La esposa de un tripulante del submarino ARA San Juan: Sólo quería decirle que esperábamos una nena
Ruth Gómez, esposa del submarinista del ARA San Juan Mario Toconás, recordó que cuando el buque desapareció y ella promediaba el cuarto mes de embarazo, lo único que quería era que lo localizaran para contarle a su marido que iban a ser padres de una nena, y al cumplirse ayer tres meses del último contacto aseguró que nunca imaginó que «tanto tiempo después seguiría sin poder darle la noticia». Gómez (33) contó que la última vez que se comunicó con su esposo, ella tenía programada la ecografía para saber el sexo del segundo hijo de la pareja: «Le dije que iba a subir el resultado al grupo que tenemos con la familia, y me pidió que lo esperara porque quería saberlo primero cuando volviera así lo anunciábamos juntos». Los últimos contactos entre ambos fueron por WhatsApp hasta donde la señal lo permitió, y luego hubo algunos más por mensaje de texto cuando el buque partía desde Ushuaia a Mar del Plata. «Antes de salir a navegar hablábamos de si creía que sería un varón o una nena. Yo le decía que iba a ser un varón, porque todas mis hermanas tienen varones», relató. No tenían pensado nombres, dijo, pero Ryan, el hijo de 9 del matrimonio, empezó a proponer algunos durante los primeros días de búsqueda del submarino, y de a poco empezó a ganar fuerza la idea de llamar María Luz a la futura integrante de la familia. «Él le puso María, y yo, Luz. Eligió María porque le gustaba, y porque es parecido al nombre de su papá», explicó. Al cumplirse tres meses de la última comunicación del submarino, Gómez aseguró que tiene presentes «como si hubieran sido ayer» los primeros días de la búsqueda, cuando su rutina entre el colegio de Ryan y el fin de un curso de instrumentadora que estaba haciendo tuvo que incorporar cada vez más horas en la Base Naval a la espera de novedades. «Fueron días durísimos, la pasé muy mal, con toda esa información que un día decían que era buena y al otro día que era mala. Me apoyé en mis hijos, en seguir, en no estar mal, en el inmenso amor por mi marido. Pero fue muy difícil», recordó. El jueves 23 de noviembre, cuando la Armada les comunicó que se había reportado una explosión, Gómez se descompensó y tuvo que ser trasladada en ambulancia al Hospital Privado de Comunidad: «Me había bajado la presión o se me subió, ya ni me acuerdo, y me tuvieron que llevar, sobre todo por el tema del embarazo». A medida que las semanas pasaron y la angustia creció, ella fue pensando estrategias para hablar con su hijo y para enfrentar la situación: «Yo quería que él terminara las clases. Y para las fiestas le dije que no sabíamos qué iba a pasar, pero que teníamos que estar preparados para todo, porque el tiempo iba pasando». Al igual que los familiares de los otros 43 tripulantes, Gómez se las ingenió desde entonces como pudo para moverse entre la esperanza y el realismo, y para aceptar que cada uno vive el drama como le sale. «Se respetan todas las posturas. Sé de otras esposas que ya han guardado todas las cosas. La ropa, los objetos. Yo no puedo», explicó, y por eso en la casa del barrio Bernardino Rivadavia en la que convivía con el hombre al que conoció cuando ella tenía 19 años y él cursaba la Escuela Naval, «está todo intacto como lo dejó». «Lo único que saqué fue el cepillo de dientes, que lo veía todos los días y me hacía mal. Pero el resto está todo tal cual lo dejó», aseguró. Relató además que en esa vivienda, habitada desde hace tres meses también por familiares que llegaron de Salta y de Río Negro, su hijo también opina a veces sobre la búsqueda. «Tiene sus propias conjeturas: cuando le conté todo me dijo que no creía en lo de la explosión, porque dice que hubiera habido partículas y restos que salieran a la superficie», dijo. «El habla y dice que lo extraña. Yo le digo que también lo extraño y que también lloro a veces por él, que no es algo malo, y que si lo siente que lo haga. El no llora por no hacerme sentir mal, porque como estoy embarazada no quiere que me sien