Por Ricardo Roa
Si lo de la semana pasada había sido una victoria de Cristina, lo de anoche fue una derrota. No pudo evitar que los senadores aprobaran los allanamientos ordenados por la Justicia. Ni pudo evitar que Pichetto le marcara como nunca antes la cancha.
Era un final que veía venir y que intentó disimular con una carta en la que terminó por aceptar lo que antes había rechazado. Cristina se siente eximida de lo que toca a cualquier vecino y reclamó allanamientos VIP, sin fotos y sin cámaras.
Más que los allanamientos, le molestaba y le molesta que se muestren los allanamientos. Si algo le sobró para sacar pruebas que la puedan comprometer, ese algo fue tiempo. Hace años que está siendo investigada.
Los cuadernos y las confesiones que surgen de los cuadernos la han metido de lleno en la red de corrupción sistemática y naturalizada del kirchnerismo. Una red de la que siempre pretendió estar al margen, como si hubiera permanecido ajena a las cosas que sucedieron a su alrededor y a las personas que se movían a su alrededor, como Báez, De Vido, José o Cristóbal López. Ya no puede decir “yo no vi nada y yo no tuve nada que ver.”
Los fueros son una protección constitucional. Inmunidad de opinión y de arresto. No un paraguas para cometer delitos. Hubo un tiempo, algo olvidado, en que los militares tenían sus fueros: se juzgaban a sí mismos. Si se usa la memoria, también se ven algunas vueltas carnero de los políticos. Entre ellas, las que protagonizó Cristina.
En 1996 pidieron el desafuero del senador radical Eduardo Angeloz. Procesado por enriquecimiento ilícito, él mismo se adelantó y renunció a ellos. La bancada peronista estaba partida en tres. Unos querían un desafuero blando. Otros, que el juez pudiera indagarlo, pero no ponerlo preso. Y finalmente los duros: que perdiera los fueros por completo. ¿Quién lideraba a los duros? Cristina.
Más dura fue todavía en el 2000, cuando el juez Liporace pidió nada menos que 11 desafueros por los sobornos en la reforma laboral de De la Rúa. Cristina era entonces diputada y dijo de sus compañeros acusados: “… Quieren seguir siendo senadores porque entienden que de esa manera seguirá funcionando un código de protección”.
Sus contradicciones llenan un libro. Al año siguiente, más dura todavía presidiendo Asuntos Constitucionales del Senado, dijo: “Incorporar a un ciudadano con múltiples procesos, todos ellos con motivo del ejercicio de la función pública, agregaría un escándalo difícil de superar…”. Se refería a Raúl Romero Feris, ex gobernador y ex intendente de Corrientes.
Senador electo, Romero Feris no pudo asumir. Tenía dos condenas. Había urdido un pacto con un amplio sector del PJ pero no consiguió doblegar la impugnación que tuvo a Cristina como jefa.
También en 2003 Cristina cargó contra Luis Barrionuevo por el escándalo en las elecciones del peronismo catamarqueño, con quema de urnas incluida. Propuso su desafuero. Y se votó, pero terminó 37 a 27, sin llegar a los dos tercios, y Barrionuevo fue senador.
Aquella implacable Cristina contra los senadores acusados de corrupción devino en esta Cristina que quiso impedir que se allanara su casa, o que se mostrara su casa.
Y la hasta hace poco Cristina de las mil cadenas nacionales denuncia una eliminación mediática. Las cosas han cambiado pero no tanto: Cristina sigue cambiando pero no cambia.
Fuente: https://www.clarin.com/opinion/derrota-cristina-kirchner_0_Hy0xJqs87.html