Por María Arce
Clarín.com entrevistó a cinco de ellos. El desgarrador testimonio de los que rescataron a los heridos y sacaron a las víctimas. Los intentos fallidos y el operativo para liberarlos por el techo. La contención durante la tragedia.
Los ojos hinchados, los dientes con sangre, los cuerpos golpeados y algunos, bañados en aceite. Así se ven los muertos del choque de tren de Once. Sus fotos –más de 60 imágenes- están en el primer tomo de la causa. Clarín.com accedió a ellas. Los ojos hinchados y los cuerpos golpeados por la violencia del impacto y el aprisionamiento; los dientes con sangre por la asfixia. Los cuerpos bañados en aceite porque un jefe de los bomberos de la Policía Federal los roció en su desesperación por rescatarlos.
A un año del accidente, Clarín.com logró entrevistar a cinco bomberos que estuvieron en Once. Por primera vez, reviven el horror que vieron y los intentos desesperados por salvar a las víctimas del choque en el que murieron 51 personas y más de 700 resultaron heridas. Sus nombres fueron cambiados porque no pueden hablar sin el permiso del Ministerio de Seguridad y si lo hacen terminan en la calle.
Fueron los bomberos los que tuvieron que desarmar el revuelto humano del vagón 2149, el primero detrás de la cabina del motorman Marcos Córdoba tras chocar contra el paragolpes del andén 2 de Once. En el espacio donde había ocho asientos, encontraron decenas de personas aplastadas. Una maraña de seres humanos. Brazos, piernas, cabezas todos enroscados. La escena era imposible. Pesadilla es poco. Hombres y mujeres, vivos y muertos, se fundían en una sola masa. Un ovillo apelmazado, con una punta inútil. Ese cuadro pintado desde el infierno se puede ver en las fotos que figuran en el expediente judicial.
Aquel 22 de febrero, Clarín.com fue el primer medio en confirmar que hubo muertos en el accidente, mientras el Gobierno hacía todo por ocultarlos. Desde entonces, trabajó para averiguar qué pasó adentro de los vagones con las víctimas. Algunas pistas las da el expediente de la causa. En su primer tomo, los cuerpos de 13 de los 34 muertos que figuran allí brillan aceitados. Los bomberos ayudaron a entender por qué. En medio del caos del rescate un jefe tuvo la idea de baldear a las víctimas con aceite para ver si resbalaban y se zafaban. Pero no. Parecían unidos a soplete. Los pasajeros se ahorcaban y aplastaban unos a otros.
“Mirabas un punto y veías una cara que se iba poniendo azul, hipóxica. Y te desesperabas por sacarlos”, cuenta Marcelo, uno de los bomberos que participó del operativo. Se le morían “en brazos”, reconoce.
El titular del SAME, Alberto Crescenti había dicho que todas las víctimas murieron en el acto. Los bomberos aseguran que no fue así. “Mucha gente se murió ahí, durante el rescate”, reconoce Fabricio, otro bombero de Once. Él fue uno de los primeros en llegar. Estaba a poquísimos metros del lugar, en el Destacamento que funciona adentro de la estación.
“Sacame, sacame”, le gritaban a Marcelo y le clavaban las uñas en los antebrazos a su paso. Hoy, aún tiene las marcas. Este bombero que tiene 20 años de experiencia, trataba de contenerlos y le hablaba, uno a uno, para distraerlos. Lo logró con un joven de 18 años, sepultado bajo los cuerpos de dos fallecidos en el lateral derecho del vagón. “Había gente de más de 100 kilos”, recuerda.
“Le empecé a hablar de River, de cualquier cosa. Necesitaba sacarlo mentalmente de ahí. Necesitaba que aguantara. Sólo así íbamos a poder salvarlo”, explica Marcelo a quien no se le olvida el rostro de este joven: “No puedo recordar su nombre, pero me gustaría volver a verlo”.
La fugaz relación que construyeron allí se llenó de cuentos, confesiones y hasta chistes. Cualquier recurso era válido con tal de sumar otro sobreviviente. “Sabía que no lo podía sacar de ahí como estaba. Que no lo podíamos traccionar. El pibe se reía y tenía dos muertos encima”, dice Marcelo y la cara se le transforma.
