En «ISIS. El retorno de la yihad», el prestigioso corresponsal británico en Medio Oriente Patrick Cockburn analiza el ascenso de la agrupación integrista que aterroriza al mundo. Infobae publica un adelanto
En la actualidad, los movimientos tipo Al Qaeda controlan una vasta región del norte y oeste de Iraq y del este y norte de Siria, varios cientos de veces mas grande que cualquier territorio que alguna vez haya controlado Osama Bin Laden.
Desde la muerte de Bin Laden, los afiliados o clones de Al Qaeda han tenido sus mas grandes éxitos, incluyendo la toma de Raqqa en la parte oriental de Siria, la única capital provincial de aquel país en caer ante los rebeldes en marzo de 2013. En enero de 2014, ISIS se apodero de Faluya, ciudad ubicada apenas a 65 kilómetros al oeste de Bagdad y que, como todo el mundo sabe, fue sitiada y atacada por los marines estadounidenses diez anos atrás. Al cabo de unos cuantos meses, ISIS también había tomado Mosul y Tikrit. Las líneas de combate pueden seguir cambiando, pero la expansión generalizada de su poderío será difícil de revertir.
Gracias a los veloces ataques efectuados en junio de 2014 en muchos frentes a la vez a lo largo del centro y el norte de Iraq, los militantes de ISIS han desbancado a Al Qaeda como el grupo yihadista mas poderoso y efectivo del mundo. Estos sucesos causaron un impacto en políticos y especialistas cuyos puntos de vista acerca de lo que estaba ocurriendo a menudo eran superados por los acontecimientos. Una de las razones fue que resultaba demasiado arriesgado para los reporteros y observadores extranjeros visitar las áreas donde ISIS operaba, debido al enorme peligro de ser secuestrados o asesinados. «Aquellos que solían proteger a los medios extranjeros ya no pueden protegerse a sí mismos», me comentó un intrépido corresponsal al explicarme por que ya no regresaría a la Siria tomada por los rebeldes.
Esta falta de cobertura fue conveniente para los Estados Unidos y otros gobiernos occidentales, ya que les permitía restar importancia a la magnitud del catastróico fracaso de la «guerra contra el terrorismo» en los años que siguieron al 11 septiembre. Este fracaso también ha quedado enmascarado por los engaños y autoengaños por parte de los gobiernos. Al hacer referencia en West Point al papel que desempeñan los Estados Unidos en el mundo, el 28 de mayo de 2014 el presidente Obama dijo que la principal amenaza para los Estados Unidos ya no venia de Al Qaeda central, sino de «los afiliados y extremistas descentralizados de Al Qaeda, muchos de ellos con agendas enfocadas en los países donde operan». Agregó que «a medida que la guerra civil siria se extiende más allá de sus fronteras, se incrementa la capacidad de ir tras nosotros por parte de los grupos extremistas endurecidos por la guerra».
Un oficial de inteligencia de un país de Oriente Medio vecino a Siria me dijo que los miembros de ISIS «dicen que siempre se sienten complacidos cuando se envían armas sofisticadas a grupos anti Assad de cualquier tipo porque siempre pueden quitarles las armas mediante amenazas, por la fuerza o mediante pagos en efectivo». Estos no son simples alardes. Las armas suministradas por los aliados estadounidenses como Arabia Saudita y Qatar a las fuerzas anti-Assad en Siria han sido capturadas de manera regular en Irak.
Yo mismo experimenté las consecuencias de ese flujo de armas aun antes de la caída de Mosul, cuando en el verano de 2014 traté de reservar un vuelo a Bagdad en la eficiente aerolínea europea que utilicé un año antes. Me dijeron que habían descontinuado los vuelos a la capital iraqui debido a que temían que los insurgentes hubieran obtenido misiles antiaéreos portátiles, originalmente proporcionados a las fuerzas anti Assad en Siria, y que los usaran en contra de los vuelos comerciales que llegan al Aeropuerto Internacional de Bagdad. El apoyo occidental a la oposición siria pudo haber fracasado en derrocar a Assad, pero ha tenido éxito en desestabilizar a Irak, como los políticos iraquíes predijeron que ocurriría hace mucho tiempo.
