Espeluznante historia de un brutal asesino

Espeluznante historia de un brutal asesino

Por SHARON COHEN y RACHEL D’ORO | Associated Press

ANCHORAGE, Alaska, EE.UU. (AP) — El preso tenía las manos y los tobillos esposados, parecía nervioso y a veces estallaba en risitas al confesar sus horrendos crímenes.

Israel Keyes no mostró remordimiento alguno al describir en detalle espeluznante cómo secuestró y estranguló a una chica de 18 años, y luego exigió el pago de una recompensa por su libertad, fingiendo que la víctima estaba aún viva. Los fiscales lo interrogaron y quedaron atónitos ante su actitud: parecía entusiasmado, animado, al relatar la historia. El individuo se mecía tanto en su silla que las esposas dejaron marcas en la madera.

Los fiscales le complacieron cuando Keyes les pidió una taza de café, una barra de chocolate y un cigarro. Pero entonces le mostraron las fotografías tomadas por las cámaras de seguridad, le miraron directamente a los ojos y le manifestaron: Sabemos que secuestraste a Samantha Koenig, te hallarán culpable.

La intención era resolver el caso de una joven desaparecida, y lo lograron. Pero pronto se percataron que se trataba de algo más profundo, de un nivel de maldad jamás pensado.

Keyes, tras confesar que asesinó a Koenig, usó un mapa de Google para señalar el lugar preciso en un lago en que arrojó sus restos mutilados tras lo cual se fue a pescar. Pero la cosa no quedó allí. Hablaba de ser «dos personas distintas al mismo tiempo» durante 14 años. Hablaba de relatos que nunca había compartido y parecía hablar en plural, usando frases como escalofriantes como «toma mucho tiempo estrangular a alguien».

Kevin Feldis y Frank Russo eran los fiscales ese día y, acompañados de detectives del FBI y de la policía de Anchorage, llegaron a un consenso: Israel Keyes había matado a varias personas.

En un total de 40 horas de entrevistas durante ocho meses, Keyes hizo referencia a crímenes múltiples; las autoridades creen que hubo quizás una docena. Viajó desde Vermont hasta Alaska al acecho de sus víctimas. Confesó haber ocultado «paquetes asesinos» en varias localidades para facilitar sus crímenes. Tales paquetes — con pistolas, esposas y otros materiales para deshacerse de restos humanos — fueron hallados en Alaska y Nueva York.

Al mismo tiempo, aunque parezca increíble, Keyes era un ciudadano común — un padre que vivía con su novia e hijo, un hábil reparador que le hacía arreglos a sus vecinos.

Keyes admitió haber matado a cuatro personas en el estado de Washington, haber arrojado otro muerto en Nueva York y dijo que violó a una adolescente en Oregón. Para financiar tantos viajes, dijo, robó bancos, y las autoridades confirmaron tales asaltos en Nueva York y Texas. Narró que incendió una casa en Texas y que contempló complacido las llamas.

Aunque a veces daba detalles, otras veces era ambiguo. Sólo en una ocasión aparte de Koenig dio el nombre completo de sus víctimas: el de un matrimonio en Vermont.

Israel Keyes quería controlarlo todo: sus crímenes, sus confesiones y, al final, su muerte.

En diciembre, se cortó la muñeca izquierda y se ahorcó con una sábana en su celda en la cárcel. Dejó una carta de dos páginas, y muchas incógnitas.

Las autoridades ahora buscan respuestas, pero ello no es nada fácil: están convencidos de que Keyes, a sus 34 años, era un asesino múltiple; muchas de sus confesiones han sido confirmadas. Pero los detalles siguen envueltos en penumbra, la estela de crímenes abarca desde Estados Unidos hasta Canadá y México, y la única persona que conocía la verdad está muerta. Agentes del FBI a lo largo y ancho del país, junto con otros miembros de fuerzas del orden, están tratando de resolver el misterio, creando una cronología del nefasto sendero que siguió el asesino.

Pero reconocen también que Israel Keyes se llevó sus secretos a la tumba, y que posiblemente nunca serán resueltos.

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Las autoridades no están seguras de cuándo comenzó Keyes a cometer sus crímenes. Pero sí tienen una espeluznante imagen de la última víctima conocida.

Las imágenes captadas por una cámara de seguridad muestran el comienzo del secuestro de Koenig. Se le ve a Keyes como una figura grisácea, un hombre encapuchado y enmascarado afuera del Common Grounds, una modesta cafetería detrás de unas montañas de nieve que apenas se ve, al otro lado de una amplia carretera.

