia, algo que no sucedía hace 10 años, es más significativo que el relato. El relato, claro, funciona pero en un sector restringido.
* ¿Cuál es el riesgo de seguir mantiendo estas medidas a 10 años de la crisis?
– Son políticas cortoplacistas. Uno de los grandes fracasos de este Gobierno es que no hizo nada por integrar a las personas a las que asiste con esas asignaciones. Lo que hace es mantener esa marginalidad, dándoles lo mínimo y necesario para que sigan comiendo. Estoy escribiendo un libro sobre el hambre. Estas semanas anduve por el conurbano, en zonas donde hay chicos con bajo peso. Hay gente que es mantenida con lo necesario para sobrevivir.
* Pero no permite movilidad social…
– Ni siquiera la posibilidad de acceder a un empleo razonable para ganarse la vida por sí mismos y comenzar a integrarse. Ahora, por caso, por estas medidas cortoplacistas bajó la construcción, que les permitía hacer changas a los hombres de esas familias. Hoy, no tienen los módicos ingresos de hace un año.
* ¿Cómo ve la interna con Scioli?
– Si algo me parece más triste que los tres años que quedan de este Gobierno, es el hecho de pensar que probablemente después venga Scioli o Macri. Me deprime y trato de no pensarlo. Son poco interesantes, muy mediocres, con ideas sociales radicalmente distintas a las que me pueden interesar. Veo una perspectiva sombría…
* ¿Queda algo por decir de la relación entre el Gobierno y los medios?
– Este Gobierno creyó en los medios más que lo que nunca había creído ningún periodista ni empresario mediático. Está convencido de que son centrales para ejercer el poder. Después, todo el resto es una sucesión de alianzas y peleítas entre sectores. El sentido final es haberles enseñado a los argentinos que tienen que ser más cuidadosos y críticos cuando consumen información. Nunca más en la Argentina se van a volver a leer los medios con la idea con la que se los veía hace 10 años. Cada vez que pasa algo, la culpa es de la corpo, dicen los kirchneristas. Clarín remarca que Cristina se aloja en el hotel más caro (N. de la R: se refiere a la visita oficial a Abu Dhabi) y es evidente que si vas en visita oficial a un país, no pagás. Es como una especie de carrera de ratas, en la que se pelean con errores. Cada uno trata de equivocarse más que el otro y en general lo consigue. Los argentinos aprendieron que tienen que ser más críticos porque todo lo que se escribe muestra que alguien lo ha dicho o ha mostrado, y siempre tiene una visión sesgada. Por más que intente cierta neutralidad, uno ve el mundo desde uno y decide, aun con la mejor voluntad, que hay que contar tal cosa antes que otra. Veremos qué pasa. Uno de los posibles efectos es que nunca más nadie crea nada de lo se dice. Y otro es que se reconstituya un poco la máquina mediática, considerando ese escepticismo de los lectores.
* ¿Le molesta el uso de cadena nacional?
– Sí, pero me parece muy menor. Se supone que está claro sobre qué situaciones se debería usar y Cristina Fernández no siempre respeta esa regla. Todo el uso del aparato de difusión del Estado o del Gobierno es muy criticable. La cadena nacional es solo una parte de ese uso. De todos modos, esta tendencia a discutir sobre los gestos de Cristina me parece que es como algo que ya pasó. No es más que repetitivo. Hay que encontrar otros ángulos.
* ¿Qué ángulos de análisis propone?
– Temas de fondo y no ponerse a insistir con la chicana de lo fácil, mirá lo que dijo, le mandó una carta a Darín, qué cholula.
Ver si es cierto que el nivel de desigualdad económica se incrementó en la Argentina en el último año; cómo hacer realmente para integrar a esos 5 millones de personas que están en el margen. Eso es mucho más grave que si la señora dice un exabrupto en un discurso por la fragata.
* ¿Aprueba a algún líder político?
– Me encantaría pero no hay alguien que realmente pueda
A ver, para empezar, preferiría que no fuera necesario un líder. Me gustaría que mucha gente se pusiera de acuerdo sin la necesidad de representar ese acuerdo en la figura de alguien, cosa que es peligrosa. Pero tampoco veo que se perfile un papá bueno.
* ¿No resulta algo anacrónico seguir hablando de izquierdas y derechas?
– Quizá están muy desprestigiadas por usos abusivos. Pero de algún modo hay que definir las diferencias entre gente que cree que es necesaria mayor igualdad social, económica y cultural, y quienes creen que es indispensable. Llamemos izquierda a la gente que cree en esa necesidad; y derecha a quienes consideran que hay cosas más importantes. Creo que esos nombres siguen vigentes y quiero reivindicar que sigan existiendo. Me parece que es la única forma de ir consiguiendo cosas en el sentido de que haya cada vez más igualdad.
* ¿Ve tintes de izquierda en la gestión CFK?
– Es muy difícil definir a este Gobierno porque es un cúmulo de contradicciones. Por un lado, tiene un discurso nacionalista y ha nacionalizado un par de empresas. Al mismo tiempo, tiene alianzas fuertes con las mayores corporaciones multinacionales, como la Barrick Gold, Walmart o Monsanto y no ha habido grandes cambios en los niveles de desigualdades sociales. Sí un proceso de concentración económica donde cada vez menos firmas controlan más parte del mercado y cada vez más esas empresas son extranjeras. Todo eso mientras hacen grandes discursos nacionalistas. Son contradictorios.
* Su próximo libro trata un tema global: el hambre…
– Si todo va bien, lo presento a fin de año. Estuve en lugares pesados: la India, Bangladesh, Madagascar, Sudán. Es un trabajo laborioso. Trato de pensar cómo funciona el hambre, cuáles son sus causas y sus efectos. Cuando ando por el mundo, me pasa que la idea de patria o de país me resulta banal, ridícula. No tengo ninguna razón para interesarme menos en lo que le suceda a una señora en Bangladesh que a una en Posadas. O uno se interesa por el mundo o no se interesa por nada. Interesarse por el propio país, lo que llamamos nacionalismo patriótico, me parece una bajeza. Eso lo aprendo cuando viajo.