«No quiero ser un prisionero, pero aquí nadie nos escucha. Cuando llegué, la policía no me dejó pedir asilo», asegura Omar, aferrado a las flamantes alambradas, coronadas con púas, que se levantaron hace sólo unos días en el perímetro de Moria, el principal centro de refugiados de Lesbos. «Me pidieron que registrara mis huellas dactilares y sólo nos dieron un papel que dice que estoy detenido», añade este afgano de 25 años, con lágrimas de impotencia en los ojos. Su frustración es evidente: «Incluso si pedimos asilo, nos lo van a denegar porque somos afganos», sostiene el joven. Omar -quien confesó que ése es un nombre ficticio que da por razones de seguridad- llegó a esta isla del Egeo el lunes pasado, un día después de la entrada en vigor del polémico acuerdo entre la Unión Europea y Turquía, que pretende frenar la entrada masiva de refugiados a Europa. Apenas pasó una semana desde que la UE se propuso devolver a todos los nuevos refugiados a suelo turco, y el panorama de Lesbos sufrió un cambio radical. En primer lugar, las llegadas de refugiados a esta isla del Egeo cayeron de forma drástica, aunque nadie se atreve a vincular este hecho con el pacto, ya que en los últimos días un fuerte temporal impidió la salida de lanchas inflables desde Turquía. Pese al mal tiempo, dos embarcaciones con 128 personas a bordo fueron interceptadas el viernes por la madrugada en el sur de la isla por el Frontex, la agencia europea de control de fronteras; y tras recibir asistencia por parte de Médicos Sin Fronteras (MSF), los refugiados han sido trasladados a Moria, a unos 15 km del puerto de Mitilene, capital de Lesbos. En este punto, otra gran diferencia. Ni MSF ni ninguna otra organización humanitaria ayudaron en el transporte de los refugiados, porque no quieren ser cómplices de un procedimiento «ilegal» e «inhumano». «Estamos tratado con personas que necesitan protección, sufrieron guerras terrible, pusieron en riesgo sus vidas para cruzar el mar, están mojados, algunos enfermos, tienen frío, hay mujeres y niños, y la reacción de Europa es ponerlos en prisión», explica Michele Telaro, coordinador de operaciones de MSF en Lesbos, en declaraciones a Télam. Con el acuerdo de la UE-Turquía en marcha, MSF, el organismo de la ONU para los refugiados (Acnur), Save the Children, y otras organizaciones anunciaron que se retiraban de Moria por el creciente deterioro de la situación de los refugiados que están siendo llevados a ese centro, que pasó de ser un punto de registro abierto a convertirse en una cárcel. Otros grupos de voluntarios directamente fueron expulsados, al mismo tiempo que se produjo el desalojo de unos 2.500 refugiados de éste y otro campo de acogida cercano, Kara Tepe. Las autoridades prácticamente vaciaron la isla de los «antiguos» refugiados, los que llegaron antes del 20 de marzo, y no están bajo «amenaza de expulsión». Familias enteras fueron enviadas en ferry hacia Atenas y otros puntos de Grecia, como a la norteña Kavala, con la intención de hacer hueco a los refugiados que estaban por llegar. A partir de esa operación, el campo de Moria, convertido en símbolo de solidaridad y orgullo de Lesbos, sufrió una importante transformación. Aunque las condiciones siempre fueron precarias, los refugiados que pasaban por allí mataban las horas de espera junto a una fogata, charlando, compartiendo comida. Y lo más importante, recibían la contención de decenas de voluntarios que los hacían sentir «bienvenidos». No existía una frontera entre el adentro y el afuera, todos se movían libremente entre el centro de registro oficial y el campamento informal «Better Days for Moria» (Mejores días para Moria), que era una especie de extensión. Ahora los refugiados permanecen enjaulados, como animales. «Tener familias enteras y niños en prisión es una locura», subraya Nefelis Gazis, una joven voluntaria griega que colabora en varios proyectos en Lesbos. Celine sonríe mientras juega con sus pequeños dedos en los huecos de la alambrada. Su padre
La isla de Lesbos, de refugio a prisión de refugiados
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