Era el primero de febrero del 2012, como las 8 de la noche, el cafetín cerraba. Koenig le entrega a Keyes una taza de café, pero alza las manos y camina hacia atrás, revelando que se trata de un asalto. Se apagan las luces y Keyes aparece saliendo por la ventana de pedidos.

Las autoridades relatan que sus siguientes pasos fueron:

Keyes mete a Koenig en su automóvil, amordazada y maniatada. La esconde en una choza afuera de su casa, prende música a todo volumen para que nadie la escuche gritar, y regresa a la cafetería para recoger el teléfono celular de ella y sacar cualquier evidencia.

El 2 de febrero, Keyes la viola y la mata estrangulándola. La deja así, vuela a Houston y sale de paseo en barco, regresando dos semanas después.

Al regresar toma una foto del cuerpo de Koenig junto con un ejemplar del diario para hacer creer que ella sigue viva. Escribe al dorso que exige dinero por la libertad de la joven, pidiendo 30.000 dólares que deben ser colocados en una cuenta bancaria de ella. Por mensaje de texto le ordena a la familia ir a un parque para recoger la nota. La familia deposita el dinero, recabada de un fondo que crearon para recibir contribuciones.

El 29 de febrero, Keyes retira 500 dólares de un cajero automático en Anchorage, usando la tarjeta de débito del novio de Koenig. Al día siguiente, saca otros 500 dólares.

El 7 de marzo, en Willcox, Arizona, Keyes saca 400 dólares. Viaja a Lordsburg, Nuevo Mexico y saca otros 80. Dos días más tarde saca 480 en Humble, Texas y la misma cantidad el 11 de marzo en Shepherd, Texas.

Para entonces, las autoridades habían conseguido su imagen gracias a las cámaras de seguridad de los cajeros automáticos, y veían una ruta trazada por los viajes: Keyes iba por la carretera I-10 en un Ford Focus blanco. El 13 de marzo, a casi 5.200 kilómetros de Anchorage, la policía en Lufkin, Texas, lo detuvo por exceso de velocidad.

Dentro del vehículo hallaron la evidencia: billetes enrollados y atados con una banda elástica, un trozo de tela usado como máscara y mapas con las rutas resaltadas. También hallaron la tarjeta de débito robada y el teléfono celular de Samantha Koenig.

Monique Doll, La investigadora del caso en Anchorage y su colega, Jeff Bell, viajaron a Texas para interrogar a Keyes.

Doll le mostró a Keyes la nota que él escribió pidiendo dinero.

«Le comenté que el primer par de veces que la leí me pareció que quien sea que la escribió debe ser un monstruo y mientras más la leía —seguro que la leí como 100 veces — entendí que los monstruos no nacen así, y que esta persona debe contar lo que le pasó», dijo ella.

Keyes le respondió: «No te puedo ayudar».

Dos semanas después, detenido en su celda en Alaska, Keyes cambió de opinión, enviando un mensaje mediante otro detective: «Díganle que aquí la espera el monstruo».

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Para Monique Doll, Keyes tenía una personalidad doble, pero sólo exhibía su lado diabólico.

«Lo que sabíamos de él era que era un asesino múltiple, no conocíamos cómo era como padre, como trabajador», comenta Doll.

Keyes les había advertido que no hicieran caso de relatos distorsionados sobre él.

«No hay nadie que me conozca de verdad, jamás hubo nadie … Escucharán cosas que contradicen lo que yo les digo porque yo soy en realidad dos personas», dice Keyes en una grabación divulgada por el FBI.

«¿Por cuánto tiempo has sido dos personas?» le pregunta Russo, uno de los fiscales.

Keyes se ríe y responde: «Mucho tiempo, catorce años».

Las autoridades sospechan que Keyes empezó su ola de asesinatos más de 10 años atrás, tras servir en el ejército tres años en la hoy llamada Base Lewis-McChord cerca de Tacoma, Washington.

Sean McGuire, quien era compañero de cuarto de Keyes en el ejército, dice que se hicieron amigos al pasar juntos por un duro entrenamiento en Egipto. Pero añade que había un lado oscuro de Keyes que le perturbaba. Cuando Keyes parecía ofendido por algo que había dicho McGuire, bajaba la mirada y susurraba «Quiero matarte, McGuire».

Keyes, el segundo hijo de una larga familia, fue educada en casa, en una cabaña sin electricidad en Colville, Washington, una zona rural escasamente poblada. La familia se mudó en los años 90 a Smyrna, Maine, donde trabajaban en la industria del sirope de arce, según un vecino que recuerda a Keyes como un tipo amable y cortés.

