La historia no es ajena a la literatura argentina en el sentido de que más de un escritor dejó el país pero lo mantuvo presente en lenguaje y espacio ficcional como los casos de Juan José Saer, el mismo Julio Cortázar o, el más evidente de Manuel Puig, que tuvo que salir corriendo de General Villegas por ciertas cosas que ficcionalizó en su genial “Boquitas pintadas”. En el caso de Duprat-Cohn, se trata del escritor Daniel Mantovani (interpretado por Oscar Martínez) que vive en Barcelona y luego de recibir el Nobel ingresa en una vacío creativo de más de cinco años y ante esta desventura creativa y cierta fobia a la celebridad decide regresar al pago chico de Salas, donde situó todas sus historias y del que salió intentando huir del aire y la chatura pueblerina. La película, filmada en abril y mayo de 2015, tardó más de cinco años en concretarse y tuvo que atravesar no pocos escollos y es como un salto de la dupla que 16 años atrás arrancó trabajando junta en aquel inefable programa televisivo que negaba de hecho la forma de concebir la pantalla chica y que se llamó “Televisión Abierta”, que, sin filtros, daba el micrófono a quien lo deseara, en un deliberado acto provocativo del que nunca hicieron gala. Luego de eso vinieron otras películas: “Yo presidente”, “El artista”, “Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo” y “El hombre de al lado”, quizás la más similar, o acaso complementaria, con esta, que comparte también guionista, el actual director del Museo de Bellas Artes y hermano de Gastón, Andrés Duprat. Recién llegados al Lido y expectantes por la premiere mundial del filme, que analizan como un decidido paso por continuar haciendo cine de autor pero con alcance masivo, Mariano Cohn y Gastón Duprat hablaron gentilmente con Télam en una oficina del Palazzo del Cinema, donde esperaban la llegada del director de la Mostra, Alberto Barbera, para precisar algunos detalles de la exhibición del filme. Télam: ¿Cómo analizan esta película dentro de lo que es el desarrollo cinematográfico de ustedes? Duprat y Cohn: Continuamos con cosas que nos pertenecen como es hacer un cine autoral y tener un punto de vista fuerte desde la dirección y, al mismo tiempo, en este caso, como en ningún otro, aspiramos también y estamos contentos de haber hecho la apuesta por un trabajo que necesita ser comercial en el sentido de que necesita que la gente vaya a las salas a verla; es algo interesante porque apostamos por la gente pero sin ningún tipo de concesión autoral. T: ¿Eso los obliga a una narración cinematográfica distinta? DyC: Desde el punto de vista de la narración la película tiene recursos genuinos nobles que tienen que ver con la identidad estética nuestra como directores y también con la decisión de no escondernos en ningún “supuesto refugio de estilo” sino ser generosos con el público, ser llanos, ser transparentes, tomar el toro por las astas en todas las situaciones narrativas que la película lo requiera pero que esto no vaya tampoco en contra de la mirada propia. En el cine independiente argentino circula un chiste, dice que algunos directores hacen un “estilo” a partir de la repetición de una serie de limitaciones película tras película. T: Igual que “En el hombre de al lado”, acá les gusta meter el dedo en la llaga en un problema concreto y ver qué pasa, qué se suscita. DyC: Tomamos temas que nos son propios por el universo en que nos movemos y que plantean un dilema moral, el espectador tiene que tomar posición por uno o por otro personaje y esa posición, en general, va variando a lo largo de la película, esa es una de las claves del planteo en las dos: tenés que tomar posición, sos activo, podés estar en un bando y después cambiar al otro, la película te obliga a ir y volver, los juicios no son definitivos ni absolutos, hay un movimiento viendo la película, nadie puede bajar la persiana y decir “me quedo con este”, siempre está la cosa interpelándote, en movimiento, eso le da una cierta intensidad, necesitamos una decisión del
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