Por Thomas Castroviejo
La india Sonali Mukherjee ganó 40.000 dólares (casi 31.000 euros) el año pasado, cuando
se presentó al popular concurso ¿Quién quiere ser millonario? y acertó correctamente gran parte de las preguntas que se le plantearon. Era casi de esperar. Sonali necesitaba el dinero pero no era nada tonta. Hace diez años era una estudiante de matrícula de honor que intentaba completar un doctorado en sociología.
Ese era el último de sus múltiples logros académicos, a pesar del modesto origen de su familia. Pero el dinero no era lo único que la había llevado al set del popular concurso. Tambien quería contarle su historia al mundo. La historia que le había dejado, diez años atrás, mientras trabajaba en su doctorado, sin cara.
Fue cuando tenía 17 años y todo parecía salirle bien. Era guapa, inteligente y ambiciosa. Presidía el sindicato de estudiantes y capitaneaba el cuerpo de cadetes nacional. Había llegado mucho más lejos que sus padres, originarios del Estado indio de Jharkhand: él era vigilante de seguridad y ella, ama de casa. «Los había visto luchar por conseguir las prestaciones más básicas así que me propuse llegar tan lejos que pudiera darles una vida mejor», recuerda ella ahora.
Ese algo le llevó a la universidad. Y a conocer a tres compañeros, chicos, que empezaron a acosarla repetidamente. Ella decidió no hacerles caso. Ellos respondieron con una maniobra de indescriptible inquina: una noche de verano, mientras ella dormía, vaciaron una jarra de ácido en su cara. «Recuerdo el dolor, cómo ardía. Como si alguien me hubiera arrojado a un fuego».
La joven india, antes y después del ataque. (Captura de video/YouTube)El ácido tardó una fracción de segundo en derretirle la cara y la parte superior de su pecho. Una fracción de segundos para que perdiera la vista, el olfato, el habla, el oído y la capacidad de andar. «Apenas había empezado a vivir y ese incidente había cambiado la significado de mi vida. Como si la luz se hubiera ido y solo quedara absoluta oscuridad. No tenía esperanza. No sabía qué hacer».
Su familia tampoco. Su madre entró en depresión. Su abuelo murió al poco. Su padre fue la única figura que se mantuvo firme. «No puedo ni expresar cuánto me duele ver a mi hija en este estado pero soy el cabeza de familia y no puedo permitirme el ceder», ha explicado Charan Das Mukherjee.
Así que hizo lo que le tocaba: vender todas las tierras que habían estado en manos de su familia desde hacía generaciones; vender el oro que habían ahorrado, y dedicarlo todo a operar a Sonali. Una y otra vez. Hace poco, recibió su intervención número 27.
«Cuando llegó a nuestras manos, tenía el 98% de la cara quemada», recuerda su médico, el doctor Sanjeev Bagai del hospital BLK. «No tenía orejas, ni ojos, ni párpados, ni cuero cabelludo ni pecho». Siguen luchando para darle «un parecido a lo que sería un humano normal», como explica el médico, acaso temeroso de ser más concreto. Se le han reconstruido los labios, la nariz y los párpados. No es suficiente. Por eso tuvo que ir al popular concurso. Y por eso y para contarle al mundo que su caso sigue abierto.
Porque tampoco la justicia ha resultado ser suficiente. Los hombres que le quemaron la cara fueron liberados en 2005, tras solo dos años en la cárcel. La familia Mukherjee apeló la sentencia, claro, pero siguen esperando a que esa petición llegue a algún tribunal.
La ley que condena a quienes ataquen con ácido a pasar diez años en la cárcel no se aprobó hasta hace poco. «Mi padre se gastó hasta su último penique en la esperanza de que recibiría justicia», asegura hoy, una década después de su incidente. «Pero al final lo hemos perdido todo».