Tras ser dado de baja del ejército, Keyes trabajó para la tribu indígena Makah en Washington y se mudó a Anchorage en el 2007 cuando su novia consiguió trabajo allí. Como carpintero y reparador, era considerado competente, honesto y eficiente.

«Nunca sentí nada malo, aterrador ni extraño con él», comenta Paul Adelman, un abogado de Anchorage que contrató a Keyes para hacer unos arreglos domésticos en el 2008.

La novia de Keyes también quedó asombrada al enterarse de su doble vida, dijo un amigo de ella, David Kanters. «El engañó a todos», dijo Kanters a la AP en un correo electrónico. «Eso es de verdad lo más escalofriante, que parecía un tipo totalmente normal». (Ella no respondió a numerosos pedidos para que formulara comentarios.)

Keyes parecía un tipo usual. «No sólo era muy inteligente, sino que se adaptaba y tenía mucho juicio. Esos aspectos aunados lo hacían sumamente difícil de capturar», dijo Kanters.

Keyes era también meticuloso y metódico, pues viajaba entre estado y estado, alquilaba vehículos y recorría cientos de kilómetros al acecho de sus víctimas, en lugares remotos como parques, campos y cementerios. El caso de Koenig fue la excepción, lo hizo en su propia zona.

En uno de los interrogatorios, Keyes habla de su modus operandi:

«Cuando yo era más inteligente, yo dejaba que ellas vinieran a mí», señaló añadiendo que se dirigía a zonas aisladas, cerca de donde vivía. «No hay tanta gente para matar … pero tampoco hay tanta gente que puedan ser testigos».

Keyes se jactaba de que por mucho tiempo nadie lo atrapó. Cuando se le preguntó cuál había sido su motivo, respondió «Todos me preguntan por qué y yo respondo, ¿por qué no?», dice Bell, de la policía de Anchorage.

«A él le gustaba lo que hacía», comenta el agente del FBI Jolene Goeden. «Hablaba de cómo le entusiasmaba, de cómo le corría la adrenalina».

Goeden dice que Keyes le suministró información sobre ocho víctimas, a veces más específico, a veces menos. También hizo alusión a otras víctimas pero aseguró que no mató a más de 12 personas. En un caso dijo sólo que el cuerpo fue hallado y que la muerte había sido declarada accidental y se negó a dar más detalles.

Las autoridades dicen que confirmaron casi todo lo que Keyes les contó. «Es imposible que todo esto sea inventado», expresó Feldis, uno de los fiscales.

La policía intentó hacer que Keyes les diera más detalles sobre la identidad de sus víctimas, pero él se negaba siquiera a revelar si eran hombre o mujer.

Con una excepción: poco después de que Keyes confesó el asesinato de Koenig, los fiscales le dijeron que sabían que él había matado a otras personas y que sus computadoras estaban siendo registradas. Keyes sabía que en ellas había información sobre otras dos víctimas, y que era hora de aclarar un misterio ocurrido en un pequeño poblado a 4.800 kilómetros de distancia.

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Eran como las 8 de la noche del 6 de abril del 2012, y el teniente policial George Murtie estaba en su casa en Essex, Vermont, cuando un agente local del FBI lo llamó.

Habían pasado casi 10 meses desde la desaparición de Bill y Lorraine Currier, una pareja de unos 50 y tantos años de edad. Se sospechaba que habían muerto. Habían algunas pistas aquí y allá, pero Murtie quedó asombrado al enterarse de que las autoridades en Alaska habían detenido a un hombre que confesaba haber matado a la pareja y arrojar sus cuerpos en una granja abandonada.

Con 28 años de experiencia como policía, Murtie conocía la comunidad como la palma de su mano, inclusive la ubicación de esa granja. Se dirigió allá esa noche con otro detective, pero se dieron cuenta que el edificio había sido derribado. Registraron la zona pero no dieron con nada sospechoso.

Varias semanas después, cuando Murtie interrogó a Keyes por teléfono, percibió que Keyes confesaba el crimen de manera casual, despreocupada.

«Yo diría que era como hablar con un contratista que me describía sus trabajos anteriores», recuerda Murtie. «El tipo hablaba con plena tranquilidad, sin emoción alguna».

Keyes confirmó los detalles del crimen:

El 2 de junio del 2011, Keyes viajó a Chicago con la intención de secuestrar y matar a alguien. Consigo llevaba una pistola y un silenciador. Manejó 1.200 kilómetros hasta Essex, un suburbio cerca de Burlington. Entró en un motel donde había pernoctado en otra ocasión en el 2009 y donde había enterrado unas armas y suministros, y vigiló una casa que cumplía con sus requisitos: no albergaba niños ni perros, no había vehículo en la entrada, era claro dónde estaba el dormitorio.

