Cuando las aguas bajan turbias lo que queda es “el modelo” mojado. El “modelo” mojado es muy distinto al “modelo” seco. Tan distinto como un caniche después de un baño: recién ahí puede verse al caniche verdadero.
En estos días no hubo solamente muerte: hubo azar, circunstancias excepcionales, impericia, estupidez, burocracia y miserias a la orden del día. En algunas semanas, el lunes primero y el martes dos de abril no significarán más que una fecha en el almanaque. Para decenas de miles de personas serán, para toda la vida, las fechas del abismo: ninguna vida es igual después del agua, queda la humedad, el olor que se resiste a irse, lo que se perdió para siempre, el frío, las manos extendidas buscando una ayuda que no llega.
Todavía llovía en Capital cuando comenzó el desfile de miserias: el aparato de propaganda del Gobierno señaló a Macri de vacaciones. Al día siguiente, cuando la muerte se mudó a La Plata, el entorno del Gobierno de la ciudad sonreía en privado: también les tocaba a ellos. Macri aterrizó desde Brasil en un jet privado cuando la ciudad ya estaba inundada y, por decisión de Marcos Peña, María Eugenia Vidal, Carolina Stanley, Guillermo Montenegro y Diego Santilli, a cargo del operativo, mantuvieron expreso silencio hasta la llegada del jefe de Gobierno. Horacio Rodríguez Larreta estaba en Turquía. Cristina Kirchner en El Calafate, y luego en Puerto Madryn, desde donde mantuvo un acostumbrado silencio respecto de los seis muertos en la Capital. Después, la muerte llovió en La Plata y entonces lo que había sido culpa de Macri se transformó en un problema de la naturaleza. El dirigente neo nazi Luis D’Elía (entiéndase por neo nazi quien niega, junto al presidente iraní, la existencia del Holocausto) tuiteó que los medios hegemónicos exageraban la situación de La Plata en apoyo a Macri. Después, cuando los muertos que hoy son más de cincuenta fueron veinticinco, pidió disculpas por el mismo medio.
“Desde ayer a la noche me encontraba recorriendo los centros de evacuados”, tuiteó el intendente Bruera, que ilustró su mensaje con una foto falsa: en ella se lo veía “anoche” con dos mujeres en un centro de refugiados, pero la ventana del fondo de la imagen tenía sol. Más tarde, cuando se supo que había llegado a Ezeiza desde Río de Janeiro a las 9.25, Bruera atribuyó su gaffe “a un error de mi equipo de comunicación”. Alicia Kirchner llegó un día más tarde, desde París; asistió allí a una actividad de la Unesco que había terminado la semana anterior. Gabriel Mariotto estaba en Bariloche y también volvió en un vuelo privado para evitar el Aeroparque. Es cierto: cualquier funcionario tiene derecho a tomarse vacaciones.
Pero las ausencias contrastaron con la ausencia del Estado ante la crisis. En la mañana del jueves, en Radio Mitre todavía encontrábamos vecinos afectados que nunca habían visto a un gendarme ni a un bombero.
“¡Son responsables de un crimen social! ¡Que se vayan!”, le gritaban a Alicia Kirchner cuando intentó acercarse a los inundados.
“El clima cambió, querido”, le dijo a uno antes de salir custodiada entre la multitud.
Cristina fue rápida de reacciones: como el 11 de febrero de 2009, cuando embarró sus Louis Vuitton en Tartagal, se presentó en La Plata y Villa Mitre. Hizo lo que ese día, ni Macri ni Scioli hicieron. La historia se repite: aquel día del alud de 2009 Cristina estaba de viaje en España.
Los Kirchner han ignorado otras tragedias: Cromañón y Once, pero Tartagal y La Plata –quizá porque no se vinculan tan directamente con la corrupción, sino con la ineficiencia– intentaron mostrar a otra Cristina. Aunque la Presidenta es incorregible: llegó a la inundación diciéndole a los inundados: “Sé lo que es la inundación porque cuando era chica, tendría trece años, cuando todavía no estaba entubado el Arroyo del Gato, entró el agua a la madrugada en nuestra casa de Tolosa…” El Arroyo del Gato aún hoy no está entubado. En Tolosa, Cristina fue un remedo de sí misma diciéndole a las víctimas de Once que ella sabía “lo que era perder a alguien”.
Lo que podía verse debajo de este festival de miserias era gente desesperada, sin rumbo, sin futuro.
