Se gesta en algún lugar indeterminado
de Reino Unido. Los pocos que la han visto aseguran que tiene
anatomía de titanio y viste un esmoquin de negro riguroso. Mide 8,5
x 5,3 cm y pesa más que la de plástico. Viaja en las carteras de las
personalidades –finanzas, deportes, política, show business– más
poderosas del mundo. Es la ganzúa mágica que abre todas las puertas,
el bálsamo que soluciona todas las emergencias, la fórmula que
materializa los sueños más extravagantes. Esta lámpara maravillosa
del nuevo milenio se llama Centurion (pronúnciese con acento en la
u), tiene el perfil de un romano imperial como logo y es la tarjeta
de crédito más superlativa del universo. No tiene límite al gasto.
No tiene fronteras para la imaginación: dar de comer a tiburones en
Bora Bora, jugar al golf con Tiger Woods antes del Open Usa en Saint
Andrews (donde cortan el césped con tijeras) o hacer un vuelo con
gravedad cero con un señor que en 1969 viajó a la Luna, o sea, Buzz
Aldrin. Éstos sólo son algunos de los menesteres rutinarios que ha
de solventar.
Centurion fue creada en 1999 por la
empresa estadounidense de servicios financieros y viajes American
Express para premiar y distinguir a los clientes de las tarjetas
Premium, Oro y Platino (pura bisutería), que ascendieron al escalón
más alto y manejan los hilos del tinglado global. Porque entre la
elite también hay clases. Babeante y estupefacta, la pobre plebe la
conoce como la negra –black card en inglés–, «un color elegante que
era lo más in en los desfiles y en la alta costura cuando la
lanzamos», relatan desde las entrañas de la compañía. Poseerla
supone caminar sobre las aguas de la opulencia, jugar y conocer las
grandes ligas del dinero, gozar de barra libre en un entorno de
lujo, glamour y posibilismo. Si Moisés hubiera tenido una, hubiera
abierto paso a los judíos a través del Mar Rojo sin intermediación
divina. .
Para no ser profeta en su tierra (American
Express nació en Búfalo, Estados Unidos, en 1850), la primera
Centurion se lanzó en Reino Unido en 1999. Le siguieron
inmediatamente Estados Unidos, Alemania y Hong Kong (2000), Suiza y
Japón (2002), México (2003), Australia (2004) y Francia, Italia,
Holanda, Suecia y España, el 15 de octubre de hace tres años.
«También tenemos titulares en Arabia Saudí, Kuwait o Emiratos
Árabes, pero ellos llegan a Centurion como clientes en Estados
Unidos o Reino Unido, puesto que no tenemos logística en esos países
para emitir tarjetas», afirma Juan Pablo Vivas Benker, director de
marketing de AmEx (contracción o nombre abreviado de la empresa) en
España. Próxima estación: ¿Taiwán? Aún es pronto para saberlo. .
Para entrar en el Club Centurion y
ser titular (o holder en su jerga) sólo se accede a través de una
invitación cursada por la compañía que la expide. La cúpula en pleno
de American Express se reúne para decidir quién es el nuevo
privilegiado con tal honor, tras comprobar tanto que reúne todos los
requisitos económicos como que se ajusta al perfil pretendido. Salir
en la lista de Forbes y estar en los papeles ayuda. Condiciones
previas: en Estados Unidos tiene que gastar al año más de 200.000
euros a través de American Express, además de tener una intachable
trayectoria crediticia. Luego sólo se tienen que aflojar 2.000 euros
anualmente para estar al corriente. En Estados Unidos se ha de pagar
un recargo de más de 500 dólares (363 euros) por cada persona
autorizada (esposa, hijos, etcétera). El afortunado recibe en su
casa un kit de cuero de la mejor calidad, al menos en España, que
envuelve la carta con la bienvenida del presidente, y un tarjetero
que aloja con mimo, como un marsupial, a la Centurion. Dicho
presente puede variar en función del país y su cultura. .
Sociedad secreta. Desde el momento
que se recibe, la negra acciona un seguro de vida con muchos ceros.
Aparte de lo desahogado de la cuenta corriente, hay que estar
involucrado con la vanguardia: una existencia cosmopolita y
refinada, cierta querencia por tendencias en gastronomía, ocio, moda
o arte, compromiso social, codearse con la crème de la crème o pasar
muchas horas de un lado a otro del mundo, ora en yate ora en avión,
son algunas de las bazas para ingresar en la secreta sociedad
Centurion. A cada nuevo candidatable, como ahora se define en
horrible palabro, se le examina con microscopio. «Tenemos una lista
importante que estudiamos minuciosamente», alerta Vivas Benker.
Parece que los nuevos ricos de torpes maneras, cordilleras de
ladrillo y caviar sobre pan Bimbo no dan la talla para merecer el
titanio. .
