El gran inversor Warren Buffett declaró que la generación de nuestros hijos será la «cosecha más afortunada de la historia». Este cambio se está acelerando en todos los sectores, salvo en un aspecto: el nivel de productividad. Este año, por primera vez en más de tres décadas, es casi seguro que el crecimiento de la productividad estadounidense será negativo después de una década de desaceleración. Sin embargo, los avances tecnológicos y los aparatitos que tenemos parecen decirnos lo contrario. ¿En quién deberíamos confiar: en los datos económicos o en nuestros propios ojos mentirosos? La respuesta depende de muchos factores. La productividad es el indicador definitivo de nuestra capacidad para crear riqueza. A corto plazo el crecimiento se puede impulsar trabajando más horas, importando personas o subiendo la edad de jubilación. Pero después de un tiempo estas opciones pierden fuerza. A menos que trabajemos de manera más inteligente, el crecimiento comenzará a agotarse también. Otros datos confirman el pesimismo. La tendencia del crecimiento de Estados Unidos es de poco más del 2%, apenas la mitad que hace una generación. Como señaló Paul Krugman: «La productividad no lo es todo, pero en el largo plazo lo es casi todo». Es posible que estemos simplemente midiendo las cosas erróneamente. Hay economistas que creen que las estadísticas no logran captar la utilidad de la creación de un perfil en Facebook o de la descarga de información gratuita de Wikipedia. Ese tipo de economía aún no se valora adecuadamente. Sin embargo, este argumento es un arma de doble filo. La productividad se calcula dividiendo el valor de lo que producimos por la cantidad de horas que trabajamos, datos que proporcionan las empresas. Pero estudios recientes -y el sentido común- indican que nuestros iPhones nos encadenan a nuestras empresas incluso cuando no estamos trabajando. Por tanto, quizás estamos exagerando el crecimiento de la productividad al subestimar lo mucho que trabajamos. Esto último ciertamente encaja con la experiencia de la mayoría de los trabajadores estadounidenses. No es casualidad que en 2004 la mayoría comenzara a decir en las encuestas que creía que la situación económica de sus hijos sería peor que la de ellos; en ese mismo año, los aumentos de la productividad impulsados por internet en la década de 1990 comenzaron a desvanecerse. Los salarios de la mayoría de los estadounidenses se han congelado o han bajado en los últimos 15 años más o menos. Hoy el sueldo inicial de un graduado universitario es en términos reales mucho menor que en el año 2000. Según la OCDE, por primera vez la próxima generación de trabajadores de Estados Unidos tendrá un nivel educativo menor que la anterior, lo que significa que lo peor probablemente está aún por llegar. Un informe de la productividad de Estados Unidos publicado la semana pasada lo confirma. También es posible que estemos en el umbral de un renacimiento y que por el momento todavía no seamos conscientes de ello. El economista Robert Solow dijo en broma en 1987 lo siguiente: «La influencia de la era informática se nota en todas partes, excepto en los datos de productividad». Pocos años después, la influencia de la era informática fue claramente visible. De la misma manera, puede que estemos en el umbral de cosechar los beneficios de la inteligencia artificial, la medicina personalizada u otros avances tecnológicos. Esto encajaría mejor con nuestra febril imaginación. O podría ser una quimera. Hasta entonces, Estados Unidos y la mayor parte de Occidente están atascados en una crisis de productividad que está empeorando gradualmente. La desaceleración tiene un efecto manifiesto y un remedio seductor. El primero, una reacción en contra de la normalidad, ya es claramente visible, como lo demuestra el ascenso de Donald Trump. La mayoría de las curas que propone para los problemas y preocupaciones de la clase media estadounidense son peores que la enfermedad. Cerrar el paso a la inmigración y erigir
El misterio de la baja productividad de Estados Unidos
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