Berni fue un niño prodigio que a los catorce años presentó su primera exposición. Dedicado a pintar paisajes y retratos, realiza tres exposiciones consecutivas y la crítica escribe con entusiasmo sobre sus trabajos. En 1923 expone por primera vez en Buenos Aires y en 1924 comienza sus envíos de obras al Salón Nacional de Bellas Artes que era entonces el concurso público más importante que había en el país para pintores y escultores. En 1925, el Jockey Club de Rosario le otorgó al joven Berni una beca para estudiar en Europa. Se instaló en París y algunos viajes por España, Italia, Holanda y Bélgica le permitieron conocer museos, artistas y obras de la historia del arte que van influenciando sus trabajos. El principal descubrimiento para Berni en esos años fue la relación entre el arte y la política, el rol del artista como hombre de su tiempo y como actor social. Desde entonces, para él, la pintura será su manera de reflexionar sobre la realidad y de intentar transformar el mundo marginal de los trabajadores. Al mismo tiempo, conoce una de las vanguardias artísticas más importantes de aquel momento: el surrealismo, y adhiere durante algunos años a sus postulados. En 1930, Berni regresa a Rosario. Continúa pintando, exponiendo y participando de los salones de bellas artes. Su imagen surrealista cambia en cuadros de grandes dimensiones con multitudes de obreros y campesinos, extremadamente realistas en sus descripciones. Berni comienza a usar la fotografía como documento para tomar las poses y los retratos de sus personajes. Esta responsabilidad del artista como protagonista de su época es una posición que Berni comparte con otros artistas de Latinoamérica, especialmente con los famosos muralistas mexicanos. Precisamente, en 1933 llega de visita a la Argentina uno de ellos, David Alfaro Siqueiros, con quien Berni trabaja y discute sobre la función del arte en la revolución de las clases populares. Desde 1936, el artista se muda a Buenos Aires y, en los próximos años, obtiene algunos de los principales premios de su carrera, como el Premio Adquisición en el Salón Nacional de Bellas Artes de 1943. En esos años da clases en la Escuela Preparatoria de Bellas Artes, realiza exposiciones, participa de muestras argentinas en el exterior, da conferencias y escribe artículos, recorre el país y viaja por América latina, pinta murales en el Teatro del Pueblo, la Sociedad Hebraica Argentina y la conocida cúpula de las Galerías Pacífico. Desde principios de los años sesenta, Antonio Bemi trabaja en una serie nueva. Las obras dedicadas a Juanito L.aguna y Ramona Montiel, dos personajes inventados por él para utilizarlos como símbolos de la niñez explotada en América latina, especialmente en las grandes ciudades como Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro y México. Se trata de dos habitantes de las villas miserias, esos asentamientos suburbanos surgidos alrededor de los centros industriales en los países en desarrollo, con sus casas precarias y sus habitantes sumergidos en la pobreza y el desamparo. Para estas obras Berni utiliza una técnica inventada a principios de siglo: el collage, el agregado a la pintura de materiales reales que son pegados sobre el cuadro. La idea es incorporar los desechos que el artista recolecta en los barrios marginales de Buenos Aires donde podrían vivir Juanito y Ramona. Para Bemi la pintura al óleo no es suficiente para expresar su crítica frente a la sociedad de consumo, es necesario utilizar los objetos reales de la vida de Juanito y de Ramona, llevándolos al ámbito del arte y transformando lo culto y exclusivo del arte en algo cotidiano y popular. Con su ciclo de Juanito Laguna y Ramona Montiel, Antonio Bemi desarrolló hasta los años ochenta, uno de los capítulos más originales de la historia del arte argentino y concluyó su tarea como uno de los artistas claves de la cultura argentina.
Antonio Berni
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