No sueltan prenda con las cifras,
pero en España pudieran ser más de 300 los centuriones. Divos del
deporte, dioses de la ingeniería, arquitectos estrella... Para
acertar con conjeturas y quinielas hay que apuntar altísimo. También
hay perfiles más prosaicos. Como los nidos vacíos o parejas de
colosal poder adquisitivo, inquietudes culturales, paladares
exquisitos y vástagos que emigraron hace tiempo. Ellos forman un
nicho de mercado que se corresponde con la filosofía de la tarjeta.
A por ellos van. .
La Centurion apareja un estilo de
vida brutal, inaccesible, pantagruélico y exclusivo a los ojos del
resto de los mortales. Esta comunidad pequeña y diversificada de
17.000 titulares en todo el orbe –que incluye en el mismo saco a
Bill Gates, Britney Spears, Brad Pitt o Amancio Ortega–, no quiere
lo mejor: exige lo óptimo. Para ello se despliega todo un servicio
de logística que satisfaga cualquier necesidad, un equipo
preparadísimo que activa la burocracia de lo imposible. Cada cliente
dispone de un asistente personal para cuestiones relacionadas con
estilo de vida (leisure en inglés) y otro para viajes y sus
derivados. Tras una entrevista en la que se desentrañan los gustos,
hobbies, pasiones y necesidades del cliente, los personal assistants
ya saben cómo deben estar prevenidos y qué teclas habrá que pulsar
para satisfacer al cliente, 24 horas al día y 365 días al año. Y lo
que les apetece no suele ser una pizza con alcaparras. .
La división de life style aconseja en
cuestiones como las añadas del mejor Tokaj húngaro, la nueva
colección de otoño de Dior (patroneada por Lagerfeld) presentada en
el Grand Palais de París, un concurso de saltos de hípica en La
Coruña o la apertura de una galería de arte en Miami. Los agentes de
viajes se encargan de todo lo relacionado con preparativos, billetes
y clases disponibles en determinados vuelos, suites en destino,
reservas en restaurantes y actividades colaterales. .
El trámite no distaría mucho de ser
el siguiente: el señor Fernández –de segundo podría ser Tapias–
llama al número 900 que American Express habilita para sus titulares
Centurion. El cliente se identifica, da una clave y detalla el
número de su tarjeta. Al otro lado del teléfono, y sin que hayan
pasado más de 20 segundos, al señor Fernández le han pasado con
Adrián, su particular ángel de la guarda. Entre los dos pactan la
agenda: por la mañana y en la urbanización de lujo donde vive el
señor Fernández tres Mercedes de alta gama con sus respectivos
chóferes recogerán sus maletas y las de su familia. Posteriormente
acudirán a una tienda (que cerró sus puertas al resto de público) de
la madrileña calle Ortega y Gasset y así comprar algo que ponerse.
Más de lo mismo, pero en alguna lujosa joyería de la calle Serrano.
Cuando lleguen al aeropuerto se olvidarán de los engorros y las
colas de facturar maletas. Pasarán a la sala vip lounge –de las 450
con las que Centurion tienen acuerdo en todo el planeta– antes de
embarcar en primera clase en un Airbus reluciente rumbo al
aeropuerto de Schipol, Amsterdam. Tras el repostaje y la escala,
despegarán hacia Johanesburgo, donde un equipo Centurion les espera.
Unos Hummer 4x4 les conducirán hasta un Lodge de lujo acodado en una
reserva cuajada de fauna. Pertrechados con carabinas y cananas que
les suministra la gente de American Express, abatirán un par de
piezas, montarán en globo, se relajarán en un spa con el agua
sazonada de rosas rojas y contemplarán el atardecer en un yate con
12 tripulantes en la isla de Zanzíbar. Y lo que se les ocurra por el
camino. A todo lo anterior se puede sumar una parafernalia de
violinistas –o mariachis o ex compañeros de colegio– para que una
pedida de mano al borde de las cataratas Victoria sea perfecta. .
Seguro médico. Pero hay veces que la
cosa se tuerce. Si durante la estancia se presenta cualquier
contingencia en forma de accidente o emergencia médica, todo está
preparado. No sólo se calcula al milímetro la exquisitez. También
hay que estar prevenido para fatales desenlaces o tragedias que
pueden sobrevenir si no se actúa con diligencia. «Nuestros titulares
pueden sufrir un percance y necesitan respuestas rápidas. No quieren
llamar al seguro y esperar a ver qué pasa. Pueden estar esquiando en
Aspen, Colorado, o navegando en las Seychelles y de repente se caen
y se rompen una pierna. O algo peor», cuenta Vivas Benker, que evoca
episodios de repatriaciones de cuerpos y otros hechos luctuosos.
«Para este tipo de cuestiones contamos con otra división, digamos
llamada de emergencias. La Centurion además de lujo, va mucho más
allá». Y si la tarjeta se extravía o es robada se pone en marcha un
protocolo de seguridad al instante. .
Entre la gente de American Express y
los clientes se establece un vínculo que rebasa la linde meramente
profesional. Ellos conocen deseos, emociones, íntimas aspiraciones y
aspectos relacionados con su círculo familiar. Saben qué vino les
encanta, qué alergias tienen sus hijos o en qué casino les
desplumaron una fortuna. .