Lo que sucedió fue excepcional, pero no imprevisible. En los últimos años, y después de una década en la que Argentina tuvo ingresos extraordinarios, sufrimos como nunca antes de falta de inversión en infraestructura. Hay presupuestos subejecutados (o sea, dinero que está pero no se gasta por ineficiencia), menos dinero de la Nación a las provincias (o sea, dinero que está pero se gasta en sueldos y corrupción y no en estructura) y diversas marañas administrativas. Según el Centro de Estudios de ASAP (Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública) “el programa de Gestión de Riesgo Hídrico de la Ciudad, con 170,5 millones, tuvo una ejecución del 74,1%. Entre los proyectos de relevancia presupuestaria que muestran una marcada subejecución se encuentran las Obras de Infraestructura Urbana del Ministerio de Desarrollo Urbano, con un devengado de apenas el 4,3% sobre un crédito de 106,4 millones, y las de Desarrollo de la Infraestructura de la Red Pluvial, con un 14,9% sobre un presupuesto de 44,9 millones. Además, a lo largo del ejercicio 2012 no sólo las erogaciones corrientes han ido disminuyendo su tasa de crecimiento, sino que el Gasto de Capital se ha expandido a un ritmo aún más bajo”.
Según explicó a Clarín Moisés Resnick Brenner, ex presidente de las comisiones de Vivienda y Urbanismo y Economía del Centro Argentino de Ingenieros, “el problema de las inundaciones, en lo que se refiere al Arroyo Maldonado no tiene que ver con las cañerías –que se han arreglado en su parte interna– sino en su desembocadura al Río de la Plata. Es que el entubamiento se encuentra al nivel del río, que cambia mucho a través de la marea, y entonces se genera un tapón hidráulico”. Resnick propuso, junto a Mario Roberto Alvarez, reubicar la pista del Aeroparque sobre el río.
Antonio Elio Brailovsky repitió esta semana otro de sus proyectos: en Capital no hay que entubar los arroyos, sino desentubarlos. El ingeniero Pablo Romanazzi, titular de Hidrología de la Universidad de La Plata, dijo en el programa de Marcelo Longobardi: “Somos todos culpables”. “En la Capital es muy difícil volver todo para atrás por el grado de urbanización que hay, siguió Romanazzi. La cuenca del Maldonado o el Medrano coinciden perfectamente con la cuenca de esos arroyos. En Provincia, el arroyo Pavón en el norte y el barrio Santa Rita en San Isidro son casos emblemáticos.En nuestras clases los damos como casos de estudio perfectos de cómo se dan las cosas cuando en la urbanización no se antepone lo primero que debe hacerse en una planificación: los desagües. El desagüe y las cloacas son dos sistemas que corren a gravedad y no se pueden soslayar. Es tan elemental que hasta me da vergüenza decirlo”.
“Cuando los pluviales se cargan, el agua no tiene más remedio que bajar por las calles, y cuando usted superpone la mancha de la inundación a los planos topográficos se da cuenta de que el agua va por donde naturalmente siempre fue: los cauces de los arroyos”. Romanazzi explica la inundación de La Plata con la misma simpleza: la ciudad está cortada por la diagonal 74, que corre de sur a norte. El área que queda al oeste de esa diagonal es zona inundable y hay tres arroyos que la circundan: el arroyo del Regimiento, que nace en el Cementerio de La Plata; el arroyo Pérez, que cruza toda la zona de Los Hornos y la naciente del arroyo del Gato.
Sin códigos de planificación con desagües que correspondan a la cantidad de población, en La Plata en 130 años la población se multiplicó por diez.
Los organismos específicos no funcionaron en ningún caso: la Dirección de Sistemas e Información Hidrológica, cuyo objetivo “es desarrollar y operar el servicio de pronóstico y alerta hidrológico de la cuenca del Plata”, le dijo a Clarín que realizan informes mensuales pero sobre otra zona: Misiones, Corrientes y Entre Ríos. El SIFEM (Sistema Federal de Emergencias), nacido en 1999 como condición impuesta por el BID al otorgar un crédito de 200 millones de dólares destinado a reconstruir las zonas inundadas del Litoral, lleva tres años sin reunirse y los organismos que lo componen se dispersaron con la creación del Ministerio de Seguridad en 2010: la Dirección de Protección Civil quedó bajo la órbita de Interior con la sola asistencia de los Bomberos; Gendarmería y Prefectura están en otro Ministerio.
El documento de la Cruz Roja en 2009 aún sigue vigente: ausencia de coordinación, falta de planificación de la respuesta, planes no operativos. La frutilla sobre el helado fue el radar de Ezeiza: faltó comunicación entre éste y el Servicio Meteorológico, que se transmite por fibra óptica. De modo que el SMN nunca tuvo información sobre la magnitud de la tormenta que se avecinaba.
Investigación: JL/María Eugenia Duffard/Amelia Cole/Guadalupe Vázquez.