Los antiguos moradores de Villa Epecuén, localidad turística bonaerense arrasada por el lago del mismo nombre en 1985, comenzaron a visitar su lugar, ya sin agua pero convertido en ruinas, junto a curiosos turistas atraídos por la leyenda del pueblo inundado. Javier Andrés, secretario de Turismo del municipio de Adolfo Alsina, al que pertenece Epecuén, a unos 500 kilómetros de la Capital Federal, explicó a Télam que la villa «estuvo veinte años cubierta por las aguas saladas del lago, pero desde hace diez las sequías facilitaron el retroceso del agua y hace tres el casco de la ciudad apareció transitable». «En estos casi treinta años el retroceso del agua hizo que el lago Epecuén quede fuera del sistema de lagunas encadenadas del oeste bonaerense, y además las obras hidráulicas y la instalación de bombas hace difícil una inundación similar», aclaró. El funcionario contó que «las aguas muy saladas del lago Epecuén siempre fueron famosas por sus condiciones terapéuticas, y hasta la inundación de 1985 tanto Villa Epecuén cómo Carhué basaban una parte importante de su economía en ese turismo». «Recorrer hoy las calles de Villa Epecuén es transitar por un escenario de devastación total pero que dejó atractivos para el turismo por su singularidad. Por eso estamos tratando de abordar la gestión de las ruinas con el mayor respeto posible», informó. El casco de la ciudad está totalmente abandonado y después de todos estos años sumergido en agua salada ningún tipo de infraestructura o servicio quedó en pie. Por eso, «propusimos que se lo declare sitio histórico, para que quede en su actual estado y pueda ser visitado por quienes quieran recordar o conocer cómo era la vida ahí», señaló. «Además, en el Lago Epecuén está la población de flamencos más grande de Sudamérica, por lo que estamos trabajando para que la zona se declare reserva natural protegida», agregó el funcionario. Andrés contó que «sólo queda un anciano de 82 años que vive en las afueras de lo que era Villa Epecuén, que se negó a irse cuando la población tuvo que trasladarse a Carhué, pero es habitual que los fines de semana muchas personas vayan a tomar mate a lo que alguna vez fue su hogar». La inundación de 1985 «es muy sensible entre los vecinos, no sólo entre los que perdieron todo, sino también entre los que vieron como la actividad turística disminuyó por esa catástrofe, por eso estamos avanzando con cuidado en el uso turístico de la zona y sólo señalizamos corredores de visita», afirmó el funcionario. «Hoy en Carhué hay ochocientas plazas para el turismo, porque se ha invertido mucho en el turismo termal, que está siendo impulsado por las mismas aguas que arrasaron Epecuén», destacó el funcionario.
Pueblo resurge entre las aguas
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