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LAS PEORES
ESCENAS DE SEXO DE LA HISTORIA DEL CINE
La siguiente es una recopilación
de las peores escenas eróticas de la historia del cina
Filmar una gran escena de sexo no es
tan fácil como parece. Hay que ser muy buen actor para fingir
pasión, amor o éxtasis. Y hay que ser muy buen director para no
convertir lo que debería ser "el polvo del siglo" en algo ridículo,
aburrido, patético y/o involuntariamente hilarante. Las siguientes
escenas eróticas pueden herir la sensibilidad del espectador. Pero
no por su dureza o explicitud, sino por su estrepitoso fracaso a la
hora de animar la entrepierna del respetable.
Por más que sus apellidos rimen, la
escasa química entre Sharon Stone y
Silvester Stallone sólo pudo dar como resultado una de las
escenas de sexo más tediosas, horteras y acartonadas de la historia
del cine comercial. La cosa empieza en un lugar tan poco propicio
para estos menesteres como un funeral, donde Stone y Stallone tiene
su primer escarceo: él esta muy serio y ella aparece con su traje de
viuda negra; él la sigue entre bancos y confesionarios hasta un
pasillo y ahí mismo, sin mediar palabra, se arrodilla, la cachea y
le quita una pistola del liguero. Luego se van los dos a un hotel,
se desnudan y se meten en faena sexual aunque, por las caras que
ponen, cualquiera diría que siguen en el entierro. La forma enla que
se desnudan, el rancio decorado, el topicazo saxo de fondo y el
hecho de que Sly copule con los pantalones puestos, hace el resto.
Cero en morbo.
Sí, la tercera película de la hija de
Francis inspiró muchos editoriales de moda en revistas como Vogue o Elle, pero
también recolectó malas críticas y abucheos en festivales. Sin
embargo, pocos hablaron de la pésima escena de sexo entre el
guaperas Jason Schwartzman y la bellísima
Kirsten Dunst, en la que, además, de no verse nada (apenas
se atisban dos medias, una espalda y cuatros sayos de época) se
rompe por completo el clímax intercalando una escena de una
conversación en una mesa y un plano general de unos segundos con un
revolcón en el campo. Para colmo, la música resulta completamente
anacrónica y asexual.
Porque ya me dirán qué tiene que ver
Adam Ant con Maria Antonieta echando un kiki.
Tal vez por pura herencia del
Destape, el cine español contemporáneo es
riquísimo en escenas sexuales. Y es que es muy socorrido en
taquilla, esto de desnudar actrices: si corre la voz de que sale
fulana en pelotas, el número de espectadores se multiplicará de
forma considerable, independientemente de la calidad del producto.
En este caso, le tocó desnudarse por
exigencias del (ridículo) guión a la hermosa María Valverde
que interpreta aquí una sonrojante escenita erótico-romántica con el
rey del choni chic Juan José Ballesta. Ambos
hacen de ladronzuelos que acaban liados de la manera más tonta:
mucho morreo, ella se quita la camiseta, más lengua, un ombligo,
fuera la camisa de él, dos besitos bajo el cuello, otro ombligo con
una mano… “Esto no es fácil. Es poco habitual estar desnuda delante
de 40 personas”, se justificaba Valverde en un documental. Sólo cabe
añadir: qué grande (y que guarro) es el cine español.
Aestas alturas resulta evidente que
el filme póstumo de Kubrick es, con diferencia, el más flojo de toda
su carrera. Y lo de “flojo” es un adjetivo benévolo, que se suele
utilizar, más que nada, por respeto a la impresionante carrera del
director de Lolita.
La escena de la extravagante orgía a
la que asiste un alucinado y enmascarado Tom Cruise
es casi lo peor de la película, con ese erotismo ortopédico y
barroco que, lejos de producir morbo o excitación deja al espectador
aún más frío que las sosas fantasías eróticas del personaje de
Nicole Kidman. A pesar de todo, la escena ha sido
muy imitada en películas porno, en discotecas de lujo y en clubes de
intercambio de parejas.
No es que la versión cinematográfica
de la serie Corrupción en Miami fuera para tirar cohetes,
pero la pobre tampoco se merecía una escena erótica que produce
efectos similares a los de un chorro de agua fría. Porque la escena
se desarrolla, efectivamente, en una fea ducha, donde un greñudo
Colin Farrell con cara de susto/preocupación se
amanceba con una gélida, imperturbable Gong Li.
