CUANDO CONSULTAR
A UN PSICOLOGO
Para la mayoría de nosotros, apenas
entraña dificultad saber cuándo debemos acudir al médico. Sin
embargo, seguimos mostrando dudas y reticencias a la hora de
dirigirnos a los psicólogos, sobre los que aún parece pesar el
apelativo de loqueros. Es por ello que todavía muchos asocian el
acudir a un psicólogo con reconocer que se padecen graves desórdenes
mentales que no son capaces de controlar y resolver. Otro freno para
ir tranquilamente a la consulta del psicólogo es el reparo a
comunicar a un desconocido nuestros problemas más íntimos.
Mostrarnos tal cual somos, hablar de esas frustraciones, obsesiones,
complejos, inseguridades o debilidades que tantos años llevamos
ocultando o disimulando, poner en entredicho nuestra fortaleza
mental, nuestra sensatez o lucidez, quedando casi a merced de
alguien, exponernos al juicio de un especialista -para quien seremos
sólo un caso más- se convierte en un duro trance que puede
producirnos miedo cuando no terror. Y así, por unas u otras causas,
y a pesar de que algo en nuestro interior nos revela que necesitamos
ayuda especializada y que contar nuestras penas a familiares o
amigos no es suficiente, nos demoramos demasiado en solicitar una
cita con el psicólogo y lo hacemos cuando ya no podemos más y los
síntomas de sufrimiento, de inestabilidad psicológica, han devenido
en pesadilla. Este retraso, que puede suponer varios años e incluso
décadas, puede agravar un problema que atendido a tiempo quizá se
hubiera resuelto sin mayor dificultad
Debemos
acudir al psicólogo cuando...
# Sintamos que la tristeza, la apatía y la falta de ilusión empiezan
a agobiarnos y a emitirnos el siempre equivocado mensaje de que
nuestras vidas carecen de sentido.
# El negro o el gris tiñen frecuentemente nuestros pensamientos y
nos vemos incapaces de encontrar algo positivo en nuestras vivencias
cotidianas.
# Todo a nuestro alrededor lo percibimos amenazante y nos sentimos
solos, incomprendidos o desatendidos.
# Pensamos que la desgracia se ha cebado en nosotros y comenzamos a
asumir que todo nos sale mal y que las cosas no van a cambiar.
# Estamos atenazados por miedos que nos impiden salir a la calle,
relacionarnos con otras personas, permanecer en un sitio cerrado,
hablar en público, viajar, etc.. Es decir, cuando el temor o la
inseguridad nos impiden desarrollar nuestras habilidades y disfrutar
de personas, animales y cosas que nos rodean.
# La obsesión por padecer graves enfermedades o contagiarnos de
ellas nos lleva a conductas extrañas y repetitivas, de las que no
podemos prescindir sin que su ausencia nos genere ansiedad.
# Nos sentimos "con los nervios rotos" y casi cualquier situación
hace que perdamos el control y sólo sepamos responder con
agresividad o con un llanto inconsolable.
# Nos damos cuenta de que fumar, beber o consumir cualquier otra
droga, apostar..., se ha convertido en una adicción de la que no
sabemos salir y que genera perjuicios importantes en nuestra vida o
en la que de quienes nos rodean.
# El estrés empieza a mostrarse a través de sus síntomas
psicosomáticos: insomnio, problemas digestivos, cardiovasculares,
sexuales......
# La ansiedad es una constante diaria, que impide la estabilidad y
serenidad necesarias para mantener un pensamiento positivo, una
conducta tranquila y el goce de los pequeños placeres cotidianos.
# Los silencios, los desplantes o los gritos sustituyen al diálogo,
y los problemas de comunicación enturbian nuestra relación con los
demás.
# Las dificultades sexuales afloran y vivimos la angustia que causan
la impotencia, la falta de deseo o de sensaciones eróticas y, sobre
todo, la imposibilidad de gozo y comunicación con la persona
destinataria de nuestro amor.
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