Esa tecnología posibilita, por ejemplo, comunicarse con el robot Curiosity en Marte y determinar su posición con una precisión de un centímetro para luego enviar esa información a cualquier lugar del mundo. A 10 kilómetros de ahí, está la comunidad Payún Matrú, donde viven dieciocho familias que no pueden comunicarse con Malargüe, que está a 40 kilómetros, porque no tienen teléfono, ni electricidad. La antena muestra una inserción plena en el siglo veintiuno cerca de gente que vive en las mismas condiciones desde hace mucho tiempo. Gracias a un proyecto liderado por investigadores del Conicet estamos financiando la industrialización de la fibra del guanaco, lana obtenida a través de esquilas hechas mediante procedimientos ancestrales. No sólo sumamos conocimiento científico en materia de bienestar animal sino que además dotamos de maquinaria a la comunidad para poder procesarla. De resultas de este proyecto, la comunidad va a tener por primera vez electricidad y teléfono. A partir de algo que quizás parezca periférico, como podría ser la lana de guanaco, hay una mejora concreta de la calidad de vida de la gente. Ese es el tipo de innovación inclusiva que tenemos como asignatura pendiente.
Electricidad, teléfono y trabajo en el medio de la nada
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