En paralelo, los bomberos intentaban salvar a las víctimas por todos los costados. Primero probaron traccionando, pero los gritos de dolor los detuvieron. Los pasajeros se habían caído unos sobre otros en escalera. Al fondo, algunos se mantenían en pie. Al frente, todos aplastados. “Efecto telescopio”, dice el expediente. Ahí probaron con el aceite de maíz que fueron a buscar a un Burguer King ubicado sobre la avenida Pueyrredón. Lo confirmaron los empleados del lugar.
Luego, pensaron cortar el lateral derecho del vagón 2149 con una motosierra y abrirlo como una bisagra, pero como los pasajeros estaban pegados a las ventanas no podían. Podrían “haberlos lastimado o quemado con las chispas”, cuenta Claudio, otro de los bomberos que estuvo en Once. Lo descartaron y probaron con tijeras hidráulicas. También fue inútil.
La salvación vino del cielo. O del techo. Un grupo de bomberos subió a la parte superior del vagón y abrieron un hueco. Por allí, rescataron a siete personas y lograron que la madeja cediera y los heridos empezaran a salir. (Ver La clave del rescate…)
“Hay que salvarlos, pero también hay que tratar que ese momento sea lo menos terrible posible. No estás sacando un hierro. Estás sacando a un ser humano”, señala Julián otro bombero de Once que ayudó a “extricar” a las víctimas, como se llama en la jerga a la técnica para liberar a los atrapados. Llegó la hora del joven de 18 años, el que tenía los dos fallecidos encima. El chico miró a Marcelo y le dijo en broma: “Yo quiero salir por arriba”. El bombero le sonrió: “Salís por donde sea” y lo sacaron por abajo.
Mientras, Alejandro –morocho, alto, grandote- trataba de ayudar a los atrapados. Les decía: “Ya los vamos a sacar, resistan. Les pedía que no se abandonaran. Muchos se entregaron”, le cuenta angustiado aún hoy, un año después, este bombero a Clarín.com.
Como la mayoría de los bomberos con décadas de experiencia, Alejandro creyó que lo había visto todo: estuvo en la embajada de Israel, AMIA, Cromañón. Nada como Once. “Nunca vimos algo igual”, dice, mate en mano. Marcelo y Julián coinciden con él. “Por la complejidad que tuvo fue el caso más difícil”, piensa Fabricio.
Los bomberos sacaron del tren 48 muertos en bolsas negras. Los pusieron en los vagones traseros. Allí, la médica legista María Elda Paz de la Unidad Médico Forense y Mariel De Paz de la Unidad Tanatológica (los apellidos son similares) revisaron los cuerpos y les tomaron fotos. Consta en la foja 2 de la causa judicial. Otras dos personas murieron en el hospital y a Lucas Menghini Rey nunca lo vieron hasta 57 horas después.
La ropa de las víctimas quedó manchada con sangre; sus vientres, al descubierto. Una de ellas tenía los anteojos puestos cuando la fotografiaron dentro de la bolsa negra; otra, la mochila aún sobre el pecho. Algunos, sobre el piso del vagón. Otros, en una camilla. Parecen golpeados por boxeadores. Así los mató la desidia de funcionarios y la negligencia del Estado que le otorgó a TBA -entonces concesionaria de la línea Sarmiento- 3.500 millones de pesos en subsidios en los últimos 12 años. Una cifra igual a los presupuestos de 2012 del CONICET, la CNEA y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales. Así, los mató la abulia y la codicia de los empresarios.
Sobre las 3 de la tarde, los bomberos ya habían vuelto a sus Cuarteles. Aún les quedaban 17 horas de guardia hasta las 8 de la mañana del otro día. Los incendios y accidentes no saben de tragedias ni entretiempos y los bomberos tuvieron que salir de nuevo a las calles. Algunos, como Marcelo, con los brazos marcados por los arañazos de las víctimas. Todos, con los gritos de los heridos en la memoria. Gritos que siguen escuchando hoy, un año después.