Estamos ante una invasión en toda regla. Silenciosa, lenta, invisible, pero no por ello menos real. Y está sucediendo ahora, delante de nuestras propias narices y en todos los océanos del planeta.
El invasor es una pequeña medusa, un hidrozoo de apenas medio centímetro de longitud, pero con una característica que la hace única entre todas las criaturas del reino animal. De hecho, de una forma que la ciencia aún no ha logrado comprender, la medusa Turritopsis nutricula es inmortal.
A diferencia de las demás medusas (y del resto de los animales) Turritopsis nutrícula no muere tras alcanzar su estado adulto, sino que es capaz de «rejuvenecer», de regresar a su forma juvenil y repetir su ciclo vital hasta alcanzar una segunda madurez… y una tercera, y una cuarta, y así hasta un número de veces que es, según los científicos, potencialmente infinito.
Turritopsis nutricola es capaz de conseguir esta proeza porque ha descubierto la manera de modificar sus células una vez éstas se han diferenciado. Y de hacerlas retroceder a fases anteriores a su especialización. Se trata de un fenómeno llamado transdiferenciación que se puede ver, por ejemplo cuando un órgano dañado regenera sus tejidos. Sin embargo, para esta especie de hidromedusa el proceso es algo corriente en su ciclo vital.
En pruebas de laboratorio, el cien por cien de los ejemplares de T. nutricula analizados han madurado y vuelto a la juventud decenas de veces, sin perder en esos cambios ni una sola de sus características o capacidades. Los investigadores tuvieron que llegar a la conclusión de que la muerte orgánica es algo que en esta especie, sencillamente, no sucede.
Misterio sin resolver
La existencia de esta excepcional criatura se conoce desde hace más de una década. Desde los años noventa la especie ha sido sometida a análisis genéticos y biológicos de todo tipo para intentar arrancarle, sin éxito, el secreto de su inmortalidad. Es posible encontrar en internet detallados artículos sobre su biología y características, entre ellos el publicado en 1996 en «Biobull»
Pero la voz de alarma no fue dada hasta el pasado verano por la bióloga Maria Pia Miglietta, de la Pennsylvania State University, quien precisamente a causa de una serie de análisis genéticos realizados a decenas de ejemplares de la medusa se dio cuenta de que la especie, originaria de los mares del Caribe, se había extendido prácticamente por todos los ocáanos del mundo.
Lo que es capaz de hacer esta medusa, afirma la investigadora, «equivale a una mariposa que pudiera volver a convertirse en una oruga». En sus análisis, Miglietta comparó el ADN mitocondrial de ejemplares de Turritopsis recogidos en Florida y Panamá con otros procedentes de otros lugares del mundo y que habían sido recolectados durante investigaciones anteriores.
Y fue al hacer esta comparación cuando se encontró con la sorpresa de que determinadas secuencias genéticas se repetían en ejemplares obtenidos desde Panamá hasta Japón. En quince de ellos, procedentes de ambos países y de las costas epañolas e italianas, las secuencias eran idénticas. La existencia de este patrón implica una extraordinaria facilidad de movimiento. Y los investigadores creen que esa facilidad, igual que la de muchas especies marinas invasoras, procede de las bodegas y los tanques de lastre de los barcos que navegan por esas aguas. /abc.es