La nota, publicada en la edición de ayer del semanario Miradas al Sur, expresa textualmente: «Voté por primera vez el 30 de octubre de 1983. Tenía 26 años y a pesar de que desde hacía diez que militaba en política, los militares habían decidido una vez más ponerse en el papel de custodios de la argentinidad y decidir entre tres, quien gobernaba el país. En siete años, la dictadura había exterminado a una generación, para imponer desde el terrorismo de Estado un modelo económico que quebrara las resistencias populares frente a los intereses de los dueños de la Argentina. Nos dejaban un país devastado, con el terror en los huesos, con una deuda externa impagable y una guerra absurda y perdida. Desaparecidos, presos, exiliados en el exilio exterior e interior daban un marco dramático a la recuperación democrática. ¿Cómo era posible que en un mismo país y con diferencia de apenas tres días, miles de argentinos saliéramos a pelear por el fin de la dictadura y otros miles perdieran el rumbo vivando a un genocida alcohólico que mandaba a pibes a pelear contra los Gurkas? Pero de allí veníamos. De esta Argentina amada e imperfecta, contradictoria y esperanzada. Después de un año de apertura política formal, con los partidos y los candidatos en campaña, millones de compatriotas recorríamos el país para echar a los «milicos asesinos» y restaurar un sistema de convivencia democrática que había escaseado bastante en los 130 años constitucionales. Alfonsín, Luder, Alende, los organismos de derechos humanos, los sindicatos con Ubaldini a la cabeza, todos soñando la refundación de la Argentina. Ese 30 de octubre fue histórico. Veníamos de dos actos de cierres de campaña del radicalismo y el peronismo que daban cuenta de las ansias de nuestro pueblo por escribir, definitivamente, su propio destino. Yo sentía que del resultado dependía la construcción de la transición. El peronismo no había resuelto todavía su crisis. Su candidato aceptaba la autoanmistía mientras que de sus filas habían salido la mayor cantidad de víctimas de la dictadura. Alfonsín, rompiendo con años de radicalismo conservador, recitaba el Preámbulo de la Constitución a modo de rezo laico, proponía juzgar a los máximos responsables de la represión y convocaba a los peronistas de Perón y Evita y a los socialistas de Palacios a acompañarlo en la gesta de recuperación de la democracia. El 30 a la noche, finalmente, ganamos todos. Empezábamos una etapa difícil de maduración, que cumple 30 años ininterrumpidos, el período más prolongado desde 1916 en que el pueblo votó libremente para elegir a sus gobernantes. Volviendo la vista a esa jornada, el saldo es altamente positivo sin que esto signifique que por momentos la pasamos mal. Alfonsín pensaba que con la restauración del estado de derecho alcanzaba para cambiar las condiciones de desigualdad. «Con la democracia se come, se cura y se educa» fue su slogan de campaña, porque desde 1916 en adelante, efectivamente durante los gobiernos democráticos, incluso en los períodos de democracia restringida por proscripción del peronismo, la economía se expandía y los salarios crecían y durante las dictaduras, los pobres eran más pobres y los ricos más ricos. Pero el mundo era otro. Todavía rodeados de dictaduras militares en América latina y con el estallido de la crisis de la deuda externa en México, con la democracia sólo no alcanzaba. La mundialización de la economía, la globalización en marcha con el nuevo paradigma del capitalismo financiero y depredador, con los organismos de crédito internacionales marcando el rumbo de la economía mundial y con la aparición de grandes conglomerados empresariales cuya facturación anual comenzó a ser más importante que el PBI de la mitad de los países de la Tierra, la recuperación de la dignidad de los argentinos y de la soberanía popular iban a demandar años y luchas. Alfonsín nos legó la recuperación de la democracia como valor en sí mismo.
A 30 años de la recuperación democrática
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