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Una violación contada en primera persona

M., de 44 años, relató a lanacion.com cómo pudo recomponer su vida tras haber sido víctima de un delito sexual, en abril de 2008; sin embargo, los recuerdos de esa noche aún la atormentan; en los últimos cuatro meses, en el barrio de Nuñez, tres personas denunciaron haber sufrido abusos

Virginia Lauricella
De la redacción de lanacion.com

Cae la tarde del sábado y en una conocida heladería de Cabello y Salguero todo es movimiento. Cuesta creer que sólo a una cuadra de allí, el 28 de abril de 2008, M. se despertó al sentir el contacto de una almohada que un desconocido aplastaba sobre su cabeza.

M. llega puntual a la ruidosa esquina. Aclara que prefiere ese lugar y no otros de los alrededores porque "hubo robos". Desde esa madrugada, comenta, extremó los recaudos a la hora de salir a la calle.

Lo primero que llama la atención de M., docente de 44 años, es la corrección con la que habla. Nunca la pierde, aún cuando da detalles del terrible ataque. También parece que sus ojos, intensos, nunca se cierran.

Quizá, esa fortaleza que transmite, potenciada por el apoyo psicológico que recibe en la fundación Asociación de Víctimas de Violaciones (Avivi) y en el hospital de Clínicas, le permitió seguir adelante.

"Es un proceso que tiene etapas. Por suerte yo lo estoy llevando muy bien, gracias a un entorno afectivo de lujo. Siempre fui muy organizada con mis cosas y eso también me ayudo", asegura.

Luego de la violación, una de las realizadas mediante la modalidad del "hombre araña", M. no pudo dormir en su casa durante un mes. Esa noche, el delincuente subió por un andamio hasta la ventana de su departamento. Una vez adentro, le puso una almohada y una frazada sobre la cabeza, le tapó los ojos con unas anteojeras para dormir, la ató de pies y manos y le dijo: "Acabo de robar en el piso de abajo, necesito una salida".

"Después supe que eso era mentira. Empezó a preguntarme dónde tenía la plata y como no le respondía, empezó a revolver todo". Luego de encontrar dinero y una cámara de fotos que M. había comprado ahorrando peso por peso, la violó. Nunca pudo verle el rostro. Lo único que recuerda es una voz susurrante, un cierto aroma a grasa que destilaban las manos y que era fumador. En algún momento de las dos horas que estuvo con ella, el abusador consideró que era tiempo de un cigarrillo.

Cuando se fue, M. pudo desatarse y llamar al 911. Susurraba. "Cuando le conté esto a Elena [Leuzzi, de Aviiv] me dijo: «para vos, él todavía seguía ahí»", afirma.

El llamado lo hizo a las 7 de la mañana. Recién a las 10.30 la llevaron al hospital Fernandez, a una cuadra de su departamento, donde le entregaron el kit de emergencia sexual. "Denuncié un robo y violación pero la Brigada de Abuso Sexual no vino a mi casa. Tuve que llamar yo para avisar". También, cuenta que de no ser por Avivi tendría que haber esperado casi un mes para recibir apoyo psicológico por parte del Estado.

"Existe una descalificación de la víctima de violación por una cuestión histórico cultural, tiene que ver con las miradas sobre el cuerpo de la mujer. Es un delito que implica sexo y eso mueve telones", reflexiona y explica: "Yo ya cuento con una filosofía de vida y experiencias que me dieron herramientas para enfrentar una situación así. Soy la misma de siempre, no me considero estigmatizada".

Como cualquier mujer que recibe el kit, M. tuvo que lidiar con un fuerte tratamiento para evitar el embarazo y el contagio de enfermedades de transmisión sexual. "Me costaba comer, tenía que tomar entre 15 y 18 pastillas diarias", sostiene. Y, además, sumó "una violación más" cuando leyó sobre su caso en los medios. "Llegaron a decir que era paciente psiquiátrica. Fue muy duro para mí y mi entorno".

Por el hecho no hay detenidos ni sospechosos. Mientras el agresor siga libre, M. siente que la reparación no será completa. Sin embargo, a nivel personal, trabaja para estar cada día un poco mejor. Amante de la fotografía, además del cine, el teatro y la literatura, planea reemplazar la cámara que se llevó su agresor para realizar una serie alusiva. "Por ahora tengo las imágenes en la cabeza, pero lo voy a hacer. Estoy convencida de que el arte es un buen lugar para curarse", concluye

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