El fracaso de la «guerra contra el terrorismo» y el resurgimiento de Al Qaeda se explican de manera más amplia a través de un fenómeno que se hizo evidente a pocas horas de los ataques del 11 de septiembre. Los primeros movimientos de Washington dejaron en claro que la guerra antiterrorista se llevaría a cabo sin ninguna confrontación con Arabia Saudita o Paquistán, dos aliados cercanos a los Estados Unidos, a pesar de que sin la participación de estos dos países hubiera sido poco probable que dichos ataques ocurrieran. De los 19 secuestradores que actuaron ese día, 15 eran saudíes. Bin Laden procedía de la elite saudí.
En subsecuentes documentos oficiales estadounidenses, varias veces se hizo énfasis en que el financiamiento de Al Qaeda y los grupos yihadistas procedía de Arabia Saudita y de las monarquías del Golfo. En cuanto a Paquistán, desde principios de los noventa su ejercito y su servicio militar desempeñaron un papel determinante en impulsar al poder a los talibanes en Afganistán, donde acogían a Bin Laden y Al Qaeda. Después de una breve interrupción durante y después del 11/9, Paquistán retomo su apoyo a los talibanes afganos. Al hacer referencia al papel central de Paquistán en el respaldo a los talibanes, el fallecido Richard C. Holbrooke, representante especial estadounidense ante Afganistán y Paquistán, dijo: «Quizás estemos luchando contra el enemigo equivocado en el país equivocado».
La importancia de Arabia Saudita en el surgimiento y el regreso de Al Qaeda con frecuencia se malentiende y se subestima. Arabia Saudita ejerce influencia debido a que su petróleo y su vasta riqueza la hacen poderosa en Oriente Medio y más allá. Sin embargo, no solo los recursos financieros hacen que sea un jugador importante. Otro factor es la propagación que hace del wahabismo, versión fundamentalista del Islam del siglo XVIII, que impone la ley sharia, relega a las mujeres a ser ciudadanas de segunda clase y considera a los musulmanes chiitas y sufíes como no musulmanes que deben ser perseguidos junto con cristianos y judíos.
Esta intolerancia religiosa y autoritarismo político, que tiene muchas similitudes con el fascismo europeo de la década de 1930 en cuanto a su presteza para utilizar la violencia, lejos de mejorar está empeorando. Por ejemplo, en años recientes, un saudí que creo un sitio web liberal en el que se podía criticar a los clérigos fue sentenciado a 1 000 latigazos y siete años de prisión.
La ideología de Al Qaeda e ISIS toma muchos elementos del wahabismo. En cualquier parte del mundo musulmán, los críticos de esta nueva tendencia del Islam no sobreviven mucho tiempo. Son forzados a huir o son asesinados. Después de denunciar a líderes yihadistas en Kabul en 2003, un editor afgano los describió como fascistas sagrados que estaban usando inadecuadamente al Islam como «un instrumento para tomar el poder». No ha de sorprendernos que fuera acusado de insultar al Islam y tuviera que abandonar el país.
En décadas recientes, la forma en la que el wahabismo se esta apoderando de la corriente principal del Islam sunita es mediante un progreso extraordinario en el mundo islámico. En un país tras otro, Arabia Saudita está aportando dinero para el entrenamiento de predicadores y la construcción de mezquitas. El resultado es la diseminación del conflicto sectario entre sunitas y chiitas. Estos últimos son blanco de una crueldad sin precedentes desde Túnez hasta Indonesia. Semejante sectarismo no está confinado a los pueblos rurales fuera de Alepo o en el Punjab; está envenenando las relaciones entre las dos corrientes en todos los grupos islámicos. Un amigo musulmán que vive en Londres me dijo: «Si mirás la libreta de direcciones de cualquier sunita o chiita en Gran Bretaña, encontrarás muy pocos nombres de personas que no pertenecen a su comunidad».
Aún antes de Mosul, el presidente Obama comenzaba a darse cuenta de que los grupos tipo Al Qaeda eran mucho mas fuertes que antes, pero su formula para tratar con ellos repite y exacerba antiguos errores. «Necesitamos socios que luchen a nuestro lado contra los terroristas», dijo a su audiencia en West Point. Sin embargo, quienes serán esos socios? No mencionó a Arabia Saudita ni a Qatar, ya que siguen siendo aliados cercanos y activos de los Estados Unidos en Siria. En su lugar, Obama señaló a «Jordania y el Líbano, a Turquía e Irak» como socios que recibirán ayuda para «enfrentar a los terroristas que actúan a lo largo de las fronteras de Siria».
