En 1996, en pleno apogeo mediático de aquel incurable «cáncer gay» (como se llamaba el SIDA desde algunos medios conservadores estadounidenses) y apenas tres años después del revuelo y concienciación social que supuso el estreno de la película de Jonathan Demme «Philadelphia», un artículo publicado en The Independent saludaba al neoyorquino Stephen Crohn como «el hombre que no podía coger el SIDA».
La mera existencia de un hombre capaz de resistir al temible V.I.H. fascinaba a los doctores, que veían en él una esperanza de combate para una enfermedad que, irrumpiendo en escena oficialmente en 1981 en territorio occidental, mataba a cada vez más gente (alcanzó su funesto pico álgido en 2005 con 2,2 millones de fallecidos en todo el mundo).
En 1996, cuando The Independent bautizó así a Crohn, en cierto modo era tarde para nuestro protagonista. En 1982, un joven atlético llamado Jerry Green se encontraba entre las primeras víctimas del mortífero virus; era el compañero sentimental de Stephen Crohn. A pesar de los cuidados de Stephen, su compañero perdió 15 kilos, se quedó ciego y murió lenta y penosamente a causa del síndrome inmunodeficiente.
Y no fue la única muerte que le tocó de cerca, tras la pérdida se su pareja llegó la muerte de un buen puñado de amigos. Stephen, que se mostró sexualmente activo y no tomó precauciones especiales durante todo ese período, permaneció en cambio siempre saludable. ¿Cómo era posible?
En realidad todo se debió a una mera cuestión de suerte en forma de rara mutación genética. En el caso de Stephen, uno de los dos receptores en los glóbulos blancos a los que se aferra el virus H.I.V. para infectarlos mostraba un defecto que impedía al germen prosperar. Los estudios posteriores mostraron que esta anomalía estaba presente en menos del 1% de la población mundial.
Desde que intuyó su inmunidad, Crohn se presentó de forma valiente a varios doctores para que le expusieran al virus, pero ninguno fue capaz de infectarlo incluso a pesar de haberle dosificado concentraciones miles de veces más fuertes que las que encontraría fuera de los laboratorios.
En un reciente artículo del Times se cita la opinión de el doctor Bruce D. Walker, director del Intituto Ragon del Hospital General de Massachusetts, y colaborador del MIT y la Universidad de Harvard. En el Times, Walker sostuvo que la contribución del caso Crohn en la carrera por combatir – o atenuar – los efectos de esta enfermedad fue «realmente extraordinaria«.
Tanto es así que la investigación realizada para estudiar el defecto en los glóbulos blancos de Stephen Crohn llevó al desarrollo del fármaco maraviroc, que bloquea el receptor CCR5 evitando que el paciente continúe expandiendo la infección tras resultar contagiado.
Según el citado artículo del Times, en 2006 un paciente de SIDA se curó de forma efectiva tras recibir una donación de médula ósea procedente de un paciente que mostraba la misma mutación que Stephen.
Sin embargo, tras tanta pérdida cercana, nuestro protagonista fue desarrollando un creciente sentimiento que se conoce como «culpabilidad del superviviente«. Eso hizo que el pasado 23 de agosto, terminase por poner fin a su vida a la edad de 66 años.
Lamentablemente, lo que el SIDA no pudo lograr lo terminó por conseguir el suicidio. Un triste fin tras una vida marcada por la tragedia, pero también por su valentía y su aportación a la ciencia. Descanse en paz.
Fuente: Yahoo! España