El sexo en la Mafia:
Códigos de poder que pueden costar la vida
En los clanes mafiosos rige un código
sexual compuesto por una serie de reglas tan inquebrantables como
complejas. El autor de 'Gomorra', Roberto Saviano, narra en estas
líneas los imperativos con los que se educa desde la adolescencia a
los adeptos
MADRID (El
País) - Con frecuencia reflexiono sobre cómo se educa en
territorio mafioso: en esos lugares, una gran parte de la formación
del hombre y la mujer pasa a través de la sexualidad. Quizás nada
explique mejor el código sexual que rige en esas tierras que la
imposibilidad de que ningún ámbito se sustraiga a la lógica férrea
de pertenencia, jerarquía, poder, control territorial. Reglas
complejas, ritos rigurosos, vínculos inquebrantables. Una sintaxis
inflexible y eternamente idéntica regula desde la adolescencia el
comportamiento sexual de los mafiosos.
"Nunca debajo de una mujer" es el
imperativo con el que se educa. Si mientras haces el amor, decides
estar debajo, estás eligiendo someterte incluso en la vida de todos
los días. "Nunca sexo oral". Recibirlo es lícito, hacérselo a una
mujer es de "perros". A este viejo código se atiene todavía gran
parte de las nuevas generaciones de adeptos, obsesionados no sólo
por su virilidad, sino también por cómo ejercerla. Hacerlo de
acuerdo con esas rígidas reglas se convierte en un rito con el que
reafirman su poder. Unas normas claras e indelebles que están
vigentes en casi todas las zonas de la N'drangheta, Camorra, Mafia y
Sacra Corona Unida y que significan algo más que el simple espejo de
una cultura machista.
Para las mujeres todo es mucho más
complejo. Es un mantenerse en precario equilibrio entre modernidad y
tradición, entre jaula moralista y total libertad para afrontar
asuntos de negocios. Pueden ordenar una muerte pero no pueden
permitirse tener un amante o abandonar a un hombre. Pueden decidir
invertir en un sector del mercado pero no maquillarse cuando su
hombre está en la cárcel. Vestirse con elegancia, maquillarse
mientras su marido está encarcelado quiere decir que lo hacen para
otros. Teñirse el cabello equivale a una silenciosa confesión de
traición. La mujer existe sólo con relación al hombre. Sin él, es
como un ser inanimado. Un ser demediado. Durante los juicios, no es
raro ver a mujeres en los espacios reservados al público mandar
besos o simples saludos a los acusados que están en las peceras
blindadas. Son sus mujeres, aunque muchas veces parecen sus madres.
Si, cuando te cruzas con ellas por la calle, van bien vestidas,
cuidadas, maquilladas, significa que su hombre está cerca, está
libre y manda. Y al mandar refleja su poder sobre su mujer. Sin
embargo, las mujeres de los jefes encarcelados, desaliñadas hasta
volverse invisibles, son las que muchas veces, de forma vicaria,
mandan más.
En tierra criminal, todas las
historias de las mujeres se parecen, tanto si tienen un destino
trágico como si logran sobrevivir en la normalidad. En general,
marido y mujer se conocen desde adolescentes y contraen matrimonio a
los veinte o a los veinticinco años. Casarse con la chica que se
conoce desde pequeña es fundamental, siempre que sea virgen. Es
imposible sustraerse a esta praxis. Y quien crea que puede librarse
de ella, está equivocado. Incluso cortejar es marcar territorio.
Acercarse a una mujer significa correr el riesgo de invadir
territorio ajeno.
En 1994, Antonio Magliulo de Casal di
Principe intentó cortejar a una chica, pariente de un hombre del
clan de los Casalesi y que estaba prometida a otro miembro del clan.
Magliulo le hacía muchos regalos e, intuyendo que quizás la chica no
estaba muy contenta con su boda, insistía. Estaba enamorado de esta
mujer mucho más joven que él y la cortejaba como es habitual en su
tierra: bombones Baci Perugina por San Valentín, un cuello de piel
de zorro en Navidad y, siempre, postegge, es decir, como un poste
esperándola a la puerta del trabajo. Un día, en pleno verano, un
grupo de afiliados del clan de Schiavone le citó en la playa de
Castelvolturno para aclarar ciertas cosas. Ni siquiera le dejaron
hablar. Mauricio Lavoro, Giuseppe Cecoro y Guido Emilio le dieron un
golpe en la cabeza con un palo con clavos, le ataron y le metieron
arena en la boca y en la nariz. Cuanta más arena tragaba para
respirar, más le metían. Murió ahogado por una pasta de arena y
saliva que se le había solidificado en la garganta. Fue condenado a
muerte por cortejar a una mujer más joven, consanguínea de un
importante afiliado, y prometida. Cortejar, pedir una cita, pasar
una noche juntos es compromiso, riesgo, responsabilidad.
Cuando ante el tribunal, los
arrepentidos contaron estos y otros asuntos semejantes tratando de
vencer la incredulidad de los jueces, dieron una explicación que es
una síntesis inigualable: "Señor juez, aquí follar es peor que
matar. Es mejor que mates a la mujer de un jefe; a lo mejor te
perdonan. Pero si follas con ella, estás muerto". Amar, decidir
hacer el amor, besar, hacer un regalo, sonreír, tocar una mano,
intentar seducir a una mujer o ser seducido puede ser un gesto
fatal. El más peligroso. El último. En un lugar donde todo es ley
implacable, los sentimientos y las pasiones que no conocen reglas
son, más que cualquier otro factor vital, una condena a muerte
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