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LAS OFICINAS DE GOOGLE EN PUERTO MADERO

Cuenta con sala de masajes y de juegos; salas de reunión bautizadas Mafalda o Gaturro y algunas impresoras denominadas Maradona

 

Entrar en las oficinas de Google debe de ser lo más parecido a meterse en la boca de un monstruo. No es que uno se levante y decida todos los días seguir los pasos de Pinocho por el interior de la gran ballena que se devoró a Geppetto. Pero casi. Google hace tiempo dejó de ser un buscador de páginas web, imágenes y videos, un servicio de correo electrónico gratuito, un mapamundi en 3D de la Tierra y Marte, el dueño de uno de los mayores sitios de blogs, un portal de noticias, el hogar de una red social.

Su página siempre blanca, su logo multicolor que muta según el tema del día y aquel rectángulo con el cursor titilante donde uno arroja una palabra y prueba si tiene suerte hacen olvidar por un instante lo que realmente es: la pitonisa de internet. Lo que uno busca, Google lo encuentra. Y lo que no se busca, también.

Hace nueve años y ocho meses nadie conocía esta palabra emparenata con el “gogol”, un uno seguido de cien ceros. Ahora todos la arrojan en conversaciones con la misma liviandad con la que uno dice “casa” o “hermano”

En una década, esta megaempresa fundada por dos veintiañeros, Larry Page y Sergey Brin, reinventó los métodos administrativos, las formas de dirigir y mantener tranquilas a las personas y también las maneras de trabajar. La apertura de sus oficinas en Puerto Madero, en medio de grandes (y caras) churrasquerías y heladerías top, reactualiza el mismo ánimo descontracturado que impera en sus otras 16 sedes desparramadas por el mundo: mucho color, mucho espíritu universitario, pocos actos solemnes.

“Go ahead and have fun” (entren y diviértanse) dice la secretaria que recibe al visitante con sonrisa norteamericana y cara de muchos amigos. La frase no pasa desapercibida y oficia de anticipo del minitour por los tres mil metros cuadrados que miran al río desde un segundo piso. Como ocurre en toda empresa tecnológica, lo primero que se advierte no es la alfombra gris, los globos amarillos, rojos y azules, los televisores de plasma o el logo de la empresa clavado en una pared pelada de ladrillos. Cada corredor está separado por puertas vidriadas que sólo se abren cuando el empleado esgrime su tarjeta magnética.

Acá trabajan alrededor de unos cien programadores, universitarios y ejecutivos del mundo de internet que no superan los 24 años. Nada interrumpe el silencio. Domina el ambiente un persistente olor a nuevo y sólo se advierte el movimiento de las miradas que se despegan esporádicamente de los monitores de 22 pulgadas.

Alberto Arebalos, director de comunicaciones de Google Latinoamérica, levanta la pierna sobre el escritorio y cuenta que se mudaron recién el 31 de marzo pasado. Puerto Madero, dice mientras mira los barquitos del río, fue la segunda elección después de descartar zona norte, ya que la mayoría de los trabajadores viven en la Capital.

Al llegar al comedor, otra frase, ahora escrita en un pizarrón colmado de fotos, llama la atención, no por lo que dice, sino por cómo lo dice. “We hope you enjoy the office as much as we did during the construction” (algo así como “esperamos que disfruten la oficina tanto como nosotros lo hicimos cuando la construimos”). Es que si no fuera por los nombres de las siete salas de reuniones (Mafalda, Gaturro, Clemente, Hijitus, Condorito, Miguelito y Susanita) y los de las impresoras (Maradona, Los Pumas, Las Leonas, Fangio, Ginóbili y Bastistuta) se pensaría por un momento que uno está o en el set de la serie The Office o en la sede central de Google en Mountain View, California.

En una ocasión, Joseph Weizenbaum, uno de los capos de la cibernética, apuntó contra el fanatismo de los programadores: “Estos locos, se la pasan todo el tiempo trabajando en sus grandes proyectos. Son como los jugadores de Dostoievski: no hacen más que jugar y seguir jugando desde la mañana hasta la noche y de buena gana jugarían sin parar si eso fuera posible”. Los “googlers” –tal como les dicen a los trabajadores de Google– caen perfectamente en esa definición: trabajan por objetivos no menos de diez horas al día, se ponen –literlamente– la camiseta de la empresa y, lejos de vivir en un régimen de persecución laboral, no tienen horarios fijos. Es el modelo “TGIF” (“Thank God is Friday”, gracias a Dios que es viernes).

En la era de internet, la optimización, el marketing online y el soporte a clientes en América Latina, España e Italia requieren también distracciones –como el metegol, la mesa de ping pong y la consola Play Station 3 en la sala de juegos–, relax –un sillón negro masajeador entre los cubículos–, antojos –un comedor con heladeras repletas, frutas, chocolates, caramelos, papas fritas y cereales– o descanso, que tiene su templo en la sala de masajes habitualmente ocupada.

“La gente produce más con la zanahoria adelante, o sea, cuando está contenta, que bajo amenaza policial –señala Arebalos–. Es la filosofía y cultura Google: invertir en gente inteligente, tenerlos contentos y evitar que escapen corriendo a otras empresas.” O a los brazos de sus parejas, hijos y amigos, se podría agregar

FOTOS DE LAS OFICINAS DE GOOGLE EN PUERTO MADERO

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