Por eso exigen un perímetro de
silencio sobre sus actividades. Puede que pasen una velada romántica
en el restaurante The Waverly Inn de Nueva York (no es caro, pero la
reserva es para 2010 y en la mesa de al lado charlan Robert de Niro
y Joe Pesci) o se zambullan en un trasnoche de frenesí en el
Radisson de Papeetee, en Polinesia… Y no precisamente con sus
maridos o esposas. Y embriagándose no precisamente con la brisa
marina. «No hacemos preguntas a los titulares. El único límite que
tiene la tarjeta es que lo que nos pidan no quebrante la ley»,
asegura el director de marketing, que calla mucho más de lo que
puede recordar. .
Por el lado excéntrico, algunas
peticiones rivalizan entre sí por ver cuál de ellas gana en el
concurso de lo más marciano. Las más normales suelen ser del tipo
palcos para el concierto de Año Nuevo en Viena, entradas para un
Madrid-Barça o sillas a pie de pista para ver a los Lakers: «Si no
está disponible lo que piden, porque muchas veces hay titulares que
se adelantan a otros, se les busca otra ubicación. Lo suelen
comprender porque al final lo que quieren es estar en el evento. Con
las reservas de habitaciones de hotel no suele haber problemas
porque siempre hay alguna suite bloqueada. Lo que tampoco vamos a
hacer es sacar de la cama a alguien o compensarle para que deje
libre una habitación con el fin de cumplimentar a un cliente
nuestro», explica Vivas Benker. .
Centurion tiene acuerdos con empresas
como Delta Airlines, hoteles Mandarin y Hyatt, empresas de alquiler
de jets, restaurantes bajo el sello Relais & Châteaux y una retahíla
mercantil que necesitaría un párrafo entero. Cada vez que se
utilizan sus servicios se acumulan puntos. Si en algunas compañías
las tarjetas de fidelización premian con sartenes o juegos de
toallas, en Centurion, y una vez alcanzado el saldo acordado, puede
que los guardias de seguridad de la urbanización avisen al titular
de que tiene un Mini personalizado esperando en la puerta. .
Todos los clientes tienen algo en
común. Reciben cuatro veces al año la publicación Centurion Magazine.
Impresa con un gramaje de papel y una cuatricomía impecables, la
revista da ideas para los que aún no se deciden a que un chef
francés les prepare, en su propia casa, una tortilla liofilizada,
deconstruida y presentada en una nube de nitrógeno. Los artículos,
condimentados con anuncios de relojes o empresas de alquilar yates,
versan sobre las mejores villas vinateras del mundo o la apertura
del hotel The Chedi Chang Mai, en Tailandia. .
Pida lo que pida. Por pedir que no
quede. AmEx Centurion cuenta con tal amplísimo elenco de empresas y
proveedores que resulta difícil sorprenderles. Sólo así se explica
que la nueva colección de Louis Vuitton te la muestren en el salón
de tu casa, meses antes de que llegue a los escaparates de los
Campos Elíseos; o que encuentren un loro que hable inglés para un
cliente que lo pidió en su viaje ¡a Rusia! Si los niños se han
encaprichado de dos cachorros de la película 101 Dálmatas, no hay
problema: llegarán como regalo para su fiesta de cumpleaños. Y no
los trae Cruella de Ville porque Glenn Close está rodando. Si lo que
necesitas es una bolsa de golf, no hay por qué preocuparse: te abren
la sección de Deportes de unos grandes almacenes a las 4 de la
mañana. Si has viajado a ver la Eurocopa y te has dejado las
entradas en tu casa (lo de siempre), los de Centurion irán a por
ellas y te las llevarán a la puerta del estadio antes de que el
árbitro pite el inicio. También harán cola para que J.K. Rowling
firme tu ejemplar de su último Harry Potter. ¿Sorpresas en San
Valentín? Son la especialidad de la casa. La novia de un titular
recibió un regalo maravilloso cada dos horas el día de su
cumpleaños. El mérito es que el novio estaba en Estados Unidos y
ella en Filipinas. Incluso una charanga española puede rondar a una
feliz enamorada… debajo de su casa en Londres. .
El grupo Centurion crece con
parsimonia, en silencio. No se sabe de ningún titular al que le
hayan dado de baja por dilapidar su capital o rebasar límites
crediticios. Tampoco de ninguno que haya rechazado el ofrecimiento
de ingresar en el club de la negra. ¿Qué será lo próximo en
distinción hecha tarjeta? ¿Qué arabesco en forma de crédito, qué
vuelta de tuerca ingeniarán para este clan de 17.000 poderosos? Los
mentideros cuchichean sobre una tarjeta transparente o de cristal
para unos pocos elegidos de entre la hermética secta Centurion. Un
mandamiento final: desde AmEx no dan pábulo a leyendas urbanas
Compartir este articulo : | | | | | |