Hay algo absurdo en todo esto, ya que los yihadistas extranjeros en Siria y en Iraq, las personas que Obama admite son la mayor amenaza, solo pueden llegar a esos países porque pueden cruzar la frontera turco-siria de 820 kilómetros de largo sin ningún impedimento por parte de las autoridades turcas. Arabia Saudita, Turquía y Jordania pueden estar aterrorizadas por el Frankenstein que han ayudado a crear, pero hay muy poco que puedan hacer para contener al monstruo.
Un propósito sobreentendido por parte de los Estados Unidos al insistir en que Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Bahrein formaran parte de los ataques aéreos sobre Siria en septiembre o los apoyaran fue forzarlos a romper sus antiguos lazos con los yihadistas en Siria.
Siempre hubo algo de fantasía en que los Estados Unidos y sus aliados occidentales hicieran equipo con las monarquías teocráticas absolutas sunitas de Arabia Saudita y el Golfo para propagar la democracia y fortalecer los derechos humanos en Siria, Irak y Libia. En 2011, el poder de los Estados Unidos en Oriente Medio era mas débil que en 2003, debido a que sus ejércitos fracasaron en lograr sus objetivos en Irak y Afganistán.
Cuando surgieron los levantamientos de 2011, el ala militarizada sectaria yihadista y sunita de movimientos rebeldes recibió inyecciones masivas de dinero por parte de los reyes y emires del Golfo. Los oponentes seculares no sectarios de los estados policiales establecidos mucho tiempo atrás pronto fueron marginados, acallados o asesinados. Los medios internacionales tardaron mucho en comprender como había cambiado la naturaleza de estos levantamientos, aunque los islamistas fueron muy abiertos con respecto a sus prioridades sectarias: en Libia, uno de los primeros actos de los rebeldes victoriosos fue convocar a la legalización de la poligamia, que había sido prohibida bajo el antiguo régimen.
ISIS es producto de la guerra. Sus miembros buscan reorganizar el mundo que los rodea a través de actos de violencia. La mezcla toxica, pero potente, de habilidades militares y religiosas extremas que hizo este movimiento es resultado de la guerra en Iraq después de la invasión estadounidense en 2003 y de la guerra en Siria desde 2011. Precisamente cuando la violencia en Iraq estaba menguando, la guerra fue revivida por los árabes sunitas en Siria. Los medios y el gobierno en Occidente concuerdan en que la guerra civil en Iraq se reavivo debido a las políticas sectarias del primer ministro iraquí Nouri al-Maliki en Bagdad. En realidad, fue la guerra en Siria lo que desestabilizo a Iraq, debido a que grupos yihadistas como ISIS, que después recibieron el nombre de Al Qaeda en Iraq, encontraron un nuevo campo de batalla donde podían pelear y florecer.
Los Estados Unidos, los europeos y sus aliados regionales en Turquía, Arabia Saudita, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos crearon las condiciones para el surgimiento de ISIS. Ellos avivaron un levantamiento sunita en Siria que se extendió a Iraq. Alentaron que la guerra continuara en Siria, aunque después de 2012 fue evidente que Assad no caería. El nunca controlo menos de 13 de las 14 capitales provinciales sirias, y estaba respaldado por Rusia, Irán y Hezbollah. Sin embargo, los únicos términos de paz que le ofrecieron durante las conversaciones de paz de Ginebra II en enero de 2014 fueron que dejara el poder, aunque controlaba casi todas las ciudades de Siria. El no iba a irse y se crearon condiciones ideales para que ISIS prosperara. Los Estados Unidos y sus aliados ahora están tratando de poner a las comunidades sunitas en Iraq y Siria en contra de los milicianos, pero será difícil de lograr mientras estos países estén convulsionados por la guerra.
El resurgimiento de los grupos tipo Al Qaeda no es una amenaza confinada a Siria, Iraq y sus vecinos cercanos. Lo que esta ocurriendo en estos países, combinado con la creciente dominación de las creencias wahabistas intolerantes y exclusivas al interior de la comunidad sunita mundial, significa que 1600 millones de musulmanes, casi una cuarta parte de la población mundial, resultará cada vez más afectada. Es poco probable que los no musulmanes, incluyendo muchos en Occidente, no sean tocados por el conflicto. El resurgimiento actual del yihadismo, que ha cambiado el terreno político en Iraq y Siria, ya esta teniendo efectos de gran alcance en la política global, con consecuencias terribles para todos nosotros.
«ISIS. El retorno de la yihad», de Patrick Cockburn (Editorial Paidós)
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