Por Eduardo Van Der Kooy clarin.com Con muy poco margen para el error, Sergio Massa, Daniel Scioli, Mauricio Macri, Hermes Binner y Julio Cobos quedarán consolidados como presidenciables para el 2015 después de las legislativas de hoy. A ese lote, tal vez, hasta podrían sumarse José de la Sota y el entrerriano Sergio Urribarri. Todos deberán recorrer, sin embargo, una transición que se avizora bien compleja. En ese camino podrían ir perdiendo aspiraciones. La historia de la vapuleada democracia lo demuestra: Antonio Cafiero fue el gran ganador en las elecciones de 1987 en Buenos Aires, pero sucumbió ante Carlos Menem en la pelea por la candidatura presidencial peronista; Graciela Fernández Meijide resultó, en ese mismo distrito, la gran revelación de 1997 venciendo al PJ aunque el trampolín de la Alianza a la Casa Rosada correspondió a Fernando de la Rúa. Parece curioso, pero por segunda vez en la Argentina una elección de medio término asoma sujeta a una gran previsibilidad. No es que no sucedan cosas ni dejen de irrumpir imponderables. Todo lo contrario. Pero el nuevo sistema de las primarias, malformado, se ha convertido en anticipo fiel sobre lo que vendría después. Ya pasó cuando Cristina Fernández ganó la reelección en el 2011: todas las conjeturas, entonces, rondaron acerca del volumen final que obtendría la Presidenta y de cuál sería el retador que quedaría a tiro. El debate ahora es similar tomando en cuenta un punto de partida inmutable: el Gobierno perderá en las cinco principales provincias (Buenos Aires, Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza) que representan el 70% del padrón nacional. Quizás el mayor interrogante a desentrañar, a esta altura, lo constituya Cristina. La Presidenta se ausentó por enfermedad de la campaña desde la primera semana de este mes. Los médicos informaron el miércoles que se recupera bien pero que debe continuar con su reposo estricto. Confirmaron que su problema es la arritmia más que aquel hematona cerebral. No existe absoluta certeza sobre su fecha de retorno y algunas fuentes cristinistas mencionan la posibilidad de alguna filmación que se haría pública en los próximos días para mostrarla en franca recuperación. Lo hizo Menem, en los 90, cuando sufrió la operación en la carótida. A su vuelta, se encontrará con la nueva escena: una derrota electoral consumada y una transición, enfocada en su adiós, con sus pasos iniciales. La primera duda tendría que ver con sus posibles reacciones anímicas y políticas. Sobre el primer tópico hay pistas permeadas de su encierro en Olivos: la Presidenta se siente retemplada después de superar la operación en su cabeza. Alrededor de su nuevo tiempo político se tiende un hermetismo inviolable. ¿Seguirá igual que antes? ¿Podrá hacerlo? ¿Buscará reconfigurar su sistema de decisiones y de poder? ¿Explorará otras alternativas? Su tropiezo de salud, entre tantas cosas, pareció dejar en evidencia algo: el costo –también el fracaso– de su estilo de conducción. Ese estilo lo aprendió y lo heredó de Néstor Kirchner. Aunque le dio, por razones de personalidad, varias vueltas de tuerca. Se refugió en un personalismo extremo y encogió hasta lo ínfimo a su entorno. En esta emergencia quedó demostrado: los únicos que tallan, de verdad, son Máximo, su hijo, y Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico. La emergencia habría servido además para desnudar lo estéril de su construcción política. Esa construcción se liga a su personalismo. Sólo un capricho o la seguridad de la inexistencia de una acechanza opositora indujo a la Presidenta a ungir a Amado Boudou como compañero de ruta. El Poder Ejecutivo permanece descabezado desde que comenzó la convalecencia. El vicepresidente fue felpeado por el propio cristinismo y careció de defensas.
Eduardo Van Der Kooy: «El mayor interrogante es Cristina»
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