El sonido y las luces de las máquinas están cambiando al casino

Aunque la ilusión del juego seduce a turistas y foráneos, todos quieren pasar inadvertidos. La ruleta tradicional comienza a ser reemplazada por la electrónica. En verano se juega más fuerte, y en temporada concurre la mayor cantidad de gente

LAS TERMAS DE RIO HONDO.- “El que juega por necesidad pierde por obligación”, dice un dicho popular. Pero para aquellos que esperan que a las 10 de la mañana se habiliten las máquinas tragamonedas del casino local, esas cosas son puro cuento. También para aquellos que desde las 20 se instalan en la sala de ruleta o juegos de paños y apuestan contra la lógica, la vida o la utopía.
Hay quienes concurren diariamente. “Esos no juegan fuerte”, dijo a LA GACETA Juan Carlos, un jugador social de estas latitudes.
“Todos creen que cuando comienza la temporada se juega más fuerte. Están equivocados”, expresó el jefe de seguridad de Casinos del Sol. “El apostador fuerte viene en verano, cuando hay menos gente. No le gusta que lo molesten, quiere pasar inadvertido y tiene todas las instalaciones para él”, añadió
Una anciana de anteojos grandes y ropa oscura observa con atención a la croupier. Ella es cordobesa y está familiarizada con casinos donde sólo atienden hombres. En el de Termas las damas son tiradoras y manejan la banca en las mesas de black jack.

Convivencia
Curiosa fauna humana congrega la sala del tercer piso. Allí, un sector está ocupado por los juegos de paños y otro -conviviendo como buenos vecinos-, por las máquinas electrónicas tragamonedas o de pulso.
“El juego original de casino se está desvirtuando”, opinó un empresario de Fernández, fuerte apostador de ruleta de paño. “Las tragamonedas están desplazando a los juegos de paños. Tengo entendido que en el ala noreste levantarán las mesas de ruleta tradicional y las reemplazarán por otras electrónicas”, agregó.

Poca charla
En esa vorágine de ruidos de bolas que giran, voces femeninas que gritan “no va más” y sonidos electrónicos, las personas parecen ser un mueble o instrumento más de la escenografía de la casa. En la sala hablan poco, se tensan mucho y se ilusionan todos. Algunos festejan, por lo general los debutantes, otros ni siquiera se inmutan cuando el rastrillo les barre los $120, $1.000 o mucho más en fichas del paño de números, que van del 0 al 36.
Nadie quiere ser reconocido en el interior. Y los que son sorprendidos responden a coro “vinimos a mirar o a conocer o quizás, estamos de pasada”.

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