Los niños cuando están enfermos pierden su libertad. Así lo sienten, así lo saben. Y pensando en esto, siempre vuelvo al concepto bio-psico-social del individuo y la importancia de entender que no hay enfermedades sino enfermos y que cada uno necesita y debe recibir la atención personalizada y adecuada para su curación.
La enfermedad exacerba la emoción, cuali y cuantitativamente, y esto influye directamente en el resultado del tratamiento.
La forma práctica y acertiva en que enseñamos a superar obstáculos a nuestros hijos, tanto en la salud como en la enfermedad, será una herramienta utilísima para el futuro de cada uno de ellos, que sabrán capitalizar durante toda su vida.
El tiempo invertido en enseñarles y/o ayudarles a resolver situaciones es muchísimo mejor que el tiempo ahorrado haciendo las cosas por ellos.
El que mira, a veces entiende. El que hace, siempre aprende.
Cuando el niño se enferma, decía al comienzo, se produce una limitación de su libertad y un desorden en el ámbito familiar.
Explicarles que es lo que les pasa y cuál será el tratamiento, adaptándonos a su edad cronológica y grado de maduración, hará más fácil el camino a la curación. Y si le sumamos cariño y empatía, todo será más agradable y armonioso.
El desarrollo de la personalidad humana se forma por completo en la etapa preescolar. Al comenzar la escuela primaria, el niño ya adquirió las principales experiencias que determinarán su estructura psíquica, luego aplicará lo aprendido repitiendo o tal vez perfeccionando algunos aspectos.
Por eso es fundamental todo lo que hacemos (y no hacemos) en los primeros años de vida.
Todos los resabios de lo experimentado (mimos, lactancia, destete, sueño, alimentación, vestido, juegos, higiene, control de esfínteres, etc), tiene un alto contenido psicológico que va a influir fuertemente en su futuro.
Seamos responsables, educando con amor, presencia y dedicación, tratando de tercerizar solamente lo que no es indispensable.
Daniel Knollinger
Médico pediatra
M.P. 92.536
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