Ambos parecen estar preguntándose qué
demonios hacen ahí, en la ducha, enrrollándose. La música, que no es
digna ni del peor video de Private, tampoco contribuye a
elevar la temperatura de la sala. Hasta Don Johnson
se lo montaba mejor.
No es cuestión de ponerse a
desmitificar: esta película fue muy importante para la historia del
sexo en la gran pantalla por romper innumerables tabúes. Al César lo
que es del César. Pero, seamos serios, la legendaria escena en la
que Marlon Brando sodomiza a la fuerza con
mantequilla a Maria Schneider tenía menos morbo que
un berberecho con medias de rejilla.
Eso sí, mal rollo daba un rato: los
dos ahí tirados en el suelo, Brando ni se quita los pantalones para
penetrar y no se le ocurre otra cosa que ponerse a despotricar
contra la institución familiar mientras su amante solloza de dolor
anal. Por lo visto, la idea fue de Brando, que metió con calzador
esta escena que no estaba en el guión original. Maria Schneider, que
entonces tenía 19 años, ha dicho que cuando rodaron la disparatada
escena “lloré de verdad. Me sentí humillada y un poco violada.
Gracias a Dios, no tuvimos que repetirla”.
Absurdo largometraje en el que
Jason Statham interpreta a un asesino a sueldo que
ha sido envenenado por un enemigo con una extraña sustancia que lo
matará si no se mantiene en adrenalínico movimiento.
Con esta excusa, Jason coge a
Amy Smart y la empieza a sobar en plena calle; ella le
pega, él se cae pero insiste y, como un perro en celo desesperado,
se le echa encima arrimándole la cebolleta y, al final, ella
cede y ambos acaban copulando salvajemente entre un corro de
perplejos orientales que ríen, chillan, animan y se abanican. Más
cerca de una prueba de Humor amarillo que de un buen polvo
de estrellas, el voltaje sexual de la escena es minúsculo.
Si ya es difícil rodar una escena de
sexo entre un hombre y una mujer, hacerlo con dos hombres es ya el
acabóse. Y una de las peores escenas gays (supuestamente) eróticas
del cine contemporáneo pertenece a esta infumable españolada escrita
y dirigida nada más y nada menos que por tres personas distintas.
En la escena en cuestión, llegan a
una casa Gustavo Salmerón y Javier Albalá
disfrazados de mariquitas, se ponen a morrear, jadean, se desnudan,
dicen cosas que no se entienden y luego se meten en la ducha a hacer
guarrerías. “¿Lo has hecho alguna vez debajo del agua?”, pregunta
Albalá. “Waterball, tío. Nunca”, contesta Salmerón. “Yo te
enseño”, sentencia el primero. Hasta Pajares y Esteso
lo hubieran hecho mejor.
Los hermanos Wachowski pueden tener
muchas virtudes, pero su fuerte no son las escenas de cama. Del
mismo modo, Keanu Reeves queda muy bien embutido en
cuero dando saltos y pegando tiros, pero su capacidad para demostrar
pasión y excitación ante la cámara es inferior a la de un
Charles Bronson.
Lo demuestra en la escena “erótica”
(es un decir) en la que "monta" a la cybersex symbolCarrie-Anne
Moss con la misma energía que un comatoso. La poco
afortunada idea de intercalar la escena con imágenes de una
apocalíptica rave tribal y aderezar el conjunto con plomiza
música trance son las guindas: esto no calienta ni a los fans
más recalcitrantes de la saga.
No podía faltar en nuestra lista este
clásico blockbuster en el que Leonardo DiCaprio
y Kate Winslet viven una almibarada historia de
amor pasado por agua. La escena de sexo entre la parejita es tan
irreal como sobreactuada: el director debió decirles que para
simular un coito no basta con cerrar los ojos, temblar, abrir la
boca y respirar mucho.
¿Y los besitos? No se los creen ni
ellos. Un crítico de porno dijo que lo más difícil de hacer en un
filme X son los besos, que una felación casi siempre quedar bien,
pero los besos siempre parecen forzados. Pues bien, ni en la peor
película porno se dan besos más falsos que los de Leo y Kate en
Titanic.