Es
posible ponerle precio a la felicidad?
Psicólogos
y economistas estadounidenses estudian sus orígenes y su impacto en
los negocios con un solo fin: cuantificarla.
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Polémico, sí,
y quizás algo utópico, también. ¿Es posible ponerle precio a la
felicidad? ¿Tasarla? ¿Medirla? ¿Pedir una indemnización en un juicio
de divorcio por no tenerla? Sí, según una de las más controvertidas
-y crecientes- áreas de la investigación científica en Estados
Unidos.
Los académicos bucearon en las causas de la depresión durante
décadas. Evaluaron sus consecuencias y las técnicas y medicamentos
para remediarla o paliarla. Pero en los últimos años apuntan a su
opuesto: la felicidad, sus orígenes y su impacto. Hasta, por qué no,
en los negocios.
Así es como un estudio concluyó que los solteros estadounidenses, de
ambos sexos, al igual que los casados que tienen baja frecuencia de
actos sexuales, necesitan ganar US$ 100.000 adicionales al año para
sentirse tan felices como un cónyuge felizmente casado y con buena
rutina sexual.
La conclusión del estudio liderado por el profesor de economía del
Dartmouth College, David Blanchflower, tiene consecuencias
explosivas: abogados en Estados Unidos analizan si es posible
cuantificar una "pérdida en la felicidad" de sus clientes al
plantear una demanda de divorcio, según expuso The Wall Street
Journal en un artículo reciente.
La cifra "compensatoria" que podría reclamarse no es menor, incluso
para los parámetros de Estados Unidos, donde el ingreso promedio per
cápita es de US$ 30.547 al año, según el relevamiento de 2004 de la
Oficina de Censos norteamericana.
Con esa cifra oficial como parámetro, el estudio de Blanchflower
lleva a algunos a pensar que tener una buena frecuencia sexual
equivale a tener ingresos económicos tres veces superiores a los de
un estadounidense promedio, pero felizmente casado.
Sus conclusiones se suman a los de otros estudios, como los
desarrollados por el profesor de marketing de la Universidad del
Estado de Nueva York Michael Guiry, que estudia desde 1998 las
conductas y personalidades de quienes pasan horas en los shoppings.
Guiry concluyó que salir de compras como una forma de recreación es
para muchos una forma de reafirmarse. O, en otras palabras, que
quienes compran porque sí suelen tener una autoestima más baja que
quienes sólo compran ante una necesidad. Todo un nicho para la
publicidad.
"El próximo paso en mi investigación es hacer un estudio para ver si
la identidad del comprador recreacional se mantiene en otras
culturas", anticipa Guiry a LA NACION. "Aunque no he hecho
investigaciones en la Argentina, esperaría similares sensaciones
acerca -y conductas hacia- las compras recreacionales que en Estados
Unidos."
Lo primero es la salud
Los hallazgos de Guiry se combinan con los del profesor de
psicología y neurociencia de la Universidad Stanford Brian Knutson.
Tras medir las diferencias observadas en el flujo de oxígeno
dirigido al cerebro, Knutson concluyó que las personas suelen sentir
más felicidad y satisfacción de la anticipación de una compra que en
el momento en que adquieren el producto deseado en sí.
Semejante conclusión es un aliciente para las áreas de marketing de
cualquier empresa a la hora de armar una campaña publicitaria, que
ya sabían del asunto: promocionar la experiencia de un producto es
tan o más importante como el producto en sí. Otros académicos se
concentran en la faz económica de la felicidad. ¿Existe un ingreso
mínimo para ser feliz?
Tres analistas del Centro Pew de Investigaciones, Paul Taylor, Cary
Funk y Peyton Craighill, encuestaron a 3015 estadounidenses. Y
concluyeron que la felicidad es más común entre quienes ganan más de
US$ 100.000 al año (un sueldo propio ya de la clase media-alta en
este país), van a servicios religiosos y... adhieren al Partido
Republicano.
El profesor de sociología y demografía de la Universidad del Estado
de Pennsylvania, Glenn Firebaugh, prefiere destacar, en cambio, la
idea de la "riqueza relativa": la gente se compara con quienes
considera sus pares por edad, lugar o similares trabajos, más que
por parámetros absolutos o teóricos de salarios o riqueza.
Firebaugh también defiende, de todos modos, el clásico concepto de
que aunque el dinero ayuda a la felicidad, pero no la genera, ni
garantiza. Y que la salud es más relevante que una cuenta bancaria,
después de estudiar a más de 18.000 estadounidenses.
En esa línea va, también, el profesor de kinesiología de la
Universidad de Illinois, Edgard McAuley, que pudo verificar en los
hechos el precepto de que el ejercicio físico le permite a ser más
feliz en la tercera edad, elevando la autoestima y la confianza.
La firma Sensory Logic avanzó, en cambio, por la senda abierta por
el profesor retirado de psicología de la Universidad de California
en San Francisco, Paul Ekman, que estuvo durante décadas los rasgos
faciales de cada emoción. Empresas como Canon, Toyota, Whirpool y
American Express usan ahora los servicios de la firma para medir
cuáles de sus productos hacen realmente felices a sus clientes.
Por su parte, Martin Seligman, profesor de psicología de la
Universidad de Pennsylvania, apuntó a la resistencia. Comprobó que
quienes tienen más fortaleza mental son más felices.
La derivación laboral de ese principio es directa: las empresas que
enseñan a sus vendedores técnicas para lidiar con clientes
dubitativos -como novias- o para áreas complejas -como funerarias-
suelen vender más. Y compañías como Sprint Nextel y David´s Bridal
están usado los hallazgos de Seligman. Pero las conclusiones de
Blanchflower son, de seguro, las más controvertidas.
Tras estimar en US$ 100.000 el dinero extra necesario para ser feliz
si se tiene poco sexo o que se es igualmente feliz con menos ahorros
dinero pero más sexo, el académico dio otro paso. Blanchflower
también midió la diferencia pecuniaria entre tener sexo una vez a la
semana con una pareja monógama o una vez al mes: la diferencia para
ser feliz, entre los estadounidenses, ronda los US$ 50.000 al año.
¿La felicidad atrae
la buena salud?
El dinero hace la felicidad
Fuente:
http://www.lanacion.com.ar
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