Impactantes imágenes: Sexo
en la vía pública en España
El diario español El País retrató a las
prostitutas que trabajan en La Boquería, el mercado más célebre de
Barcelona, en pleno ejercicio de su actividad
MADRID (El
País). La dueña señala un condón usado junto a su tienda de
bolsos. Esta vendedora, que opta por el anonimato, trabaja en La
Boqueria, el mercado más célebre de Barcelona y uno de sus
principales atractivos turísticos. Lo primero que tiene que hacer
cada madrugada cuando abre es deshacerse de los restos que han
dejado noches muy movidas: el mercado de comestibles se convierte
cuando se hace oscuro en "una casa de citas" según el presidente de
los tenderos, Manel Ripoll. Las prostitutas prestan sus servicios,
por escasos 20 euros, entre las columnas que rodean la Boqueria, que
ofrecen un escondite muy precario de La Rambla adyacente y siempre
abarrotada de turistas.
En esos porches se refugian, entre
carteristas y vagabundos que duermen, las prostitutas más degradadas
de la ciudad, aquellas que no disponen de un piso para trabajar o
que no pueden competir en las inmediaciones del Camp Nou, el otro
foco clásico de prostitución en Barcelona, junto al Raval. Jóvenes
africanas -muchas víctimas de la explotación- y, especialmente,
travestidos latinoamericanos aprovechan los muchos recovecos oscuros
y escondidos de la zona sur del Raval.
Y eso que la Boqueria es "una zona
donde el tránsito de alimentos es continuo, por lo que las
condiciones de salubridad tienen que ser óptimas". No fue uno de los
vendedores quejumbrosos quien resumió de forma tan certera el
problema, sino Carles Martí. Era 2003 y ejercía de edil del distrito
de Ciutat Vella. El hoy primer teniente de alcalde de Barcelona
anunció entonces que cerraría los porches de noche, y le aplaudieron
los comerciantes.
Seis años y una ordenanza cívica
después no ha cambiado nada en ese lugar. Los políticos municipales
siguen dándole vueltas a la norma, que prevé multas para quien
ofrezca y demande sexo en la calle. Mientras discuten si ahora debe
regular la libertad de los paseantes a vestirse como quieran, la
ordenanza fracasa noche tras noche en La Rambla.
"Es vergonzoso. Las niñas hacen de
todo entre las columnas y los camiones de mercancías", dice la dueña
de un puesto de quesos. A media mañana, entre turistas despistados y
comerciantes ajetreados aún se ve alguna jeringuilla junto a la
terraza de algún bar. Y cuando los puestos cierran, aún quedan
embalajes de preservativos por los rincones. "Es mi desesperación
como presidente", se lamenta Ripoll
Poco puede hacer ante este panorama
la encargada de hacer cumplir la ordenanza, la policía local. Un
portavoz cuenta que las prostitutas se van a otras zonas del barrio
cuando las persiguen en La Rambla. Y vuelven a esa vía cuando las
van a buscar allí. Así indefinidamente.
"No se puede atacar el fenómeno con
presión policial", opina Eva Fernández, presidenta de la Federación
de Asociaciones de Vecinos de Barcelona: "Hasta que no se regularice
la prostitución no vemos ninguna posibilidad de influir de forma
efectiva en el fenómeno", explica. Hasta entonces, prosigue, habrá
prostitutas en la calle.
Así que ni ordenanzas ni policías.
Hacer posible que las prostitutas puedan constituir "cooperativas"
para habilitar "espacios autogestionados" y escapar así de la
precariedad es la receta que propone Fernández. "El problema es que
la normativa municipal hace muy difícil abrir un local de este tipo
en el Raval", añade
Y eso que en el barrio los hay y los
ha habido. Los evocó en su obra Manuel Vázquez Montalbán, que creció
allí, los retrató Josep Maria de Sagarra, que se adentró en la zona
durante su juventud burguesa, y los recuerda Maria Casas, presidenta
de la asociación de vecinos Taula del Raval. "Antes había meublés y
bares con un reservado, y esas mujeres convivían con los vecinos",
narra.
Aún se ve alguna de esas viejas
trabajadoras por la calle de Robadors, pero ya hace tiempo que la
mayoría ha sido sustituida por las jóvenes inmigradas, que no sólo
se prostituyen, sino que también roban y se pelean entre ellas por
los clientes. "Es su cuerpo y pueden decidir qué hacen con él. Se
debe diferenciar entre ese derecho de las personas y el incivismo,
la violencia y la agresión", dice Casas, que también reclama
espacios para que estas trabajadoras puedan abandonar la calle.
Otras soluciones al problema pasan
por el urbanismo. "Estaría muy bien dar más licencias para tener una
zona de terrazas, como en la plaza Reial", apunta Oti Pérez. Tiene
uno de los pocos restaurantes que hay en los porches y se ve
obligada a cerrar cuando anochece y las prostitutas y los ladrones
se adueñan de la zona
Sin entrar en esa posibilidad, el
Ayuntamiento señala ahora que afrontará el problema cuando reforme
la plaza de la Gardunya. Este espacio al que todos los edificios
colindantes dan la espalda y que alberga un aparcamiento será objeto
de la última gran intervención de las que ha sufrido el Raval en los
últimos decenios. La reforma ha arrancado este año, y deberá
acabarse en 2012. Ripoll confía en que entonces se atienda su
demanda de cerrar los porches. Mientras tanto, los comerciantes
deberán seguir rociando con agua y lejía el suelo cada mañana, antes
de transportar a sus tiendas los comestibles.
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