En la madrugada del 9 de junio, Keyes le cortó los cables telefónicos a la casa y entró por el túnel de un ventilador en el garaje. Con una linterna aferrada a un casco, se metió en el dormitorio de los Curriers, los sacó y los metió en su auto, maniatados.

Llevó a la pareja a una granja, donde ató a Bill Currier a una silla. Al regresar al auto vio que Lorraine Currier se había zafado y corría hacia la calle: Keyes la atrapó y se la llevó de vuelta a la granja.

Bill Currier logró romper la silla y gritaba «¿dónde está mi esposa?» Keyes le golpeó con una pala y lo mató a tiros. Violó y estranguló a la mujer y metió los dos cuerpos en bolsas de basura. De allí manejó hasta el estado de Nueva York, arrojó las armas en un lago en Parishville, Nueva York, donde buzos del FBI luego las recuperaron. Los restos nunca fueron hallados.

Murtie quedó asombrado por la confianza que exhibía Keyes.

«Habría que correr un gran riesgo para ir a un vecindario que él no conocía, meterse a la casa de gente que él no conocía y sacarlos de allí en su propio vehículo», dice Murtie. «Cualquier persona racional hubiera pensado que la probabilidad de ser capturado era demasiado alta».

En los interrogatorios, Keyes en ocasiones se negaba a hablar y amenazaba con mantener su silencio si se hacía pública su identidad como sospechoso en el crimen de los Curriers. Por ello las autoridades de Vermont se abstuvieron de revelar lo sucedido hasta que las de Alaska pudieran sacarle más información al asesino.

«¿Por qué no nos das otro nombre?» le imploraba el fiscal Russo.

Keyes estaba conflictuado. Quería que se supiera de su hazaña, pero le preocupaba lo que pensarían sus amigos y familiares (tiene una hija de 10 u 11 años de edad), según Goeden, el agente del FBI. Keyes rechazó todos los pedidos de darle paz a los familiares de las víctimas.

«Piensa en tus seres queridos», le imploró Doll. «¿Acaso no quisieras saber si ellos regresarán a casa?»

Respondió Keyes: «Mejor pensar que están en una playa en algún sitio que fueron sido asesinados brutalmente».

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Israel Keyes nunca divulgó otro nombre.

Fue hallado muerto el 2 de diciembre, tres meses antes del inicio de su juicio en el caso Koenig. El FBI está analizando la carta que dejó, pero al parecer allí no se menciona el nombre de ninguna víctima.

El suicidio deja a los familiares de las víctimas frustrados y sin respuestas.

«Nos merecíamos un día de juicio y no lo tuvimos», comenta James Koenig, el padre de Samantha.

Meses antes de que se divulgara el pasado tenebroso de Keyes, Koenig sospechaba que su hija no había sido la única víctima. Junto con otros voluntarios montó una página en Facebook con el título «¿Conoce usted a Israel Keyes? Posible asesino en serie». Incluye fotos de Keyes y mapas.

Entretanto los detectives han usado los registros financieros y viales de Keyes para armar una cronología de sus crímenes desde el 4 de octubre del 2004 hasta el 13 de marzo del 2012. En ese tiempo viajó a lo largo y ancho de Estados Unidos e incluso brevemente a Canadá y México.

El FBI está pidiéndole ayuda al público. El 16 de enero, un comunicado de prensa de la policía de Dallas informa que Keyes «al parecer cometió varios secuestros y asesinatos» a lo largo y ancho del país a partir del 2001. Se busca a cualquier persona que haya entrado en contacto con él entre el 12 y 16 de febrero del 2012, cuando al parecer viajó por distintas ciudades de Texas.

Otros departamentos de policías piensan emitir pedidos similares.

Agentes del FBI en Seattle y en Albany, Nueva York, también están colaborando con las autoridades estatales y locales para tratar de confirmar datos que gente ha proporcionado sobre Keyes. También se están revisando homicidios irresueltos, para determinar si Keyes estaba en la zona en ese momento.

Pero será difícil hallar pruebas contundentes.

Feldis, el fiscal que escuchó la primera confesión de Keyes, vaticina que nunca se sabrá con exactitud la magnitud del pasado criminal de Keyes.

«Hay muchos detalles que sólo Israel Keyes puede saber, y él se los llevó a la tumba», comentó Feldis.

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Sharon Cohen reportó desde Chicago. Contribuyeron a este reportaje los reporteros de la AP Mark Thiessen en Anchorage, Alaska, Nicholas K. Geranios en Colville, Washington y Wilson Ring en Montpelier, Vermont.

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