Una exposición de fotografías titulada “Gilda, la milagrosa”, donde conviven las noches de cumbia, las promesas cumplidas de la «santa popular» y los fans-devotos de su música, se inaugurará el sábado próximo a las 13 en la galería ArtexArte. Se trata de un ensayo fotográfico realizado a lo largo de tres años por la Sub Cooperativa de fotógrafos, quienes se internaron en este mundo fantástico, cuyo resultado se exhibirá con curaduría de Victoria Verlichak, en Lavalleja 1062 de martes a viernes de 13.30 a 20 y sábados de 11.30 a 15. Ícono de la música tropical y de la cumbia, Gilda -Miriam Alejandra Bianchi (1961-1996)- pasó de la popularidad a la inmortalidad a los 35 años, cuando murió junto a su hija, su madre y tres músicos, en el kilómetro 129 de la ruta nacional 12, camino a Chajarí, Entre Ríos. El colectivo accidentado en el que viajaba la creadora de cumbias inolvidables como «Fuiste», «No me arrepiento de este amor» y «Corazón valiente» es hoy un santuario en el que se prolongan los milagros que ya se le atribuían a la cantante en vida. La historia relata que durante un recital en Jujuy, Gilda vio llorar a una niña cerca del escenario y al finalizar el concierto la abuela de la niña se acercó para decirle el motivo: «su madre está en terapia intensiva, y la niña le pone tu música como si ésta pudiera curarla». Al tiempo -dicen- la madre de la pequeña se recuperó. Cuando apareció en escena, Gilda revolucionó la música tropical con su rostro angelical y su dulce voz, un cóctel que contrastaba con el tipo de música que era hasta ese entonces sólo patrimonio masculino. La muchachita nacida en Ceibas (Entre Ríos) en 1961, se animó a crear en escena distintos personajes y conquistó a su público con polleras cortas y botas de cuero altas, pero también con su capa de lánguidas telas azules y una corona de flores, animándose a ser una doncella, inspirada en la película «Corazón Valiente». La Sub Cooperativa de fotógrafos retrata este universo y construye «esta exposición fotográfica que tanto es ofrenda pagana como celebración de la magia escondida en lugares inesperados, donde vibra luminosa la presencia de una ausencia», explica la curadora, Victoria Verlichak. Algunas de las imágenes hablan tanto por su contundencia como por su poética: la pequeña Gilda de 12 años -bautizada en honor a la cantante por el fanatismo de sus papás- de vestido azul y una corona en la cabeza, coloca una flores sobre la laguna ubicada al costado del santuario. En otra, la nuca de Gastón -presidente del Club de fans `No me Arrepiento de este amor` en Buenos Aires- permite ver una palabra rapada en su nuca: «Gilda» y en otra un caballo blanco, en un escenario bucólico, con una ofrenda de flores en su lomo. «Los caballos representan el imaginario de Gilda la libertad, los sueños, la fantasía, el universo donde los deseos se convierten en realidad», disparan desde la sub cooperativa, los responsables de estas imágenes. Colores, imágenes luminosas, la cara angelical de Gilda en banderas y fotografías son algunos trazos que van conformado el recorrido por la exposición. También el colectivo chocado, donde viajaba Gilda, transformado hoy en santuario, el lugar donde reposan los pedidos, las promesas y las deseos por cumplirse. La muestra explora el tema bajo tres formatos visuales: imágenes fotográficas de gran tamaño, video (entrevistas a los retratados) y una instalación que convierte a uno de los espacios en un santuario pagano; en colaboración con Javiera Paz y Nancy Lucero. En palabras del escritor Alejandro Feijóo, la Sub Cooperativa de fotógrafos llegó hasta el epicentro de este paganismo “rutero” para toparse con un ecosistema cuyo hábitat se debate entre la fantasía y la fantasmagoría. «Un cosmos que también es perimetral, y que legitima el hecho diferencial de sus devotos a través de la reapropiación simbólica. Una nueva iconografía que se sirve de la estampita para hacer del borde otra clase de centro», remata Feijóo.
Muestra dedicada a Gilda
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