Por Fernando González
El Cronista
Todo cambia dice la canción. Y cambia mucho más rápido si sucede en el peronismo. El 25 de julio de 2008 Sergio Massa asumía como jefe de gabinete de Cristina Kirchner. Era el chico diez, el funcionario perfecto. Había pasado por la Anses con antecedentes duhaldistas y luego lo habían elegido intendente de Tigre. Todo lo dejaba para ocupar un cargo de altísimo perfil en la Casa Rosada. Y a nadie le pasó desapercibido el día de la jura que el abrazo más cálido de la Presidenta fue para Malena Galmarini, la joven esposa del ministro flamante y quien iba a quedar a cargo de la intendencia hasta el día en que el idilio político entre los Kirchner y los Massa se terminara.
El romance no duró mucho. Poco más de un año. La derrota de Néstor Kirchner a manos de Francisco De Narváez el 28 de junio de 2009 precipitó la renuncia de Massa, quien había sido candidato testimonial en la lista del kirchnerismo. La leyenda de aquella noche en el piso 17 del Hotel Intercontinental dice que el pingüino lo acusó al pibe de traición porque Malena sacó en Tigre muchos más votos que la boleta de ellos dos. Insulto va, insulto viene, una trompada al aire y la oportuna intervención de terceros para que la derrota no se tornara todavía más patética. Pasan cosas lindas en una familia peronista.
El tiempo es veloz en la Argentina. Aquel pibe de la trompada sin destino tenía 36 años; Malena 33 y Cristina 55. Dieciseis meses después murió Néstor y el país adolescente se volvió a enamorar del kirchnerismo. Los Massa se quedaron en Tigre, gestionando y comunicando mucho, aprovechando los múltiples contactos que la jefatura de gabinete les había dejado y la creciente cantidad de personajes influyentes que se fueron mudando a los barrios prósperos del municipio costero.
Ya es historia lo que acaba de suceder. Massa pasó largos los 41 y no tuvo mejor idea que enfrentar a su ex jefa. El triunfo del domingo pasado en las elecciones primarias sólo ha provocado rencor en la Quinta de Olivos y la espuma de esa rabia silenciosa dejó escapar alguna frase envenenada durante el discurso de Cristina el miércoles en Tecnópolis. La metáfora del suplente de la lista le está dedicada entera al ex jefe de gabinete, a quien busca presentar como el candidato de las corporaciones empresarias y mediáticas.
De todos modos, la Presidenta se reservó el dardo más dañino para Malena, a quien intentó asociar a la figura de Beatriz «Chiche» Duhalde en uno de sus encendidos mensajes de twitter de esta semana brava. La idea que ronda en su cabeza, y que ya repiten los kirchneristas sin libreto propio, es congelar a Massa entre las imágenes del 2001. Un globo de ensayo de campaña que hasta ahora no ha surtido demasiado efecto.
Las lenguas de la Casa Rosada, que comienzan a aflojarse con el impacto de la derrota, juran que una de las causas del enojo es que a Cristina no le gustó la foto cariñosa del matrimonio Massa que la prensa registró el domingo a la noche durante los festejos en Tigre. La encontró demasiado parecida a la suya con Néstor después de la victoria de 2007. Una exageración que sólo puede provocar el impacto emocional. Millones de parejas tienen en sus casas un marco con la misma fotografía.
Hija del Pato Fernando Galmarini y de la ex diputada Marcela Durrieu, Malena lleva en sus venas sangre política y peronista. Y si algún desprevenido no estaba al tanto de su temperamento volcánico, le bastará con chequear en los archivos el adjetivo que le dedicó a Daniel Scioli («pedazo de forro») en el pasillo de los estudios de América TV. Después hubo sonrisas y disculpas pero la frase ya era la gran favorita en las redes sociales.
Néstor y Cristina fueron la encarnación del primer matrimonio de dirigentes que llegan a la presidencia mediante el voto. A Sergio y a Malena aún les queda un extenso camino por recorrer. Hoy les alcanza para encender el enojo humano y débil de quienes se sienten amenazados.